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El día prometía. Este fin de semana teníamos plan con una de nuestras parejas… ¡bodorrio!. Todo estaba hablado, horas cuadradas, coche a punto y trastos en posición. Después de pasar la mañana con ese gusanito nervioso que siempre tenemos en las bodas de por la tarde, al fin empezamos a comernos los kilómetros. Preparados, listos, ¡ya!
Ya sabéis que nuestra orientación a veces nos juega malas pasadas pero esta vez don GPS no estaba por la labor, así que nos arreglamos a la vieja usanza… a través de pistas en los alrededores. No hizo falta nada e incluso cantando llegamos a la verja blanca de la casa del novio. Allí nos recibieron sus familiares y Troy, el pequeño guardián de la casa en ese día tan especial. Con tranquilidad y disfrutando de la sombra y el aire acondicionado estaban todos, cada cual en un rincón. Lola, la coneja blanca de la pareja, también estaba en su jaula mirandonos sorprendida con sus ojitos pintados.
Alberto bajó rápido para saludarnos y echarnos una mano con todos los detalles. No estaba nervioso. «Solo un pelín agobiado con tanta cosa por hacer». ¡Hasta nosotras estabamos más inquietas!. Reloj, gemelos, traje… y entre unas y otras algún momento de repasar el discurso, un cable para ayudar con la corbata, ese hilillo que se escapa por ahí… A medida que pasaban los minutos, Alberto iba completando su atuendo con ayuda de los suyos. Todos estaban ya listos por lo que aprovechamos para hacer las fotos de grupo en la magnífica terraza donde, todos elegantes, aguantaban a las dos fotógrafas y sus «clic, clic, cliccc». Allí volvimos a darnos cuenta de que la pose ya la tenían cogida, pero sobretodo, de que hacía calor. ¡Mucho calor!
Era momento de irnos con la novia. Risueña y dulce. Entramos acompañadas del papá del novio, con el que volvimos a coincidir en un portal decorado por los vecinos para la ocasión. Alfombra roja, flores en cada puerta y pétalos por todos los rincones…Un detalle muy bonito para felicitarles. En plena sorpresa estábamos, cuando nos recibió Cris abriendo una rendijita de la puerta. Con un abrazo y una sonrisa hicimos el baile de los nervios… ¡había llegado el día!.
Primero saludamos a todos, incluido Shaki que nos miraba tranquilamente. Creo que no sabía a qué se debía tanto alboroto. Después, en su blanquísima habitación aprovechamos para fotografiar los detalles y el vestido. Ese vestido sencillo y elegante de Rosa Clará. Era un bonito momento también para acordarnos de las personas importantes que la acompañaban de otra manera, cerca de su corazón. Aunque eramos pocos, los nervios estaban a flor de piel. Y es que ese vestido de tanta capa se rebelaba, el velo no terminaba de encajar y no llegábamos a los zapatos. Con ayuda de su hermana y su tía, y bajo la atenta mirada de su padre, al final no hubo ningún problema. ¡Estaba radiante!
Cuando ya estaban todos preparados, les dejamos con el coche de época en la puerta y, sin pausa pero sin prisa, pusimos rumbo hacia la iglesia, escondida entre las callejuelas del Casco Histórico. Esta vez el coche no nos supuso muchos problemas aunque al llegar a la Iglesia de San Justo y Pastor estábamos con la lengua fuera. Mucha gente guapa ya se arremolinaba cerca del novio, charlando animados para hacer tiempo. Allí nos encontramos a una familia muy querida, de esas que casi forman parte de la tuya y que darían mucho juego a lo largo de la boda… Alberto, no paró de recibir felicitaciones y estuvo pendiente de que todo fuese bien. Los invitados entraron y Alberto se quedó en el altar junto a su madre. Los segundos se alargaba y todos estaban mirando hacia la puerta. El jaleo de la calle nos hizo saltar el corazón… Cristina y el padrino ya habían llegado.
La entrada hacía el altar siempre crea una burbuja entre los novios, y nadie más. Las fotografías de los invitados, los piropos, y alguna que otra caricia, empujaban a la novia a su futuro marido que esperaba impaciente y emocionado. La ceremonia empezó emotiva con Marina, la hermana de la novia, que superó su «miedillo escénico» porque su hermana se lo había pedido. La emoción se respiraba entre familiares y amigos, pero los novios no paraban de sonreír. Después de algunos consejos del sacerdote, y de las lecturas, algunas memorizadas, llegaba el momento del «Sí quiero». Y fue en entonces, cuando un rayo de luz, se posó en la cabeza de Cristina, alguna bendición que venía del cielo…para creyentes o no, un momento que para quién se diese cuenta, fue realmente mágico. ¡Ya eran marido y mujer! Hubo muchas felicitaciones dentro, pero fuera esperaban los kilos de arroz y de confeti. Y decimos kilos por no decir toneladas, que no queremos que nos llamen exageradas…pero nuestro pelo lo supo bien.
Contamos una, dos y tres pero ni así estuvimos preparados para la lluvia de arroz y confeti que les calló encima. Después llegaron las felicitaciones, uno de los momentos más alegres con todos los invitados. Sólo se veían abrazos y miradas de cariño que terminaron cuando deberieron terminar, ni más ni menos. Después tocaba hacerse un par de fotos en los lugares que teníamos en mente. La Catedral, el Ayuntamiento, el pasadizo y alguna callejuela fueron testigos de los primeros besos de los recién casados mientras nos encontrábamos en cada esquina con algún conocido. Con la última parada en el Puente de Alcántara creíamos haber acabado las fotos de pareja pero aún el sol nos regaló un último rayo. Paramos en lo que podría parecer un sitio normal, pero no lo era, se respiraba paz, en medio de ningua parte. Un enclave muy significativo para Cristina y más en el día de su boda.
Desde la misma entrada, llena de globos y algarabía, ya nada pudo parar la celebración. El Hotel Cigarral Doménico les regalaba sus vistas desde su imponente terraza donde se celebraba el cóctel y la cena. Allí volvimos a coincidir con Carlos Muñoz, siempre es un placer ver como trabaja. Con la caída del sol, el calor dio tregua y la temperatura les acompañó en cada plato. Con música liguera y unos invitados muy guasones (no olvidamos el perro de piedra, ni los contínuos «que se besen»), el buen ambiente estuvo siempre presente aunque no faltaron los momentos especiales y emotivos donde hubo flores para los hermanos, y fotos para los padres, y el cielo recibió de la mano de Cristina y Marina, unos globos que significaban más que ningún regalo. A todos les emocionó verlos volar y no hizo falta palabras ni más ceremonias. Sin duda, un momento donde nosotras nos emocionamos al ver aquel abrazo de primas y tías donde su pensamientos y mirada se iban con aquellos globos, aún al escribirlo se nos siguen saltando las lagrimas. ¡¡Esos pequeños gestos dicen mucho!!
Para acabar, después de repartir los regalos a los invitados y tomarse el café, la pareja abrió la pista de baile en la misma terraza, con sus seres queridos formando un círculo y acabado con un… ¡todos para abajo! ¡a la discoteca!. Ya en la fiesta, el photocall y las fotografías instantáneas se convirtieron en la pareja perfecta para animar aún más a todos los invitados. No faltaron los más bailongos, alguno que tenía controlada la barra del bar, los padres que bailaban con los niños, los reyes de los disfraces… Todo el mundo se apuntó y la pista no se despejó ni a altas horas.
Gracias Cris y Alberto por tratarnos con tanto cariño y por tener esa ilusión en lo concerniente a nuestro trabajo, por confiar en nosotras para el día de la boda y sus preparativos. Y gracias a todos los demás por hacernos un hueco en la boda: en las casas, en la ceremonia y en el banquete. Un hueco para poder recordar lo que sentísteis, para siempre.
¡Un hurra por los recién casados!