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Unas íbamos para Segovia… mientras otros se iban para ¡Sevilla! Sin duda fue un día SeSe. Por lo que pusimos rumbo a tierra andaluzas a primerísima hora de la mañana, allí nos esperaba una boda sencilla llena de dulzura y alegría. El sol casi no había salido, pero cuando lo hizo parecía que solo se encontraba en Sevilla concentrando todo su calor de principios de otoño. Y es que el viaje, entre conversación y cabezadita, se pasó antes de lo que esperábamos. Sería por las ganas que teníamos de conocer esa finca que habíamos cotilleado días antes.
Nada más llegar nos encontramos con el jaleo correspondiente a aquel día: los encargados de dejar el lugar a punto estaban ya en marcha, ceremonia y zona del cóctel a punto. Nosotros aprovechamos ese momento para tomar cada detalle de lo que se estaba llevando a cabo. Pronto apareció Miguel, el novio, y por supuesto después tocó saludar a la novia, que se encontraba en su habitación retocándose maquillaje y peinado, no quedaba tanto para dar el sí quiero. Los invitados llegaban sin parar, lo que denominamos como un “chorro de invitados”, y eso que parecía que iba a ser una boda «pequeña» (pequeña por tierras andaluzas ya sabemos lo que significa). Mucha juventud rodeaba la boda: parejas de adolescentes, carritos, matrimonios, niños, más niños… y todos con una sonrisa. Buscaron rápidamente esa sombra que teníamos para celebrar la ceremonia, menos mal, porque si no más de uno se derrite. No mucho después llegó el momento, una entrada triunfal y emotiva de la mano de un padrino muy especial, el hijo de Lidia, que así se llama la protagonista del cuento. Avanzó por aquel caminito de césped que Miguel había recorrido minutos antes.
Como ya sabemos, las ceremonias civiles están rodeadas de palabras bonitas y comentarios sorpresa que hacen llorar a los novios, aunque en este caso no se quedaron ahí y conmovieron a toda la boda. Los culpables: las hermanas de la novia, sobrina, hijo mayor, compañeras de trabajo… aquello era un no parar de emociones. Pero para todos había un papel importante, la hija pequeña era la responsable de aquellos anillos que indican la unión entre dos personas. Para entonces los invitados estaban ya intranquilos, querían abrazar y besar a los novios, darles la enhorabuena, consecuencia de esto: la salida fue vista y no vista. Todo el mundo vivía la boda como si fuese suya. Menos mal que el sol apretaba y la gente necesitaba su primer refresquillo. Así comenzaba el cóctel y llegaba el momento de las fotos de familia, amigos, de compañeros… ¡qué no faltase nadie!
El cóctel se alargó con rica comida, pero las mesas esperaban. Había una que nos llamó la atención, y es que había tantos niños que en algún sitio había que tenerlos controlados así que se hicieron con la mesa más larga del salón. Los que estaban controlados eran los de la mesa nupcial que se encontraban en el medio de aquel maravilloso banquete pues eran el centro de todas las miradas y todos los abrazos. En la comida hubo alguna emotiva sorpresa: fotos a familiares y ramos para las mujeres de la celebración, siempre tan importantes.
Para cuando los invitados estaban brindando dando el cierre al banquete, los niños ya estaban revoloteando por aquel impresionante jardín de la Finca El Roso, pues aquellos castillos hinchables llamaban la atención de cualquiera, la nuestra también. Qué pena no habernos podido montar. Pero no solo había sorpresas para los niños, también para los adultos. Al salir se encontraron un escenario donde tocaron en directo el grupo “Bultaco” que, combinados con unas copas y unas chuches, dieron comienzo a la fiesta. La última sorpresa fueron las fotos instantáneas que tanto juego dieron y que dejaron un buen recuerdo en aquel libro de firmas personalizado para Miguel y Lidia. Todo el mundo quería dejar su recuerdo. Sombreros, pelucas y bigotes fueron también complementos de la fiesta, y más de uno se partía de risa del de al lado al verle con una peluca de cualquier color.
El Lorenzo que tanta guerra había dado, incondicional de esta Sevilla con un color especial, iba desapareciendo y el novio decidió ponerse zapatillas y… ¡qué siga la fiesta! Cuando ya teníamos todo recogido, Lidia nos encandiló con su lanzamiento de ramo: corriendo sacamos las cámaras pues no nos lo queríamos perder bajo ningún concepto. Así inmortalizamos, con la última foto del día, el final de una gran celebración. Nos marchamos a descansar con buen sabor de boda aunque sin el ramo, pues no pudimos pillarlo al vuelo. Al día siguiente nos esperaba un viaje lleno de historias y anécdotas de la boda que nos acompañó en nuestra vuelta a casa.
Muchas gracias por confiar en nosotros antes y después, por la dulzura y el cariño para con todo el equipo (que no somos pocos), pero sobre todo, por la diversión y el color especial de vuestra boda.