Y coincidir

Con un “hola” en un whatsapp mañanero empezaba el día tempranito para recordarnos, por si se nos olvidaba, que María y David iban a tener un día muy especial: el de su esperada boda. Y es que no habían faltado las anécdotas que nos contaba María sobre los preparativos, sobre divertidas reticencias de David y detalles preparados con mimo.

Nuestra primera parada era la “casa del novio”, esta vez ubicada en el mismo Cigarral de Caravantes, lugar en el que también se celebraría el banquete. Llegamos con todos nuestros bártulos, comentando la jugada y revisando detalles y sorpresas para que nada se nos escapara. También pendientes de nuestros otros compañeros y su boda de la tarde… ¡ya que era un día de boda doble! Aparcamos y, mochilas en mano, fuimos a recepción a preguntar por David. Allí una pareja de graciosos abuelitos argentinos monopolizaba al recepcionista así que con algo de suerte, dimos mutuamente los unos con los otros. Y es que no cabía duda de que era nuestro novio… ¡porque ya estaba vestido del todo!

Primero fuimos a la habitación para descubrirla totalmente ordenada. Nos acompañaba uno de sus hermanos y dos de sus “sobris”. La luz del sol, los reflejos y en especial las niñas nos daban más alicientes para sacar bonitos encuadres mientras se colocaban junto a la ventana con risas nerviosas. Para ayudarles a estar cómodos, bajamos en busca del resto de la tropa de Puertollano con los que nos fuimos encontrando de camino a las terrazas. Con Toledo de fondo y un precioso día en el horizonte, se sentaron y charlaron de lo que se avecinaba con un momento en familia que nos encantó. Bromas, abrazos y todos muy guapos, fue una auténtica “casa del novio” aunque se tratase de un hotel e hicieron a David sonreír en todo momento. Mientras se acercaban algunos familiares más, recién llegados de tierras ciudadrealeñas, apartamos un poco a David para darle un encargo especial directamente de su futura esposa: una nota solo para él. ¡Qué calladito se lo tenía!, decía al leerla. Con la nota, sus padres, hermanos, cuñadas, sobrinas y primos le dejamos en buena y abundante compañía para irnos a ver a la novia.

Aparcamos en la puerta con una suerte genuina y subimos por entre los portales, bloques y puertas que no parecía tener un orden aparente. Entre risas llegamos a la entrada donde nos abrieron la puerta (ya hemos olvidado hasta quién), para encontrarla abarrotada de gente. María estaba en la habitación ya casi arreglada porque “no iba a recibirnos desnuda” como decía ella. Bonito encuadre el que nos proporcionaba su puerta y la luz del buen día que comenzaba, nos echaba un cable. Aprovechamos los rincones y los gestos de sus ayudantes, mientras llegaban a cada momento miembros de la familia o algún amigo para asomarse a la puerta después de guardar fila en el pasillo. Y es que eran muchos ¡de verdad!.

Después de que hiciéramos algunas fotos con su madre, su hermana o sus tías junto a la ventana, pasamos al salón para verle los taconazos y que le colocaran el velo. Allí se arremolinaban escondidos para verla y no salir en las fotos a la vez que le lanzaban piropos. Los niños de arras con sus bolsitas de saco le ayudaron a ponerse los zapatos, aunque más bien comprobaron que tenía las uñas bien pintaditas. Los amigos no faltaron tampoco y foto a foto, cuando nos quisimos dar cuenta ya volvíamos a tener fila… y es que todos querían hacerse una foto con María, nuestra chica preciosa. Con las maletas en la puerta para irse de luna de miel, su padre nos contó alguna anécdota como “la de la señora que perdió las braguitas en la iglesia”. Esas y otras cosas que pueden suceder. Nos fuimos con pena pues teníamos cogido el encuadre perfecto aunque en el patio hicimos foto gamberra a algunos amigos, así que la risa continuó.

La llegada a la Ermita del Cristo de la Vega fue fácil, cosa que nos gusta mucho. En la entrada, nos encontramos con Borja y María, cosa que no recordábamos esperarnos. Bonitas noticias y la promesa de más risas aseguradas con ellos. David, por su parte, ya estaba esperando en la puerta con sus imprescindibles con una charla agradable bajo la atenta mirada de su monumental estatua. Nuestra toledana «Estatua de la Libertad» según algunos y sitio de múltiples leyendas.

Aunque todos querían ver el reencuentro, el plan siguió su curso y cuando la novia llegó, David ya estaba en el altar junto a su madre deseando verla. Todo estaba preparado: las flores y los cuadernillos para seguir la ceremonia, los invitados en sus bancos, la alfombra roja… y la música empezó a sonar. El dúo de cuerda fue una delicia y, a partir de ese reencuentro, nos regalaron preciosas canciones versionadas que hicieron más acogedora si cabía a esta pequeña iglesia.

Entre peticiones, lecturas y sonrisas, había miradas cómplices. Esas que, a pesar de los nervios no se pueden borrar. No titubearon y con las frases de rigor se convirtieron en marido y mujer. La vela de A loja do gato preto fue testigo. A la salida soltaron algunos globos de corazón pero a duras penas porque entre tanto arroz y pétalos casi no podían avanzar. La alfombra roja era larga pero se quedaron a las puertas porque… ¡Los niños atacaban en primera fila! Y ante eso no hay nada que hacer. Después, las felicitaciones y los besos, unas fotos de familia con mucha intención y …¡rumbo a la naturaleza inhóspita!

Aunque la ceremonia se había alargado un pelín, aún quedaba tiempo para hacer unas fotos por Toledo, aprovechando los rincones que conocían bien. Una caminata un poco más larga de lo esperado pero acompañados de Ana y Dani, chófer para la ocasión. Subimos por el Puente de San Martín para escuchar saludos y retos para tirarse por la tirolina, pasamos por el arco y nos fuimos todos hacia el Cigarral Caravantes. Allí les esperaban todos sus invitados, dispuestos para hablar con ellos y disfrutar del rico cóctel en la terraza con vistas. Fue el momento de hacer las fotos de grupo y, con el truco de cerrar los ojos, el sol molestaba un poco menos. Entre conversación y conversación, una copa de vino voló con tan mala suerte de caer en el vestido de María. Como era tinto recurrieron al remedio casero de frotar con vino blanco y allá que fue Borja a ayudar a su amiga. Estaba a huevo cantarle el «así frotaba, así, así» porque puso empeño. Sin embargo, María lo dejó por imposible y siguió disfrutando de la fiesta de su boda con una frase que también marcó: «cuanto más roto esté el vestido, significará que mejor me lo he pasado». Y con esa actitud es difícil no acertar.

A lo largo de la comida, movida donde las haya, sucedieron muchas cosas. Sorpresas de la pareja, sorpresas de los invitados, cacharritos por aquí, impresiones por allá… No fue lo que se dice un rato tranquilo y apacible pero a pesar de los nervios, de probar con prisas la deliciosa comida con la que nos obsequiaron (mil gracias!), llegaron a tiempo todas las sorpresas. El desafío lo cumplimos y nos encantó ver las sonrisas de padres, hermanos, cuñados y sobrinos al abrir las cajas y envoltorios que guardaban una copia de las fotos de familia que habíamos hecho en la iglesia. Era una sorpresa preparada con antelación por la pareja, que estaba en todo. Con cada plato, algo sucedió y casi pedimos un cronómetro para parar el tiempo. Los novios no podían estar más felices con esa algarabía tan especial 😉 Genial a esos amigos, ya dueños oficiales de las congas en la comida.

Después, el baile nupcial más en el aire jamás contado sucedió a su estilo, con una canción que les hizo sonreír sobre todo cuando lo acompañaron de los peques de la boda y, después de sus hermanos y cuñados. ¡Eso es echar un cable! ¡Ole! A partir de ahí, empezó a sonar Divinevents con buena música y un atractivo juego de luces que consiguió animar a todos. Mientras unos bailaban pegaditos, otros pedían permiso para coger los pelucotes del photocall. Más risas con las fotos de grupo y por parejas donde mayores y niños participaron, con instantáneas incluidas. Y es que el stand de fotografías Polaroid echaba humo… ¡todos querían llevársela a casa!. María y David ya lo tenían pensado y por eso les prepararon unos dípticos donde guardarlas con una frase muy especial dentro: “Tantos mundos, tantos siglos, tanto espacio… y coincidir”. Simplemente corazón derretido.

De esta guisa transcurrieron horas y congas, pasando algunos a disfrutar en la terraza también de una charla con la temperatura agradable que aún perduraba. Una buena excusa para, antes de partir, presenciar el “manteo” de ambos y la presentación de “pescaitos” en sociedad. Nos fuimos a descansar con besos y con nuestros trastos, que no eran pocos, y allí se quedaron aún bailando.

Gracias a todos los familiares y amigos por su alegría, en especial a Borja y a María a los que nos encanta ver con tan buenas noticias bajo el brazo. Gracias a María y a David por decir “sí, quiero” con nosotras. Por confiarles a nuestras cámaras esos momentos tan importantes. Por todos los días, mensajitos de antes de la boda y la confianza siempre presente.

Una suerte ésta de coincidir, criaturas.