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Un día mas que nos levantamos afónicas de tanto cantar a la vuelta de la boda. El sábado nos tocó viajar y esta vez fue hasta Alcázar de San Juan aunque parecía que nos habíamos ido más lejos. El acento andaluz predominaba y la alegría, el cariño y los detalles lo hacían con él.
Eran las 2 de la tarde, el cielo estaba despejado y había una luz suave preciosa. Al llegar a Alcázar, nos perdimos, ¡cómo no! pero esta vez fue por las calles cortadas ocasionadas por las fiestas. Sin pararnos a echarles un vistazo y gracias a la orientación de Alejandra, encontramos aquella maravillosa casa y en la entrada al hermano de la novia acompañado de una labrador marrón chocolate que adoraba a su dueña.
Movimos el vestido tantas veces como quisimos a lo largo de la casa; armarios, escalera, puertas.. El ramo y los zapatos iban como complemento mientras los nervios empezaban a notarse en toda la familia y amigos que empezaban a llegar.
Regina ya estaba lista después de su perfecto maquillaje. La habitación que tanto le había visto estudiar y crecer, se convirtió en el sitio perfecto para sacar su sonrisa. Su madre, la cual pensamos al principio que era la que se casaba, la vistió con paciencia y abrochó cada botoncito con el mayor cariño.
Más amigas, los niños, los familiares, la perrita… todos querían ver a la novia y algunos darle algún detalle. Así que los minutos pasaban sin darnos cuenta y… ¡teníamos que irnos a la ceremonia!
Menuda Iglesia la de San Francisco, una de las más bonitas en las que hemos estado sin duda, y para completar esa belleza Fernando Sánchez cuidó cada detalle a la perfección; alfombra blanca, velas a los laterales de la misma, flores a cual más bonita, cojines para los niños encargados de las arras y los anillos… Creíamos estar en la boda de los príncipes pero no hubo patadas como la de Froilán, por suerte.
Aquella arquitectura nos volvía locas, la luz era espectacular, la emoción y las sonrisas, la música de violines … Todo iba viento en popa.
A la salida el arroz y los pétalos volvieron a ser protagonistas en las fotos, y la lluvia, si, la lluvia. Así que utilizamos la magia de aquel momento para las fotografías de los protagonistas y antes de que la cosa fuera a más, pusimos rumbo al lugar elegido para el banquete.
El atardecer nos acompañó mientras hacíamos fotos a la pareja y las bromas para conseguir la carcajada más natural se sucedieron. Marcos dio el punto de humor y positividad, y Regina la valentía de caminar por tierra húmeda con aquel espectacular vestido crudo.
A lo lejos, La Quinta Monteguerra, iluminada en cada rincón, con aire manchego y con una resolución de trabajo impoluto. Todo el banquete se había trasladado dentro y, no hay mal que por bien no venga porque quedó íntimo y precioso. La gente estaba animada, querían fotos y nosotras también así que aprovechamos que el patio tenía una preciosa iluminación y, entre unas cosas y otras, las fotos en grupo fueron más bonitas que nunca.
Luego llegó la hora de ponerse manos a la obra con ordenadores y discos duros pero la cena nos dio toda la fuerza que necesitábamos. ¡Qué rica estaba! Gracias a Regina y Marcos por la invitación. Entre plato y plato montamos el photocall a la entrada de la discoteca, los muebles del propio evento acompañaron la decoración y la alegría de los invitados le dio toda la utilidad que tiene. Volaban las pelucas, los bigotes y los gorros entre risas, como debe ser.
Nos tocó subirnos a banquetas altas para reflejar el baile y la felicidad que inundaba aquel sitio tan mágico, con farolillos de colores y vistas a la finca. Así nos dieron las 4 de la mañana con tanto baile y tanto cariño de familiares e invitados. El padre de la novia nos despidió con palabras preciosas que nos guardamos para nosotras, y de los novios nos llevamos un gran achuchón de esos que tanto nos gustan. ¡Gracias pareja!
Después por supuesto nosotras continuamos la fiesta cantando en el trayecto y como resultado nos falta la voz.
¡Qué vivan los novios!