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En noviembre hay valientes que se casan, y Sara y Miguel son dos de ellos. El sábado nos esperaba una de esas bodas que nos sorprenden, con mucha chicha y ¡con mucha gente!
La mañana la tuvimos libre para preparar todo pero la comida estaba pronto encima de la mesa pues la casa del novio nos esperaba. Tras alguna anécdota con la puerta del garaje y alguno del equipo que saca dotes de Hulk/electricista, emprendimos un viaje corto esta vez para ver como al novio le cuidaban en su gran día. El coche estaba abarrotado de bártulos, donde no cabe ni una pestaña, (ya no un alfiler), pero con música y esas conversaciones entre amigos, somos capaces de meternos en una cajita de cerillas.
Al llegar descargamos parte del equipaje y subimos a ver a Miguel que nos recibió con una sonrisa y un rincón lleno de todo aquello que iba a hacer especial la boda. La luz entraba por la ventana para regalarnos esas fotos a contraluz que tanto nos gustan, y los dibujos de la televisión delataban la existencia de algún niño. Fotografiamos los detalles y el ambiente, algo que nos encanta. De repente, y cuando todos estabamos concentrados se oye un «¡Taráaaaan!» y aparece un peque, sobrino de Miguel, que venía a mostrar a su tío su precioso trajecito.
Su madre y madrina, le vistió con el mayor cariño que puede dar una madre. Primero terminar de abrochar la camisa, después, elegir una de las dos corbatas que tenía, sí sí ¡dos!, novio coqueto el del sábado. Y para finalizar ese detalle tan especial que hacía tener un poquito más cerca al padre de familia, unos bonitos gemelos. El resto de detalles pasaron a ser responsabilidad de sus dos hermanas, la colonia, el prendido y ese botón final de la chaqueta. ¡Aquí ya un novio preparado!
Cuando salimos a buscar a más miembros de la familia nos encontramos, como son las cosas, con un antiguo profesor pero no solo de una, si no ¡de las dos fotógrafas! Y eso que jamás estudiamos juntas. Alegres coincidencias que no hubiésemos conseguido ni aposta. Los dibujos de «Sam el bombero» tenían su motivo, no nos equivocábamos ya que había tres pequeños sobrinos revoltosos. Ellos hacían que a los mayores se les cayera la baba y alegraban el hogar creando nuevos recuerdos. Nos reímos con las bromas y las anécdotas, no podía ser de otra manera. Además, la llegada de su primo y su pareja fue tanto inesperada como agradable. Especial para él. Cuando todos estaban listos, nos dispusimos a hacer las fotos de familia y salir pitando a casa de la novia que nos esperaba bien acompañada.
Desde el balcón nos saludó con mucha alegría y ya peinada. Eso nos ayudó a localizar el piso y subir a verlos. Todo el mundo estaba preparado para el gran evento. Al entrar en la casa vimos un pasillo lleno de fotos de hijos y nietos hechas por el abuelo, la mayoría en blanco y negro, cosa que como amantes de la fotografía nos encantó. El final de ese pasillo aguardaba el vestido de la novia, que después de unas fotos cambiaría de habitación.
Gracias a las chicas de la casa, la novia iba enfundandose en aquel vestido blanco que encajaba como un guante. Detrás de madre y hermanas, unos ojillos que la miraban orgullosos y que estaban pendiente de todo detalle. Era el papá que en un discreto segundo plano la miraba desde la puerta con adoración. Los zapatos, el velo y los pendientes fueron rodados, parecía que lo había hecho más de una vez aunque ella nos preguntase «¿qué hago?, ¡qué no me he casado nunca! «. También escuchamos la anécdota tradicional de como se quedó olvidada en el garaje, cosa que se cuenta a menudo según nos dijeron. Y aunque solo estábamos algunas chicas, como por arte de magia salían más hermanos, esta vez los dos chicos de la casa que también que estaban bastante coquetos. Les pillamos más de una vez en el espejo y además pedían fotógrafo particular!! Pusieron el punto divertido, sin duda.
El cuadro de la mamá en el salón fue el que presenció las fotos de parte de la familia aunque algunos de ellos faltaban porque si no… ¡no cabíamos todos! Entre bromas, selfies en la terraza y Sara como la protagonista, pasaron algunos minutos en ese acogedor salón. Alguna casi-lágrima al posar junto al papá fue el único momento en el que estuvimos a punto de estropear el rímel. Pero salimos todos airosos. Los relojes daban la hora mientras nos íbamos y alguna vecina casi se cae del balcón para ver si salía ya la novia. ¡Nadie quería perdérselo! Nosotros nos fuimos corre que te corre para encontrar aparcamiento y recoger el antes de la ceremonia. Teníamos ua misión especial.
El coche apareció tímidamente aún cuando muchos se encontraban en la puerta de nuestro querido Santiago el Mayor. Raro, pero a la novia le tocó esperar dentro del coche hasta que todos estuvieran dentro. Pocos minutos antes, Miguel nos había recibido allí mismo y, apartándonos un poco pudimos ver su emoción al leer una nota secreta de Sara. Había llegado el gra día…
Ese contraluz que siempre nos da esta parroquia, dejaba en silueta a la novia y el padrino que avanzaban lentamente mientras Miguel esperaba con una sonrisa enorme. Fue un gran momento de emoción para todos los invitados, entre los que alguna lagrimita se escapó. Durante la ceremonia no faltó la música, que protagonizaba algún conocido que ya tenemos cariño, tampoco faltaron las anécdotas de los sobrinos acercándose al altar con los abuelos y los novios o las lágrimas en las peticiones.
Fue una boda de esas bodas que no puedes pestañear ni un minuto porque algo te pierdes. Más de un sacerdote quiso estar presente en el enlace y más de una persona… ¡si no cabían! Los bancos repletos, las paredes servían de apoyo para los que se habían quedado de pie y hasta los turistas se asomaban al ver una boda tan especial donde todos participaban de una u otra manera. Para finalizar hubo un canto a la Virgen y las manos se unieron para hacer ese baile que ya conocíamos y que esta cantado y coreografiado a la perfección.
La salida de los novios fue un tanto especial pues nunca nos había pasado que saliesemos y ya no hubiese sol, bueno, mejor dicho, ni sol ni luces por ningun sitio, las únicas las que nosotros poníamos. Aún así el arroz se volvió a apoderar de nuestras imágenes, los abrazos y las felicitaciones no cesaron. Eso sí, los achuchones fueron casi a tientas.
Después subimos al Casco Histórico y allí tuvimos una anecdota más. Desde Zocodover paseamos hasta el único sitio con luz propia: La Catedral de la Capital Imperial. Hasta ver aquel edificio tan mágico, recorrimos las calles repletas de gente siempre con piropos y miradas indiscretas de esas que llegan a partir cuellos. Nos encantan estos recorridos pero nos teníamos que dar prisa porque la procesión del Rocío iba a salir. Y justo cuando pasamos por la puerta de la impactante Catedral, un chico con muy buenas intenciones nos dejó hacer alguna foto en la mismísima Puerta de la Misericordia. Un momento muy especial para los novios de esos que solo tienes cuando estás en el momento y en el lugar adecuados. Aunque era de noche, todo fluía a la perfección y aunque teníamos tiempo, la hora llegó pronto.
El cóctel esperaba repleto de gente deseosa de inmortalizar el momento en ese photocall improvisado que nos dio Toledo, así que aprovechamos para hacer fotos de grupo con amigos y familiares. Las 30 mesas estaban listas y la comida a punto para ser servida, por lo que poco a poco el espectacular salón circular de El Cigarral del Bosque se fue quedando vacío. En el momento adecuado, la música sonó y los novios aparecieron. Una entrada donde recorrieron el inmenso salón para agradecer a sus invitados que hubiesen asistido a la celebracion. Las servilletas blancas giraban en el aire mostrando la alegría de todos.
La cena estuvo repleta de sorpresa originales para los novios: coches piñata llenas de billetes, árboles frondosos y no precisamente de hojas ni tierra, cofres piratas, cajas fuertes con misteriosas contraseñas y álbumes que evocaban los bonitos recuerdos del pasado. Los novios también tuvieron detalles para esas personas tan especiales y que hacen que el mundo tenga sentido… ¡los abuelos! orgullosos de ver a sus nietos felices y enamorados. Con cada «¡que se besen!, ¡que se besen!» se iban intuyendo las ganas de juerga y la cena se hizo corta. Al llegar a la discoteca, ya estaban las pelucas adornando más de una cabeza y las copas en más de una mano. Pero lo que no se esperaban los novios eran los dos vídeos que les hicieron sus familiares y amigos. Emoción y caras de asombro, de risa, de nostalgia… recorrían toda la habitación.
Después, un detalle más, una canción compuesta por los novios que al final acabamos cantando más de uno. Un baile muy especial que abría paso a la fiesta y que nos dejó frases ta bonias como el título que encabeza este blog. Las fotos instantáneas y el libro de firmas, así como el vídeo fueron clave una vez más, cobraron protagonismo. Todo el mundo ponía de su parte con saludos, bailes y brincos, y con bonitas palabras que acompañaban a las mágicas fotos polaroid. Poco a poco nos dieron las tantas, teníamos todo retratado, el vídeo quemando tarjetas y el libro de firmas totalmente organizado. Era el momento de recoger y repetir abrazos entre todos los que nos hacían sentir parte de la boda.
Fue una boda de reencuentros con antiguos novios, Carlota que esta perfecta despues de tener al pequeño Adolfo que mas de un bocadito le hibiesemos dado, y Antonio, que por cierto, ni Jonh Travolta baila así. A sus hermanos y papás ¡qué pronto nos veremos!. A ese grupo de antiguos compis del cole, y Pilar, la hermana de otra novia muy querida, Marina. Pero sobretodo a los novios y su familia por contar con nosotras y confiar en nuestro trabajo. Por el cariño y sobretodo por hacernos sentir tan valorados y ser tan agradecidos.
Enhorabuena pareja!!