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El sábado empezó temprano, muy temprano, un día importante con tintes andaluces que hizo poner a todo el equipo en pie antes de ver a Lorenzo salir. Mientras el coche hacía kilómetros, el sol asomaba con una pinta estupenda y nos hacía desear sacar la cámara del maletero. Las avellanas, las canciones y cómo no, las noticias de actualidad, acompañaron el viaje. Pronto surgió una de las anécdotas típicas en nuestras vidas, la gasolina. Menos mal que el Polo aguanta y es nuestro fiel aliado. El reloj nos acompañaba de comunidad en comunidad, no había prisa pues íbamos bien de hora. Las autopistas fueron poco a poco dejando el paso a la carretera rodeada de casas pequeñas de piedra y de ahí hasta el camino de tierra que indicaba que estábamos cerca, aunque cómo no… nos habíamos perdido un poco. Aún así, sabíamos que aquella ermita que nos daba la bienvenida en medio del campo era la banderita de llegada. La Tejera de Fausto estaba justo en frente y allí empezaba todo.
Teníamos muchas ganas de esta boda, era sencilla, especial, por lo que primero fuimos a saludar a los novios y a la familia con la riñonera y la sonrisa puestas. Todo estaba en calma mientras nos acercábamos a la casa y vimos a Gloria. Mientras nos enseñaba los distintos puntos en los que estarían desarrollandose los acontecimientos, veíamos pasar a los sobrinos, padres y hermanos, cada uno con un recado distinto. Todos ayudando a decorar la finca con los detalles que la pareja. Y aunque decían que no era mucho, le daba el toque especial que la ocasión requería. Sin nervios, sin vestirse aún y juntos. ¡Nos encanta!
Después de urdir algún que otro plan para más adelante, la pareja nos dejó en buenas manos. Con el objetivo de conocer otra parte de la finca, el pequeño Jesús, uno de sus sobrinos, nos hizo de guía hasta la segunda casa. Mientras, nos contaba la cantidad de animales que vivían allí, el nombre de sus hermanos y su opinión sobre todo lo que le preguntamos con ese andar suyo tan seguro y ese acentillo tan gracioso del que nos íbamos a enamorar. Gracias a él localizamos un rincón que nos iba a dar mucho juego más adelante.
Las habitaciones tenían nombres de animales también, en concreto pájaros. Nos movíamos volando de una a otra mientras los novios empezaban ya los preparativos y, aunque ellos no podían verse desde… em… 20 minutos antes… el gusanillo de saberse a pocos metros les hacía mella. Alguna mirada por la ventana o el balcón a escondidas, las manos retorciendose y los pasos de arriba para abajo les delataban. Para contarlo todo, diremos que la habitación del novio era, en realidad, un salón de belleza. Su madre, aunque nos recibió muy sexy, no podíamos aún sacarla en las fotos. Por eso y entre risas, los hombres de la casa se arreglaban mientras todos pasaban por el set de peluquería y maquillaje que allí habían improvisado. Alberto también se preparaba y, como todo buen chico independiente, tuvimos que pedirle algún momento un poco más lento. Tirantes estampados, chaleco rosa y corbata. Gemelos y chaqueta. En un plis plas su madre, su padre y uno de sus hermanos le ayudaron con carita de «me están apuntando». También una de sus tías que se conocía los detalles de esos momentos nos ayudó. La luz del sol era, sin duda, el mejor regalo para un día tan especial.
Mientras, Gloria se preparaba acompañada de todas sus mujeres en una habitación de doble altura espectacular que sería la suite nupcial. Nos encantó especialmente que una de sus hermanas la maquillase creando en ese rincón rodeado de madera y luz, un bonito encuadre que aprovechamos al máximo. Su madre,la miraba con esos ojos preciosos que tiene, sus hermanas la colocaban cada detalle y le decían lo guapa que estaba con ese acento que lo hace todavía más especial, y sus sobrinas revoloteaban por allí. admirando a su tita que estaba a punto de casarse. Y Gloria, después de colocarse el vestido, el collar de flores y sus pequeños pendientes estaba simplemente preciosa y preparada para dar el sí quiero.
Poco a poco los invitados llegaban abajo para aparcar los coches y saludar a la familia y al novio. Todos sonrientes, incluido el abuelo Pedro al que sacamos después de ese momento en muchos más. Todo preparado, casi listos para salir pero… ¿y Beltrán?. El bebé lloraba en su carrito y no era para menos… ¡aún no estaba vestido para la ocasión!. Anécdotas de prisas que son parte de estos momentos y que los papás se tomaron con humor.
El camino hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Vegas era corto y por eso los invitados se fueron andando, al igual que nosotras por el arcén de la carretera. Un detalle muy pintoresto que sorprendía a los conductores con su colorido desfile. La llegada del coche de la novia no se hizo esperar. Cuando todos los invitados estaban allí, paró su Lancia beige junto al gran árbol seco. Mientras salía del coche con la ayuda de su padrino, la gente observaba desde la entrada y entre las columnas. Nadie se quería perder el momento y tenían muchas ganas de ver a la novia. Alberto intentaba escuchar a la gente que le hablaba alrededor pero se notaba donde estaba toda su atención. Gloria ya bajaba, más radiante que el sol, con su padre del brazo.
La ceremonia en aquella ermita tan espartana transcurrió tranquila con las palabras jóvenes del párroco, las lecturas de familiares y amigos, y el silencio que les rodeaba. El cura destacaba porque ha sido el más moderno de todas las bodas en las hemos estado. Entendía más de tecnologia que Bill Gates porque la Biblia no la llevaba en un libro… ¡si no en el iPad! ¡ahí es nah!
Estuvo llena de gestos cómplices, captamos miradas preciosas entre ellos y alguna lágrima de emoción al nombrar a los que ya no están. Y aún así lo que más llamaba la atención era lo que no estaba: y eran los nervios, los horarios y las prisas, los ruidos de fuera. El ambiente que consiguieron crear alrededor de ellos eligiendo ese precioso rincón del románico era algo tangible que formaba parte de su forma de hacer las cosas.
Tras la misa, el altar nos atrajo para realizar las fotos de grupo y ese abuelo protagonista que tanto nos sonreía y hacía sonreír a la cámara. Pero fuera, ese silencio que se había creado empezaba a desquebrajarse… cuchicheos, bolsas, «ya salen, ya salen» se oía en aquella media luna de gente expectante. Y es que las bolsitas tan monas de arroz que vimos preparadas en aquellos detalles del principio, se convirtieron en sacos. Sí, en sacos. Aún no sabemos donde escondía el hermano del novio los kilos y kilos de arroz aunque se rumorea que los chinos se han pasado al pollo porque el arroz… ¡se lo llevaron todo los de Jaén!. En pocos segundos aquello se convirtió en un escenario donde, a parte de casarse, se podía patinar alegremente. ¡Menudo descontrol de pies! Demasiado arroz por el suelo… bueno, por el suelo, el pelo, las zapatillas, algun canalillo… Así que a la salida recogimos besos y abrazos importantes de los más pacientes, y poco a poco los invitados se fueron yendo en ese caminito tan fácil. Era estornudar y aparecer en la finca.
Llegaba un momento que nos encanta, los novios contandose sus impresiones, relajados, siendo ya marido y mujer. Las sombras nos llamaron la atención, la naturaleza que rodeaba la historica ermita servía de complemento maravilloso, y por supuesto aquel coche propio aparcado como si de un anuncio se tratase, hizo el resto. La carretera y el sol nos invitaban a que realizasemos alguna fotografia de esas que nos gustan, donde hay un poquito de riesgo. Mientras, los novios saludaban alegremente por el techo solar. En la finca aprovechamos todos los recovecos de aquel lugar y un antojo de la novia, una cama elástica que ya Jesús nos había enseñado. En principio pensábamos que solo saltaría ella pero Alberto con sus tirantes nuevos decidió estrenarse en este deporte, subirse y acompañar a cada brinco de su preciosa mujer. Beso por aquí, historia por allá… y sin duda, de una boda.. sale otra boda. Benditos los amigos que se casaron hace ya algunos años porque ni Roma, ni Suiza les separaron. Al revés… Roma y amor usan las mismas letras. Nos encantaron esas historias que nos contaban mientras volvíamos al coche. Tocaba hacer la entrada triunfal.
¡Qué bonita ceremonia!.. pero el cóctel no se quedaba atrás. Los novios entraron como si de una película se tratase, un coche lleno de latas que indicaban que ya eran recién casados, un sol espléndido y unos invitados que desgastaron las palmas dando aplausos. Los niños jugaban en ese césped casi infinito, las fotos de parejas, grupos de amigos y familiares eran para este momento y las enhorabuenas se oían por donde pasáramos. No era para menos.
En esta boda poco tuvimos que andar como sabéis, el comedor estaba al ladito con todo preparado y con más detalles de los que en un principio pensabamos. Regalos, como ese aceite de Jaén, y tarjetas emotivas para cada uno de los invitados, papeles que llamaban la atención de cualquier niño, y es que precisamente guardaban sus regalos. Algunos se sabía perfectamente que eran… pues la forma redondita lo delataba. En ese momento de emoción, como si se hubieran adelantado los Reyes Magos, disfrutamos de bromear con los niños, nuestros intrépidos ayudantes. Allí todo el mundo tenía guasa y ese acento que nos encandilaba. La comida fue rápida, a un paso vivo pero dejando a todos disfrutar, levantarse, hacerse bromas y relajarse. Enhorabuena a la finca. Nosotras también comimos muy bien atendidas en el restaurante rústico, cosa que agradecemos muchísimo. Mesa por mesa hicimos fotos para que no faltase nadie, mientras el photocall iba tomando forma.
La fiesta no se demoró mucho y pronto acabamos en el baile… un baile muy especial… pues el cariño comenzó con pasos lentos y acabo con uno de esos rocks con los que se te mueven los pies aunque no quieras. Los invitados hacían corro, cantaban la canción a gritos, y se les escapaba algún paso que caracteriza a este baile. Los novios tenían coreografiado hasta el saludo final!! Gran sorpresa, pareja.
Después llegó la diversión incontrolada, pelucas al vuelo, copas y chuches, baile y más baile. Mónica Naranjo protagonizó uno de los momentos mas divertidos de la fiesta, y es que nuestra conocida y querida novia veterana Isabel, comenzó con las imitaciones hasta que llegó la novia con el micrófono de plástico hinchable y arrasó la canción. No sabemos si la voz sería tan buena como la de Mónica… pero el play back y la interpretación,si lo eran.Lo clavó.
Otro momento que nos encantó fue cuando toda la boda se prestó para hacerse una gran foto en común. Subimos a la escalera, animamos un poco el cotarro y las risas salieron pronto. Pero no quedaba ahí la historia… Ya recogiendo y finalizando las últimas fotos con las tarjetas temblando y bien gordas, llenitas de fotos, el rock vuelve a sonar esta vez para deleitar los oídos de los hermanos y el novio. Momentazo que la tía, los padres y los amigos disfrutaron como el que más, un gran reencuento. ¿Os pensáis que los pasos de baile estaban finiquitados? Eso pensábamos nosotras… ¡Pues no!, las palmas y las voces de Mark Ronson y Bruno Mars con «Uptown Funk» sonaron fuerte y como si se tratase de los propios bailarines, los amigos del novio interpretaron la canción tipo musical con saltos y una actuación muy divertida. Alberto, ajeno y sin haber ensayado, les siguió bien en su papel de cantante como si el concierto fuese suyo. Maravilloso.¡No podíamos creernos lo que nos pasaba a última hora!.
Gracias chicos por confiar en nosotros, por vuestra sencilla y mágica boda, porque sin duda, era un cuento y un regalo para nosotras. Gracias a todos por aquellas palabras tan preciosas, por no dejar que la pista de baile se aburriese, y por el cariño, que no nos faltó. ¡Enhorabuena pareja!