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Ola de calor, decían para este pasado sábado en el centro de España y, con grados o sin ellos, la fecha de la boda de Olga y Toño se aproximaba. Después de comer y preparar todas nuestras mochilas, nos pusimos en camino hacia Aranjuez para ver a nuestros aventureros, con lo que habíamos compartido lugares bonitos, rincones secretos y recetas de cocinillas. Teníamos muchísimas ganas.
Llegar a cualquier parte siempre tiene el peligro de perdernos y, aunque lo intentaron con tanta calle prohibida y sin gps, nuestro olfato de bodas nos indicó el camino hasta la Finca los Rosales, un sitio precioso en el que ya habíamos estado. Al llegar nos recibió la tranquilidad de su jardín, decorado para la ocasión y con bonitos detalles que los novios habían supervisado. En el porche esperaban algunos familiares y también Toño, que merodeaba por allí con la prohibición de ver a la novia. Puerta con puerta pero sin querer romper la tradición de verse antes de la celebración… ¡qué nervios!.
Nuestro primer paso fue seguir a la mamá de Olga, siempre sonriente y la que nos apodó «Los duendecillos», ¡Nos encanta!. La encontramos preparándose en el baño de su gran habitación,la estaban peinando y maquillando con la ventana abierta donde solo se veía «verde» lo que aportaba muchísima tranquilidad.¡Así da gusto! Empezamos por los detalles, el vestido, que encontró su encuadre en el maravilloso salón, los zapatos, los cuales movíamos cuál ninjas de un lado para otro escondidos y protegidos para que Toño no nos pillase con las manos en la masa…El ramo, en el mejor sitio que podía estar, la nevera. Así que, aprovechamos que teníamos a la pareja en la misma casa para mezclar los detalles de uno con los de otro. Algo muy recomendable y divertido.
Los familiares iban llegando mientras les recibía Milú, el perrito de la familia que iba igual de trajeado que el resto y que disfrutó como el que más a su aire todo el día. Los rincones de la casa nos embaucaban y llamábamos a las puertas cuál carteras. Olga ya estaba lista, pero antes de vestirse, un momento que nos encantó, fue la novia la que maquilló y peinó a su madre. Un momento muy emotivo y tierno que reflejan la realidad con naturalidad. Tocaba subir ese precioso vestido que poco a poco iba encajando perfectamente. La liga, los zapatos y faltaba algo… ¿Pero qué? Una pulsera pero no una pulsera cualquiera, una en la que ponía «Las de siempre, para siempre». Llamaron a la puerta y aparecieron 4 amigas emocionadas viendo a la preciosa novia. Era su momento pero Olga tenía una sorpresa para ellas, esa pulsera que resumía lo que significaban en su vida. Así que las cinco mostraron sus pulseras orgullosas, algunas ni quitaron la etiqueta… Menos mal que estuvieron para acompañarla, porque la espera en la habitación se hacía cada vez más tensa pues la novia no paraba de asomarse por la ventana para ver llegar a todos los invitados. ¡Ya no quedaba nada!
Mientras, en otra parte de ese mismo pasillo, Toño se arreglaba en compañía de su madre que nos avisó cuando estuvo listo para terminar e inmortalizar el momento. El reloj, la pajarita, el chaleco… todo fue fácil hasta llegar al prendido, ese que trajimos también de la nevera y que dio un poquito de guerra. Debía quedar bonito y no recargado con el pañuelo, como decía Toño. ¡Fuera pañuelo!. Aunque lo que más nos gustó/encantó/divirtió fueron esos gemelos de Superman que nos contaban un poco de ese superhéroe que llevaba dentro. Madre e hijo mano a mano y capa a capa le dejaron listo mientras se oía eso de «porqué la gente se no casará en invierno, con este calor…», y el abanico salía como complemento de la madrina. ¡Indispensable!.
Plim, plam, plom. Solo las puertas cerrándose con las corrientes de aire rompían el silencio y es que había una calma mágica en la finca. Los nervios iban por dentro y no tardaron en hacerse notar mientras Toño y todos los invitados se ubicaron en la pérgola de la ceremonia, donde entre telas blancas y una gran pradera iban a recibir a la novia que esperaba ramo en mano a muy poquitos metros de allí.
El recorrido hasta aquella alpaca que haría de asiento, fue rápido, deseando llegar, con sus amigas recogiendo la cola y su padre agarrándola fuerte del brazo, orgulloso. Tanto si cabe como Toño al verla llegar, ¡qué mirada!. La ceremonia fue corta y después de leer algunas palabras de la hermana de Toño y una de las amigas de ambos, y de leer todos los aspectos legales, quisieron hacer el rito celta de enlazar las manos. La respiración se le cortó a más de uno a la hora de leer los votos nupciales, algo especial sin duda. Nunca hemos visto prometerse amor de esa manera «Princesa ricitos, aunque sea pequeño y débil, por ti moveré montañas y mataré dragones». La emoción brotó en cada invitado, y cómo no, en los novios. El camino se llenó de petálos y piropos, para finalizar con achuchones, felicitaciones y besos, muchos besos. Los selfies de las amigas con los protagonistas abundaban, pero nosotras también hicimos nuestro trabajo. Antes de que se fueran para el cóctel tocaba foto de grupo, y así fue. Tras esto les tocaba a ellos, un par de besos en un rayo de sol y punto, no necesitábamos más. Era la hora del cóctel.
La comida se movía de un lado a otro sin parar, el paisaje acompañaba y el calor no destacó en exceso. La música en directo con aire cubano, una bonita sorpresa de Olga a Toño, amenizaba la velada y los bailes de algún gamberro, ponían el toque de humor. Detalles por aquí, foto emotiva por allá y conversación relajada mientras Milú aprovechaba y comía jamocito de quien tuviera a bien dárselo. Entre unas cosas y otras, pronto llegamos a la cena. La boda entera estuvo rodeada de la palabra Love, palabra que presidia la mesa de los novios. Había corazones en las sillas blancas y un cielo cuajado de pequeñas luces les cobijaba mientras empezaba a atardecer. Fue una cena muy rica, podemos decirlo pues tuvimos la suerte de probarla, muchas gracias pareja, tuvo ritmo, no hubo muchos parones excepto un bonito momento en el que Olga salió para darle un ramo enorme a su cuidadora, a la que tanto cariño tiene. Sonaron muchos «que se besen» y más de una trompetilla a cargo de amigas y amigos. Las amigas también tenían una sorpresa para ella: le dieron un bonito álbum recogiendo fotografías antiguas que mostraban lo que decía la pulsera «Las de siempre. Para siempre».
Después, los novios se movieron por las mesas para dar los regalos a los invitados y a nosotras que no nos faltó tampoco, nos hicieron sentir una más, sin duda. Pero estos regalos eran especiales, los había hecho la novia, ¡qué maravilla! Dos vaselinas de diversos tonos, y un alfiler de con una cabecita de mujer con tocado; rubias, morenas, con sombrero con pluma, sin ella… A lujo de detalle. Y otro toque especial, la cerveza personalizada…ya os diremos cómo está y brindaremos a vuestra salud. 😉 Sabemos que es este momento en el que se crea un in pass, pero en esta ocasión duró poco…Un buen amigo de los novios, y animador de corazón, llevó a todos los invitados a la pista de baile, ¡te contrataremos para otras bodas! Pasito a pasito, todos los invitados se encontraron entre luces y buena música. Era la hora del baile.
El Dj David, o Garri como le llaman los amigos, estuvo en todo momento ofreciendo su ayuda. Ya lo ha hecho en alguna ocasión, y en esta boda le estamos igual de agradecidas. Ahora le tocaba a él pinchar buena música. Primero el baile de los novios donde brotaron las sonrisas y las miradas, las caricias…un baile estudiado, pero que salió de dentro, como todo lo que hicieron ese día. Después, intercambiaron pasos con el resto de invitados y… ¡menudos pasos! Nosotras también tuvimos el privilegio de compartir baile. No había quién les parase, sobretodo en canciones como «Paquito el chocolatero» , «Follow de lider», «Grease»… pero …¡qué vemos! Alguien con peluca, hora gamberra. Los novios y los amigos decoraron sus trajes con pelucones, gafas, sombreros ridículos y carteles en los que reconocían buscar pareja, bailar mejor que Beyonce, o ser el alma de la fiesta… ¡Qué buen momento! Nosotras seguíamos buscando la mejor foto subidas desde el balcón, desde una silla, y menos mal que los árboles estaban lejos porque si no… Y allí les dejamos, dándolo todo, con las habitaciones identificadas y la comida del día siguiente esperando a ser cocinada.
Muchas gracias por tratarnos así, con tantísimo cariño, como uno más. Por confiar en nosotras, por hacernos sonreír, y por permitir que seamos esos duendecillos que inmortalizan el día de vuestra boda. Gracias. Toca amarse, soñar y seguir mirándose como os miráis.