Todo lo que tengo es tu mirar

Este sábado, bien temprano, ya estábamos preparadas para una nueva boda. ¿Qué sorpresas nos depararía? Y es que, aunque la pareja tenga todo organizado siempre hay pequeños detalles que cambian al vivirlos. Y en más de una ocasión la emoción, en este caso, se presentó sin avisar.

Tal como teníamos en la hoja de ruta, llegamos a casa del novio en primer lugar. Nos recibió con pantalón de traje y sudadera, con una gran sonrisa y muy dispuesto. Nos encantaba el ambiente de la casa: traquetreo de primera hora de la mañana, luces a medias y la calma expectante que avecina un día importante. Con la muralla del casco de Toledo asomando por la ventana, los muebles de madera y los rincones familiares no podíamos tener mejor escenario.

Cuando llegaron el cuñado y los niños en pijama se nos rompió un poquito el corazón. ¡Qué bonitos! Y es que tenían que estar preparados para acompañar a la novia como niños de arras con la ropa que ya les esperaba sobre la cama. Con mucho cariño, su padre les fue vistiendo con un poco de ayuda mientras hablaban de la fiesta de Halloween de la noche pasada. Está visto que son días de muchos compromisos…

Mientras tanto, el papá de la familia ya estaba listo y se paseaba por la casa. Cuando Lucas y Clara estuvieron arreglados, todos nos enamoramos pues eran “un príncipe y una princesa” como bien decía su padre. La cocina se presentaba como un set de belleza donde la maquilladora tenía desplegado su arsenal. Allí la madrina terminaba de darse los últimos retoques con los niños y demás miembros de la familia revoloteando de vez en cuando. Poco tiempo después llegaron los hermanos de Carlos y pusieron otro punto de emoción. Él, ya de traje completamente, solo necesitaba un par de manos para ayudarle con la corbata y los gemelos, y allí estaban su familia para echarle un cable. No se nos olvida la pregunta a Lucas: – ¿Te gustan los gemelos? – y su carita de circunstancias. ¡Sinceridad ante todo!

Y así empezaron algunas fotos de familia de más pequeña a más grande y siempre con Carlos como protagonista. Con sus padres, con sus sobrinos… Y alguna guasona de los hombres la casa. Cuando su hermana estuvo preparada y se acercó para las fotos de familia hubo otro de esos momentos para recordar… y es que la cara de su marido al verla fue un poema, pero poema de amor. ¡La cámara tenía que capturarlo!. Bonitos recuerdos de risas y abrazos que llenaban el salón. Unos cuantos clicks más con los hermanos y la familia al completo… y ¡suena la alarma!. La penúltima foto (como nos gusta decir) desde la calle para fotografiar el balcón de madera y la despedida de Carlos… y ¡andando al siguiente destino!

La llegada curiosa a casa de la novia pasará al libro de petete de las casualidades y es que llegamos al número 1 que nos indicaba el GPS y sí, había un señor con traje y corbata en la ventana. Nosotras muy felices le saludamos pero resultó no ir de boda. Eso sí, su amable ayuda nos vino muy bien. Aparcamos en la casa de la novia pocos minutos después y allí en el coche dejamos nuestros nervios. Menos mal porque Virginia… ¡ya llevaba los suyos puestos!

Allí el jaleo estaba servido y de eso nos dimos cuenta cuando un perrito nos daba el saludo en la puerta de la casa. Subimos la escalera y conocimos a toda la familia: padres, hermana y tíos de Virginia. De ella lo primero que vimos fue su llamativo pelo rojo ¡preciosa!. Y eso que aún estaba sin maquillar. Por eso, aprovechamos para fotografiar esos momentos, acompañadas de su tía, su hermana, su madre… ya que a todas les tocaba pasar a darse unos retoques o a prepararse el peinado. Los sobrinos ponían la energía, teniendo al abuelo pendiente de que se entretuvieran con todos los dibujos que ponían en la tele en ese momento y, a ser posible, no se mancharan los trajecitos. Después hicimos algunas fotos a los detalles y a los vestidos, todos colgados arriba en la buhardilla.

La habitación de maquillaje y peluquería nos regalaba momentos muy bonitos y miradas de sus familiares desde la puerta. Y aunque Virginia no quería, ver de gala a su madre, a su hermana y a su cuñada casi le hace llorar…¡Casi! pues el maquillaje estaba a punto de concluir. La cosa no llegó a tanto y a medida que pasaban los minutos y nosotras nos movíamos de arriba para abajo, poco a poco la novia iba estando lista. Nos entretuvimos con los peques, revoltosos como son los niños, los anillos, las arras, el arroz, los pendientes, el ramo… Algunas de esas cosas, con una historia muy muy reciente.

Con el tocado en su lugar, era el momento del vestido palabra de honor que esperaba en la buhardilla y que su hermano y su madre bajaron a cuatro manos. Ya solo las chicas de la casa y su hermano le ayudaron a vestirse en su antigua habitación siguiendo los pasos que les habían aconsejado. Primero lencería (especial y coqueta),y no la tentemos que «soy muy exhibicionista» decía entre risas la princesa Elsa, como la llamaban sus sobrinas…Después, las medias, cancán, vestido … capas y capas para, al mirarse al espejo verse ella misma guapa, ¡GUAPA!. Y allí la emoción también estuvo presente porque ya estaba lista, porque era el día de la boda y todos los sentimientos estaban a flor de piel. Hermana y mamá se abanicaban para evitar las lagrimitas mientras le recomendaban llevar el velo y la estola. Después de que nos sonara la alarma, hicimos unas fotos en familia y nos fuimos pitando hacia la Iglesia de Santiago El Mayor, un lugar que conocemos muy bien.

La suerte seguía de nuestra parte y el tiempo mejoraba por momentos. ¡Quién diría que era una boda a últimos de octubre!. Por eso la gente iba llegando, charlando en la puerta y disfrutando del momento mientras iban poco a poco entrando en la iglesia. Dentro ya estaba Carlos a pie de altar con su madre, pendientes ya de la llegada de Virginia. Y cuando sonó la música no existía nada más que ellos dos. Una bonita y emocionada mirada que hacían sobrar a las palabras.

Esa sencillez tan elegante de esta iglesia mudéjar era otro complemento. Decorada con flores y velas, le dio un ambiente muy acogedor. Palabras sencillas donde no faltaron miradas de complicidad entre ellos a lo largo de toda la misa. Para animar el momento, la pandilla de niños de arras tenían ganas de jugar y allí tuvieron que ir los hermanos de los novios a poner orden y paz porque solos eran un peligro. En esa tesitura avanzó la ceremonia con las lecturas de amigos, madrina, primo, sobrino… de gente toda importante para ellos. Y después con unas frases, se dieron el «sí quiero» y al firmar fueron oficialmente marido y mujer. Ahí es nada.

A la salida tuvieron arroz, besos y abrazos, todos en grandes cantidades para equilibrar. Buena temperatura, sol y su gente a su alrededor ¿qué más se puede pedir?. Cuando todo se calmó, fuimos a nuestro siguiente destino, una invitada muy especial: la Virgen de La Estrella. La visita a la Ermita de La Estrella fue corta pero muy emotiva. Algunos invitados fueron testigos de cómo ambos se acercaba al altar y Virginia entregaba un ramo de flores con lágrimas en los ojos. Mientras, todos le cantaban a la Virgen y se nos ponían los pelos de punta. Un detalle precioso de ambos que tiene historia y que le da un cariz diferente. Allí aprovechamos para hacer las fotos de familia ya con el arroz en el pelo, cosa que dicen da buena suerte.

Entre la ceremonia y el cóctel, nos escapamos los cuatro por Toledo. Nada formal ni de DNI, porque ya se sabe que cuando más agusto se encuentra uno, más auténtico aparece en las fotos. Poquito a poco llegábamos al Puente de San Martín para ese bonito paseo de charlas y anécdotas que han vivido en las casas o en la ceremonia. Disfrutaron de su coche clásico, ruego de la novia. Y aunque no fue el protagonista dio mucho juego. A partir de ahí, solo un paseo en el que nos contaron confidencias, en el que supimos el porqué de la Virgen de La Estrella y en el que hubo graciosas coincidencias amorosas. También comprobamos a la sombra de un árbol que sus besos… ¡no tienen fin!. Era peligroso pedirles uno y eso nos hacía reír a todos. ¡Cómo nos encanta! y además… con unas vistas de Toledo tan impresionantes como las que teníamos. Octubre, cielos azules y calorcito. Sorprendente.

La llegada al jardín del Restaurante Asador Las Nieves donde sus invitados ya les esperaban, arrancó un aplauso general y desde el minuto uno ambos disfrutaron de todo aquello que habían estado organizando. Era momento para el relax y para hablar con sus invitados, algunos de los cuales ya iban descalzos, abandonando los tacones entre el césped. Entre conversación y conversación hicimos algunas fotos, sobre todo con aquellos que no habían tenido oportunidad, que aún eran muchos. Entre ellos, muy especialmente los abuelos Gregorio y Ricarda que estaban pasándoselo pipa. Y poco a poco, bandeja a bandeja, cerveza a cerveza… el tiempo fue pasando en buena compañía para ir abriendo el apetito. Con un casi manchón de vino al traje de la novia, algunas otras cámaras y móviles acompañándonos de foto a foto y ganas de todos ellos por estar con los protagonistas, se acabó el cóctel y se despejó el jardín. Era hora de pasar al banquete.

En el momento en el que sonó la música, entraron por la puerta los nuevos esposos flanqueados por sus padres. Todos cogieron su copa y brindaron mientras Alejandro Sanz cantaba aquello de «Desde cuando te he estado esperando…Todo lo que tengo es tu mirar…», y ellos se emocionaban con esa letra tan suya. Era un momento mágico que estaban felices de compartir. Los besos y abrazos a sus padres lo transmitieron sin palabras. Un choque de copas y …¡qué vivan los novios!

Después hicimos un parón para comer algo, por el cual les estamos super agradecidas a ambos, aunque teníamos una oreja alerta como el Inspector Gadget, y el personal de Las Nieves nos tenía informados, mimándonos un montón. Así que después, para aprovechar los tiempos, montamos el photocall que iba a ser importante ya en la fiesta. Palos, telas, maletas… entre viaje y viaje, echábamos un vistazo. Al acabar, nos dieron un chivatazo y nos encontramos con el regalo del álbum y vídeo de la despedida de soltera de las amigas y hermana de la novia, la cariñosa Patri. La larga fila de mujeres y flashes a pares que inmortalizamos el momento. Después, hermanos, cuñados y padres se encargaban de repartir los regalitos a sus invitados que siempre sorprenden y hacen ilusión. Mesa a mesa, chicos o chicas… salvo la de los niños que se habían esfumado. Pero… ¿dónde estaban esos revoltosos?

Pues ellos también estuvieron muy entretenidos ya que una pareja de payasos les hicieron las delicias cuidando de ellos, con bromas y juegos que trasladaron desde el salón al patio después de comer. Allí hincharon globos y crearon animales, espadas y mariposas, y aunque hubo alguna discursión por este o aquel muñeco, no faltaba quien pusiera paz. Sobre todo tocando un poco de música con su saxofón, que dejó a más de uno intrigado mirando cómo funcionaba. Después, sacaron el paracaídas, una tela enorme de colores donde mantearon a todos los muñecos de globo y que les hizo reír a carcajadas. Un detalle muy tierno para con los peques.

Mientras, en el salón la gente disfrutaba de la sobremesa y Virginia se escapaba con su madre en misión secreta… Cuando abrieron el salón de la discoteca y las luces empezaron a moverse, la gente se animó pasando a pedir alguna copita o moviendo tímidamente las caderas en la periferia de la pista. A los pocos minutos, Carlos y Virginia aparecieron para abrir el primer baile oficial. Ella se había cambiado su amplio vestido con cola a un vestido corto de mucho vuelo y espalda trasparente y eso, además de su calzado auguraban cosas interesantes. ¡Y tanto! Hicieron un baile preparado de una canción lenta muy íntima donde entre miradas enamoradas se atrevían con algún paso más complicado. Todo el mundo grababa, hacía fotos y sonreía en la media luna que los rodeó. Otro de esos momentos preciosos que recordarán por siempre.

Así empezó la fiesta ¡a pasarlo bien en la pista!. Continuó con más bailes, la conga general y el photocall echando humo con pelucones, gafas y gorros volando por el salón. Y es que nadie se resiste a cambiar el look por un momento y ver al de al lado con aquellas pintas. Fue un ir y venir pero para nosotras fue un placer estar allí. Esa alegría es el mejor cierre a un día perfecto. Gracias a Virginia y a Carlos por estar siempre pendiente de nosotras, por tratarnos con tanto cariño hasta en los momentos de más nervios. A familiares y amigos por tener siempre una sonrisa para estas cámaras.

Así, sí. ¡Felicidades!