07
Última boda del año. El día se despertaba nublado y con niebla, ocultando Toledo desde la carretera. Por suerte no llovía y, de hecho, no parecía que fuese 3 de diciembre. Más aún de ahí en adelante a lo largo del día. Para no faltar a la verdad diremos que no nos encontramos como habíamos planeado: las llegadas a las casas de los novios fue otra anécdota más para apuntar en el libro de Pepete.
Ésta vez el novio se preparaba junto a su familia muy cerquita de la iglesia, cerca de La Reconquista. Dirección y teléfonos anotados. Todo perfecto para que nada saliera a la perfección ya que al llegar al portal una dulce niña contestó un «ESPERA!» y allí nos quedamos. Descubrimos pocos minutos después que esa casa no era la nuestra y que allí no había ninguna boda. ¡Estupeeeendo!. Menos mal que era un número el que falló porque ni el carnicero del barrio sabía nada del tema. Llegamos, con la lengua fuera, pero llegamos.
Después del contratiempo, todo fue fácil. Al subir hablamos con una se sus hermanas y la madrina, a las que contamos la peripecia. La casa, adornada con luces y espumillón navideños, nos recordaba las fechas en las que estábamos para que las fotos lo capturaran para siempre. Javi estaba preparándose y nos recibió también al llegar, dispuesto y apuesto para las fotos. Nos escabullimos para empezar a capturar momentos, sobre todo esos en los que el novio se prepara y los suyos le ayudan. Son nuestros favoritos. Él se movía de un sitio a otro buscando el mejor rincón; habitación, baño, comedor… En éste último su padre se encargó de ayudarle con los tirantes que, al ser nuevos, dieron un poco de guerra como manda la tradición. Empezaban los preparativos de un día especial.
Mientras, en la casa de la novia buscábamos a Gabriela y los suyos. Nos hacía especial ilusión volver, ya que hace dos años se casaba la otra niña de la casa, Carlota, y los recuerdos eran muy bonitos. Nos recibió Alfonso, el hermano cantante de la familia. Allí todo estaba igual pero se sumaban más personas: nuestro querido novio Antonio y el nuevo peque de la casa, su hijo Adolfo. Al llegar, las chicas aún no estaban y aprovechamos el ratito con los chicos y detalles. Mientras ensayaban las canciones, cogían llamadas, e imaginabamos la boda… el ambiente era un hogar. Nos hicieron sentir en casa.
La puerta sonó, fue entonces cuando oimos mas de una voz familiar que saludaban con el cariño y la naturalidad de personas que ya se conocen. Las mujeres de la casa llegaban peinadas y maquilladas, podían haber ido en chandal que guapas estaban un rato. Pero había vestidos demasiado bonitos que tenían que estrenarse,así que mientras Gabriela nos ponía al día , los anillos, las arras y el ramo nos esperaban en aquella preciosa estanteria llena de recuerdos y fotografias, alguna que nos adjudicamos su autoria. Entonces llegó Helena, la mamá de la novia que mos abrazó fuerte y se puso manos a la obra para vestir a su hija. Primero la mítica sabana en el suelo para que nadie se manche y luego esos botenes que da miedo abrochar. Poco a poco Gabriela se converia en Novia de revista y las miradas curiosas de sus hermanos asomaban por la puerta. El pequeño de la familia también estaba preparado tan guapo que hacía competencia, lo sentimos familia, pero es así. Asi que todos listos; trajes y corbatas, Tocados y vestido rojo espectacular que llevaba la hermana de la novia y querida novia nuestra, era el momento de confesar y de esa bendición que nos pone los pelos de punta. Emociona, sin duda, la calma y el cariño de Alfonso padre, se transmitia no solo a la protagonista, si no a todos los que nos encontrabamos en aquella habitación. Pendientes, prendidos, anillos, medias, zapatos… todo, todo estaba listo. Tocaba emprender viaje.
Mientras, Javi también tenía complicaciones. La corbata no quedaba como quería pero se notaba mucha maña en su hacer y deshacer de nudos. Poco a poco sus hermanas y su tía también le echaron un cable con el reloj, el chaleco y los gemelos de pingüino (apuesta personal del novio). Las habitaciones y los pasillos eran un hervidero de gente y el espejo frente a la entrada (espumillón incluido) tenía cola porque todos querían verse perfectos. Para terminar solo quedaba ponerse la chaqueta para estar super elegante.¡Todo un caballero inglés!.
Cuando todos estaban preparados y eran casi las doce en punto, hicimos un alto para un momento especial: la bendición. Para ello toda la familia se acercó para estar unidos. Una mezcla de tradición y modernidad mientras leía el texto desde el móvil. Curioso y emotivo, no podía faltar. Después, una foto con la madrina, con las hermanas y… ¿y el papá?. Con los nervios nos quedábamos sin tiempo para más fotos en familia así que en la calle, con la hilera de árboles al fondo, hicimos la foto de toda la familia al completo, con las parejas que les habían acompañado con ilusión también. En pocos minutos, anduvimos unos metros, cruzamos un paso de cebra y la muralla nos saludaba, al igual que los invitados que nos encontrábamos por el camino. Javi estaba un poco nervioso pues llegaba la hora y el prendido estaba en la iglesia. Sin prisa pero sin pausa llegó entre felicitaciones para esperar a una novia que ya estaba en camino.
La entrada fue especial. Los nervios hicieron acto de presencia justo antes de abrir las puertas de la iglesia de Santigo el Mayor. Todo el mundo esperaba y gracias los suyos, Gabriela pasó de tener las manos dormidas a bien agarradas del brazo de su padre que la acompañó hasta el altar. Allí Javi la esperaba con su tía, ambos mirando hacia delante pero deseando darse la vuelta. Un detalle especial que hizo más emotivo el encuentro.
La ceremonia fue pasando de una parte a otra de la mano de sus seres queridos, cada uno poniendo un pequeño granito de arena ya fuera leyendo, decorando la iglesia, organizando, cantando, tocando o simplemente estando allí con ellos. Familiares y amigos que recordaron a esas personas especiales que ya no estaban presentes y les prometieron estar allí para ayudarles en los momentos buenos y malos. En el ambiente flotaba esa sensación de «estar en casa» , que nos transmite esta parroquia, una calidez que no entendía de diciembres. Se notaba el esmero y la participación en los detalles, sobre todo nos sorprendieron las nuevas canciones, con las que se nos iban los pies, o la cruz sobre la que se dieron el sí quiero.
Las voces e instrumentos del coro hicieron para acabar un canto a la Virgen. Especial fue la presencia del padrino en esta melodía, acompañando con su guitarra por sus hijos y yernos. A continuación, abrieron el baile en círculo con su paso tan característico y al que se animaron muchísimos, nosotras nos tuvimos que frenar. Vimos algunas caras ya conocidas como las de Sara y Miguel, nuestros queridos novios de noviembre, y sus padres a los que saludamos con cariño. Todos de la mano y con sonrisas, una bonita manera de acabar. Después de algunas fotos en familia en el altar ya como marido y mujer, poco a poco los invitados fueron saliendo y pertrechandose de arroz en grandes cantidades. Todos expectantes en semicírculo les lanzaron una lluvia de arroz muy divertida en cuanto asomaron su cabecitas y les fue imposible escapar. Seguida de esa, otra de abrazos para compensar. Fue ahí cuando los nervios se fueron y sus invitados pudieron dedicarles abrazos y felicitaciones durante un rato.
El sol se intuía tras las nubes pero el tiempo estaba en calma. Todo un lujo para hacer las fotos en pareja en uno de nuestros sitios predilectos de Toledo. El coche de época inglés lucía muy a juego en esta ocasión y llamaba la atención allá donde iba. Por eso también lo aprovechamos para hacer algunos «clicks» más. Después, un paseo sencillo donde les hicimos fotos mientras nos contaban algunas de sus anécdotas o compartíamos nosotras las nuestras. Era un rincón espectacular que nunca habían visitado y nos encantó ser las primeras en mostrarselo: una panorámica de la ciudad envidiable. Con ese telón de fondo, las suaves sombras y esas sonrisas… ¿quién no disfruta haciendo fotos?. Nosotras, como enanas, dábamos grititos y saltitos de los nuestros. El que nos conoce, lo sabe.
Fue entonces cuando entre paso y paso descubrimos su historia. Sus paseos por Madrid y la plaza de Colón que vió como su amor surgía. Aquella falsa «pedida de mano» con un bombón un tanto vacilona y que puso demasiado nerviosa a la novia, pues el metro no era el mejor lugar para hacerlo… y la pedida de mano real que no se esperaba y donde Gabriela tuvo que asegurarse que no era una broma como la del bombón. Divertido, sin duda.
De camino al cóctel hicimos una pequeña parada en el Puente de San Martín, al que encontramos decorado ya con las luces navideñas. Un paseo corto, algunos besitos para el recuerdo y en marcha. Tras despedirnos del chófer y su precioso coche, entramos en el Cigarral del Bosque para encontrarnos con sus muchísimos invitados disfrutando del salón circular y sus vistas desde la terraza. El brindis abrió la veda y después de ese momento, casi no volvimos a verlos más con tanta gente como había…¡qué pasada!. Los corrillos charlaban y se ponían al día teniendo de fondo una preciosa música en directo de la que ya disfrutamos en la ceremonia y que ahora cambiaba de registro. En la terraza, el frío no nos impidió hacer varias docenas de fotos de la pareja con sus grupos de amigos y familiares que pacientemente se fueron turnando para pasar por el improvisado photocall. Algunas más posadas, otras de risas e incluso algunas tipo gánster; todas valían la pena de un posible resfriado.
El paso de los invitados al salón del banquete nos dio una excusa perfecta para observar la decoración: la caricatura de la pareja en cada mesa y unas tarjetas solidarias allí donde a veces hay regalos. «podríamos haber elegido un regalo más mono, más bonito o más dulce pero no mejor». Con el comienzo de la música, Gabriela y Javi bajaron entre vítores para disfrutar aún un ratito más mientras nosotras hacíamos un pequeño parón para comer un poco. ¡Mil gracias por el detalle, chicos!. Aunque siempre atentas del móvil, estábamos en contacto permanente con el Señor Orozco y sus secuaces. Por si las moscas. Y tuvimos esa gran suerte de un Barsa-Madrid viendo la tele, mientras comunicabamos los goles a mas de un intrigado.
Cuando volvimos la cosa continuaba, y no nos referimos al Clásico Madrid-Barça que ya había acabado. Con los «que se besen!» les hicieron levantarse para darse besos, les cantaron la canción de la copa mes a mes y siguió ese buen ambiente del que hicieron gala. Entre plato y plato, sorpresas; a las abuelas unas flores que a más de uno hizo llorar, y cuando creían que la cosa iba a estar tranquila, llegaron las sorpresas que no teníamos en nuestro planing. Un portatizas DIY gigante hecho los alumnos de Javi apareció en procesión: allí guardaron mensajes y detalles para ellos. Se notaba la ilusión de sus amigos al dárselo y la cara de sorpresa total la pareja al recibirlo. Después, llegó aquello de lo que habíamos oído rumores pocos minutos antes, un flash move en toda regla de gran envergadura donde participaron todos y que rodeó la mesa presidencial a golpe de música. Los más atrevidos y bailongos se pusieron en primera fila y los demás formaron un círculo de manos sincronizadas a su alrededor. Esto nos daba una pista del nivel de la fiesta que nos venía a continuación.
Y no defraudó: desde el primer momento con el vídeo que les proyectaron, con el baile remix que se marcaron los novios cual bailarines de Beyonce, y todas y cada una de las canciones que llenaron la discoteca. En todo momento la pista estuvo ocupada y la alegría no decayó. Al fondo, el photocall que triunfó fue el de Hollywood, hecho por los ya profesionales Carlota y Antonio. No faltaban detalles: bocadillos para los más cinéfilos, un marco tipo clip y estatuíllas de los Oscar. Un escenario con alfombra roja que tuvo mucho movimiento y que aprovecharon al máximo los golosos para acercarse también al Candy Bar. ¡Felicidades por ese currazo!. Y gracias a todos, a los que ya nos conocían y a los que fotografiamos por primera vez. A la familia por aguantar con cariño a estas dos chicas Que no paran, por contar de nuevo con nosotras y por los abrazos tan grandes que nos llevamos. A Gabriela y Javier por sonreír y disfrutar con nosotras. Vaya pareja de guapos.
17
En noviembre hay valientes que se casan, y Sara y Miguel son dos de ellos. El sábado nos esperaba una de esas bodas que nos sorprenden, con mucha chicha y ¡con mucha gente!
La mañana la tuvimos libre para preparar todo pero la comida estaba pronto encima de la mesa pues la casa del novio nos esperaba. Tras alguna anécdota con la puerta del garaje y alguno del equipo que saca dotes de Hulk/electricista, emprendimos un viaje corto esta vez para ver como al novio le cuidaban en su gran día. El coche estaba abarrotado de bártulos, donde no cabe ni una pestaña, (ya no un alfiler), pero con música y esas conversaciones entre amigos, somos capaces de meternos en una cajita de cerillas.
Al llegar descargamos parte del equipaje y subimos a ver a Miguel que nos recibió con una sonrisa y un rincón lleno de todo aquello que iba a hacer especial la boda. La luz entraba por la ventana para regalarnos esas fotos a contraluz que tanto nos gustan, y los dibujos de la televisión delataban la existencia de algún niño. Fotografiamos los detalles y el ambiente, algo que nos encanta. De repente, y cuando todos estabamos concentrados se oye un «¡Taráaaaan!» y aparece un peque, sobrino de Miguel, que venía a mostrar a su tío su precioso trajecito.
Su madre y madrina, le vistió con el mayor cariño que puede dar una madre. Primero terminar de abrochar la camisa, después, elegir una de las dos corbatas que tenía, sí sí ¡dos!, novio coqueto el del sábado. Y para finalizar ese detalle tan especial que hacía tener un poquito más cerca al padre de familia, unos bonitos gemelos. El resto de detalles pasaron a ser responsabilidad de sus dos hermanas, la colonia, el prendido y ese botón final de la chaqueta. ¡Aquí ya un novio preparado!
Cuando salimos a buscar a más miembros de la familia nos encontramos, como son las cosas, con un antiguo profesor pero no solo de una, si no ¡de las dos fotógrafas! Y eso que jamás estudiamos juntas. Alegres coincidencias que no hubiésemos conseguido ni aposta. Los dibujos de «Sam el bombero» tenían su motivo, no nos equivocábamos ya que había tres pequeños sobrinos revoltosos. Ellos hacían que a los mayores se les cayera la baba y alegraban el hogar creando nuevos recuerdos. Nos reímos con las bromas y las anécdotas, no podía ser de otra manera. Además, la llegada de su primo y su pareja fue tanto inesperada como agradable. Especial para él. Cuando todos estaban listos, nos dispusimos a hacer las fotos de familia y salir pitando a casa de la novia que nos esperaba bien acompañada.
Desde el balcón nos saludó con mucha alegría y ya peinada. Eso nos ayudó a localizar el piso y subir a verlos. Todo el mundo estaba preparado para el gran evento. Al entrar en la casa vimos un pasillo lleno de fotos de hijos y nietos hechas por el abuelo, la mayoría en blanco y negro, cosa que como amantes de la fotografía nos encantó. El final de ese pasillo aguardaba el vestido de la novia, que después de unas fotos cambiaría de habitación.
Gracias a las chicas de la casa, la novia iba enfundandose en aquel vestido blanco que encajaba como un guante. Detrás de madre y hermanas, unos ojillos que la miraban orgullosos y que estaban pendiente de todo detalle. Era el papá que en un discreto segundo plano la miraba desde la puerta con adoración. Los zapatos, el velo y los pendientes fueron rodados, parecía que lo había hecho más de una vez aunque ella nos preguntase «¿qué hago?, ¡qué no me he casado nunca! «. También escuchamos la anécdota tradicional de como se quedó olvidada en el garaje, cosa que se cuenta a menudo según nos dijeron. Y aunque solo estábamos algunas chicas, como por arte de magia salían más hermanos, esta vez los dos chicos de la casa que también que estaban bastante coquetos. Les pillamos más de una vez en el espejo y además pedían fotógrafo particular!! Pusieron el punto divertido, sin duda.
El cuadro de la mamá en el salón fue el que presenció las fotos de parte de la familia aunque algunos de ellos faltaban porque si no… ¡no cabíamos todos! Entre bromas, selfies en la terraza y Sara como la protagonista, pasaron algunos minutos en ese acogedor salón. Alguna casi-lágrima al posar junto al papá fue el único momento en el que estuvimos a punto de estropear el rímel. Pero salimos todos airosos. Los relojes daban la hora mientras nos íbamos y alguna vecina casi se cae del balcón para ver si salía ya la novia. ¡Nadie quería perdérselo! Nosotros nos fuimos corre que te corre para encontrar aparcamiento y recoger el antes de la ceremonia. Teníamos ua misión especial.
El coche apareció tímidamente aún cuando muchos se encontraban en la puerta de nuestro querido Santiago el Mayor. Raro, pero a la novia le tocó esperar dentro del coche hasta que todos estuvieran dentro. Pocos minutos antes, Miguel nos había recibido allí mismo y, apartándonos un poco pudimos ver su emoción al leer una nota secreta de Sara. Había llegado el gra día…
Ese contraluz que siempre nos da esta parroquia, dejaba en silueta a la novia y el padrino que avanzaban lentamente mientras Miguel esperaba con una sonrisa enorme. Fue un gran momento de emoción para todos los invitados, entre los que alguna lagrimita se escapó. Durante la ceremonia no faltó la música, que protagonizaba algún conocido que ya tenemos cariño, tampoco faltaron las anécdotas de los sobrinos acercándose al altar con los abuelos y los novios o las lágrimas en las peticiones.
Fue una boda de esas bodas que no puedes pestañear ni un minuto porque algo te pierdes. Más de un sacerdote quiso estar presente en el enlace y más de una persona… ¡si no cabían! Los bancos repletos, las paredes servían de apoyo para los que se habían quedado de pie y hasta los turistas se asomaban al ver una boda tan especial donde todos participaban de una u otra manera. Para finalizar hubo un canto a la Virgen y las manos se unieron para hacer ese baile que ya conocíamos y que esta cantado y coreografiado a la perfección.
La salida de los novios fue un tanto especial pues nunca nos había pasado que saliesemos y ya no hubiese sol, bueno, mejor dicho, ni sol ni luces por ningun sitio, las únicas las que nosotros poníamos. Aún así el arroz se volvió a apoderar de nuestras imágenes, los abrazos y las felicitaciones no cesaron. Eso sí, los achuchones fueron casi a tientas.
Después subimos al Casco Histórico y allí tuvimos una anecdota más. Desde Zocodover paseamos hasta el único sitio con luz propia: La Catedral de la Capital Imperial. Hasta ver aquel edificio tan mágico, recorrimos las calles repletas de gente siempre con piropos y miradas indiscretas de esas que llegan a partir cuellos. Nos encantan estos recorridos pero nos teníamos que dar prisa porque la procesión del Rocío iba a salir. Y justo cuando pasamos por la puerta de la impactante Catedral, un chico con muy buenas intenciones nos dejó hacer alguna foto en la mismísima Puerta de la Misericordia. Un momento muy especial para los novios de esos que solo tienes cuando estás en el momento y en el lugar adecuados. Aunque era de noche, todo fluía a la perfección y aunque teníamos tiempo, la hora llegó pronto.
El cóctel esperaba repleto de gente deseosa de inmortalizar el momento en ese photocall improvisado que nos dio Toledo, así que aprovechamos para hacer fotos de grupo con amigos y familiares. Las 30 mesas estaban listas y la comida a punto para ser servida, por lo que poco a poco el espectacular salón circular de El Cigarral del Bosque se fue quedando vacío. En el momento adecuado, la música sonó y los novios aparecieron. Una entrada donde recorrieron el inmenso salón para agradecer a sus invitados que hubiesen asistido a la celebracion. Las servilletas blancas giraban en el aire mostrando la alegría de todos.
La cena estuvo repleta de sorpresa originales para los novios: coches piñata llenas de billetes, árboles frondosos y no precisamente de hojas ni tierra, cofres piratas, cajas fuertes con misteriosas contraseñas y álbumes que evocaban los bonitos recuerdos del pasado. Los novios también tuvieron detalles para esas personas tan especiales y que hacen que el mundo tenga sentido… ¡los abuelos! orgullosos de ver a sus nietos felices y enamorados. Con cada «¡que se besen!, ¡que se besen!» se iban intuyendo las ganas de juerga y la cena se hizo corta. Al llegar a la discoteca, ya estaban las pelucas adornando más de una cabeza y las copas en más de una mano. Pero lo que no se esperaban los novios eran los dos vídeos que les hicieron sus familiares y amigos. Emoción y caras de asombro, de risa, de nostalgia… recorrían toda la habitación.
Después, un detalle más, una canción compuesta por los novios que al final acabamos cantando más de uno. Un baile muy especial que abría paso a la fiesta y que nos dejó frases ta bonias como el título que encabeza este blog. Las fotos instantáneas y el libro de firmas, así como el vídeo fueron clave una vez más, cobraron protagonismo. Todo el mundo ponía de su parte con saludos, bailes y brincos, y con bonitas palabras que acompañaban a las mágicas fotos polaroid. Poco a poco nos dieron las tantas, teníamos todo retratado, el vídeo quemando tarjetas y el libro de firmas totalmente organizado. Era el momento de recoger y repetir abrazos entre todos los que nos hacían sentir parte de la boda.
Fue una boda de reencuentros con antiguos novios, Carlota que esta perfecta despues de tener al pequeño Adolfo que mas de un bocadito le hibiesemos dado, y Antonio, que por cierto, ni Jonh Travolta baila así. A sus hermanos y papás ¡qué pronto nos veremos!. A ese grupo de antiguos compis del cole, y Pilar, la hermana de otra novia muy querida, Marina. Pero sobretodo a los novios y su familia por contar con nosotras y confiar en nuestro trabajo. Por el cariño y sobretodo por hacernos sentir tan valorados y ser tan agradecidos.
Enhorabuena pareja!!
06
Este sábado, bien temprano, ya estábamos preparadas para una nueva boda. ¿Qué sorpresas nos depararía? Y es que, aunque la pareja tenga todo organizado siempre hay pequeños detalles que cambian al vivirlos. Y en más de una ocasión la emoción, en este caso, se presentó sin avisar.
Tal como teníamos en la hoja de ruta, llegamos a casa del novio en primer lugar. Nos recibió con pantalón de traje y sudadera, con una gran sonrisa y muy dispuesto. Nos encantaba el ambiente de la casa: traquetreo de primera hora de la mañana, luces a medias y la calma expectante que avecina un día importante. Con la muralla del casco de Toledo asomando por la ventana, los muebles de madera y los rincones familiares no podíamos tener mejor escenario.
Cuando llegaron el cuñado y los niños en pijama se nos rompió un poquito el corazón. ¡Qué bonitos! Y es que tenían que estar preparados para acompañar a la novia como niños de arras con la ropa que ya les esperaba sobre la cama. Con mucho cariño, su padre les fue vistiendo con un poco de ayuda mientras hablaban de la fiesta de Halloween de la noche pasada. Está visto que son días de muchos compromisos…
Mientras tanto, el papá de la familia ya estaba listo y se paseaba por la casa. Cuando Lucas y Clara estuvieron arreglados, todos nos enamoramos pues eran “un príncipe y una princesa” como bien decía su padre. La cocina se presentaba como un set de belleza donde la maquilladora tenía desplegado su arsenal. Allí la madrina terminaba de darse los últimos retoques con los niños y demás miembros de la familia revoloteando de vez en cuando. Poco tiempo después llegaron los hermanos de Carlos y pusieron otro punto de emoción. Él, ya de traje completamente, solo necesitaba un par de manos para ayudarle con la corbata y los gemelos, y allí estaban su familia para echarle un cable. No se nos olvida la pregunta a Lucas: – ¿Te gustan los gemelos? – y su carita de circunstancias. ¡Sinceridad ante todo!
Y así empezaron algunas fotos de familia de más pequeña a más grande y siempre con Carlos como protagonista. Con sus padres, con sus sobrinos… Y alguna guasona de los hombres la casa. Cuando su hermana estuvo preparada y se acercó para las fotos de familia hubo otro de esos momentos para recordar… y es que la cara de su marido al verla fue un poema, pero poema de amor. ¡La cámara tenía que capturarlo!. Bonitos recuerdos de risas y abrazos que llenaban el salón. Unos cuantos clicks más con los hermanos y la familia al completo… y ¡suena la alarma!. La penúltima foto (como nos gusta decir) desde la calle para fotografiar el balcón de madera y la despedida de Carlos… y ¡andando al siguiente destino!
La llegada curiosa a casa de la novia pasará al libro de petete de las casualidades y es que llegamos al número 1 que nos indicaba el GPS y sí, había un señor con traje y corbata en la ventana. Nosotras muy felices le saludamos pero resultó no ir de boda. Eso sí, su amable ayuda nos vino muy bien. Aparcamos en la casa de la novia pocos minutos después y allí en el coche dejamos nuestros nervios. Menos mal porque Virginia… ¡ya llevaba los suyos puestos!
Allí el jaleo estaba servido y de eso nos dimos cuenta cuando un perrito nos daba el saludo en la puerta de la casa. Subimos la escalera y conocimos a toda la familia: padres, hermana y tíos de Virginia. De ella lo primero que vimos fue su llamativo pelo rojo ¡preciosa!. Y eso que aún estaba sin maquillar. Por eso, aprovechamos para fotografiar esos momentos, acompañadas de su tía, su hermana, su madre… ya que a todas les tocaba pasar a darse unos retoques o a prepararse el peinado. Los sobrinos ponían la energía, teniendo al abuelo pendiente de que se entretuvieran con todos los dibujos que ponían en la tele en ese momento y, a ser posible, no se mancharan los trajecitos. Después hicimos algunas fotos a los detalles y a los vestidos, todos colgados arriba en la buhardilla.
La habitación de maquillaje y peluquería nos regalaba momentos muy bonitos y miradas de sus familiares desde la puerta. Y aunque Virginia no quería, ver de gala a su madre, a su hermana y a su cuñada casi le hace llorar…¡Casi! pues el maquillaje estaba a punto de concluir. La cosa no llegó a tanto y a medida que pasaban los minutos y nosotras nos movíamos de arriba para abajo, poco a poco la novia iba estando lista. Nos entretuvimos con los peques, revoltosos como son los niños, los anillos, las arras, el arroz, los pendientes, el ramo… Algunas de esas cosas, con una historia muy muy reciente.
Con el tocado en su lugar, era el momento del vestido palabra de honor que esperaba en la buhardilla y que su hermano y su madre bajaron a cuatro manos. Ya solo las chicas de la casa y su hermano le ayudaron a vestirse en su antigua habitación siguiendo los pasos que les habían aconsejado. Primero lencería (especial y coqueta),y no la tentemos que «soy muy exhibicionista» decía entre risas la princesa Elsa, como la llamaban sus sobrinas…Después, las medias, cancán, vestido … capas y capas para, al mirarse al espejo verse ella misma guapa, ¡GUAPA!. Y allí la emoción también estuvo presente porque ya estaba lista, porque era el día de la boda y todos los sentimientos estaban a flor de piel. Hermana y mamá se abanicaban para evitar las lagrimitas mientras le recomendaban llevar el velo y la estola. Después de que nos sonara la alarma, hicimos unas fotos en familia y nos fuimos pitando hacia la Iglesia de Santiago El Mayor, un lugar que conocemos muy bien.
La suerte seguía de nuestra parte y el tiempo mejoraba por momentos. ¡Quién diría que era una boda a últimos de octubre!. Por eso la gente iba llegando, charlando en la puerta y disfrutando del momento mientras iban poco a poco entrando en la iglesia. Dentro ya estaba Carlos a pie de altar con su madre, pendientes ya de la llegada de Virginia. Y cuando sonó la música no existía nada más que ellos dos. Una bonita y emocionada mirada que hacían sobrar a las palabras.
Esa sencillez tan elegante de esta iglesia mudéjar era otro complemento. Decorada con flores y velas, le dio un ambiente muy acogedor. Palabras sencillas donde no faltaron miradas de complicidad entre ellos a lo largo de toda la misa. Para animar el momento, la pandilla de niños de arras tenían ganas de jugar y allí tuvieron que ir los hermanos de los novios a poner orden y paz porque solos eran un peligro. En esa tesitura avanzó la ceremonia con las lecturas de amigos, madrina, primo, sobrino… de gente toda importante para ellos. Y después con unas frases, se dieron el «sí quiero» y al firmar fueron oficialmente marido y mujer. Ahí es nada.
A la salida tuvieron arroz, besos y abrazos, todos en grandes cantidades para equilibrar. Buena temperatura, sol y su gente a su alrededor ¿qué más se puede pedir?. Cuando todo se calmó, fuimos a nuestro siguiente destino, una invitada muy especial: la Virgen de La Estrella. La visita a la Ermita de La Estrella fue corta pero muy emotiva. Algunos invitados fueron testigos de cómo ambos se acercaba al altar y Virginia entregaba un ramo de flores con lágrimas en los ojos. Mientras, todos le cantaban a la Virgen y se nos ponían los pelos de punta. Un detalle precioso de ambos que tiene historia y que le da un cariz diferente. Allí aprovechamos para hacer las fotos de familia ya con el arroz en el pelo, cosa que dicen da buena suerte.
Entre la ceremonia y el cóctel, nos escapamos los cuatro por Toledo. Nada formal ni de DNI, porque ya se sabe que cuando más agusto se encuentra uno, más auténtico aparece en las fotos. Poquito a poco llegábamos al Puente de San Martín para ese bonito paseo de charlas y anécdotas que han vivido en las casas o en la ceremonia. Disfrutaron de su coche clásico, ruego de la novia. Y aunque no fue el protagonista dio mucho juego. A partir de ahí, solo un paseo en el que nos contaron confidencias, en el que supimos el porqué de la Virgen de La Estrella y en el que hubo graciosas coincidencias amorosas. También comprobamos a la sombra de un árbol que sus besos… ¡no tienen fin!. Era peligroso pedirles uno y eso nos hacía reír a todos. ¡Cómo nos encanta! y además… con unas vistas de Toledo tan impresionantes como las que teníamos. Octubre, cielos azules y calorcito. Sorprendente.
La llegada al jardín del Restaurante Asador Las Nieves donde sus invitados ya les esperaban, arrancó un aplauso general y desde el minuto uno ambos disfrutaron de todo aquello que habían estado organizando. Era momento para el relax y para hablar con sus invitados, algunos de los cuales ya iban descalzos, abandonando los tacones entre el césped. Entre conversación y conversación hicimos algunas fotos, sobre todo con aquellos que no habían tenido oportunidad, que aún eran muchos. Entre ellos, muy especialmente los abuelos Gregorio y Ricarda que estaban pasándoselo pipa. Y poco a poco, bandeja a bandeja, cerveza a cerveza… el tiempo fue pasando en buena compañía para ir abriendo el apetito. Con un casi manchón de vino al traje de la novia, algunas otras cámaras y móviles acompañándonos de foto a foto y ganas de todos ellos por estar con los protagonistas, se acabó el cóctel y se despejó el jardín. Era hora de pasar al banquete.
En el momento en el que sonó la música, entraron por la puerta los nuevos esposos flanqueados por sus padres. Todos cogieron su copa y brindaron mientras Alejandro Sanz cantaba aquello de «Desde cuando te he estado esperando…Todo lo que tengo es tu mirar…», y ellos se emocionaban con esa letra tan suya. Era un momento mágico que estaban felices de compartir. Los besos y abrazos a sus padres lo transmitieron sin palabras. Un choque de copas y …¡qué vivan los novios!
Después hicimos un parón para comer algo, por el cual les estamos super agradecidas a ambos, aunque teníamos una oreja alerta como el Inspector Gadget, y el personal de Las Nieves nos tenía informados, mimándonos un montón. Así que después, para aprovechar los tiempos, montamos el photocall que iba a ser importante ya en la fiesta. Palos, telas, maletas… entre viaje y viaje, echábamos un vistazo. Al acabar, nos dieron un chivatazo y nos encontramos con el regalo del álbum y vídeo de la despedida de soltera de las amigas y hermana de la novia, la cariñosa Patri. La larga fila de mujeres y flashes a pares que inmortalizamos el momento. Después, hermanos, cuñados y padres se encargaban de repartir los regalitos a sus invitados que siempre sorprenden y hacen ilusión. Mesa a mesa, chicos o chicas… salvo la de los niños que se habían esfumado. Pero… ¿dónde estaban esos revoltosos?
Pues ellos también estuvieron muy entretenidos ya que una pareja de payasos les hicieron las delicias cuidando de ellos, con bromas y juegos que trasladaron desde el salón al patio después de comer. Allí hincharon globos y crearon animales, espadas y mariposas, y aunque hubo alguna discursión por este o aquel muñeco, no faltaba quien pusiera paz. Sobre todo tocando un poco de música con su saxofón, que dejó a más de uno intrigado mirando cómo funcionaba. Después, sacaron el paracaídas, una tela enorme de colores donde mantearon a todos los muñecos de globo y que les hizo reír a carcajadas. Un detalle muy tierno para con los peques.
Mientras, en el salón la gente disfrutaba de la sobremesa y Virginia se escapaba con su madre en misión secreta… Cuando abrieron el salón de la discoteca y las luces empezaron a moverse, la gente se animó pasando a pedir alguna copita o moviendo tímidamente las caderas en la periferia de la pista. A los pocos minutos, Carlos y Virginia aparecieron para abrir el primer baile oficial. Ella se había cambiado su amplio vestido con cola a un vestido corto de mucho vuelo y espalda trasparente y eso, además de su calzado auguraban cosas interesantes. ¡Y tanto! Hicieron un baile preparado de una canción lenta muy íntima donde entre miradas enamoradas se atrevían con algún paso más complicado. Todo el mundo grababa, hacía fotos y sonreía en la media luna que los rodeó. Otro de esos momentos preciosos que recordarán por siempre.
Así empezó la fiesta ¡a pasarlo bien en la pista!. Continuó con más bailes, la conga general y el photocall echando humo con pelucones, gafas y gorros volando por el salón. Y es que nadie se resiste a cambiar el look por un momento y ver al de al lado con aquellas pintas. Fue un ir y venir pero para nosotras fue un placer estar allí. Esa alegría es el mejor cierre a un día perfecto. Gracias a Virginia y a Carlos por estar siempre pendiente de nosotras, por tratarnos con tanto cariño hasta en los momentos de más nervios. A familiares y amigos por tener siempre una sonrisa para estas cámaras.
Así, sí. ¡Felicidades!
24
Llegamos a Los Yébenes a una casa rural con unos pasillos llenos de encanto y unos techos que daban un aire de acogedor increíble. Toda la familia de un lado para otro escaleras arriba y escaleras abajo: “-Jesús, vístete que están las fotógrafas yaaaaa” «-¿yaaaa?, ¡qué estoy en calzones!». Gran recibimiento que delataba la diversión que nos íbamos a encontrar. Mientras la familia se arreglaba, nosotras cotilleamos y nos dejamos encandilar por cada rincón de esa magnífica vivienda. Fotitos del novio, de familia y hasta del peluquero que no dejó títere con cabeza pues era el día de ir todos muy guapos.
Partimos a visitar a Carolina al pueblo que compartiría el protagonismo de la celebración. En su casa, al revés que ocurrió con la de Jesús, su familia estaba más que preparada esperando que la novia se diera los últimos retoques, faltaba abrochar ese vestido que se resistió un poco, pero los nervios no pudieron con las magnifícas manos de las que vistieron a esa novia ya casi lista. Todo estaba en su sitio. En esta ocasión tenemos que decir que Carolina compartió protagonismo con su Jesús, su hijo pequeño. Unas cuantas fotos de familia obligatorias con hermano y padres cuando el reloj empezaba ya con la cuenta atrás y nos despedimos de ellos hasta el Ayuntamiento de Mora. Allí esperaba una gran multitud, muchos amigos y familiares. La entrada coronada por la canción de Viva la vida de Coldplay nos puso los pelos de punta a todos, no lo dudo. La ceremonia no resultó larga, fue entrañable y la melodía que ambientaba todo aseguraba una atmósfera increíble. A la salida, uno de los primos a coro con un montón de chicos más cantaron a capela a la recién casada pareja, dando paso a la cascada de arroz y pétalos para seguir la tradición. De nuevo llegaron los achuchones y hasta manteos al novio. La novia se quedaría con las ganas, pero con el embarazo no podía volar por los aires. Seguro será una de esas cosas que se guardarán para el futuro.
Acto seguido empezabamos la ruta para hacer las mejores fotos en los sitios emblemáticos y especiales de cada familia. Primera parada, la ermita de Mora. La luz que nos encontramos al subir nos enamoró, los rayos de sol se colaban entre los pinos dejando entrever al fondo un campo extenso de olivos. El fresquito que empezaba a hacer ayudó a la pareja a darse mimos y juntarse un poquito, estaban algo nerviosos pero cuando se dejaron llevar, se olvidaron de nosotros y lo disfrutaron de verdad, con el lema “dientes dientes que es lo que les jode”. Entre abrazos entraron en calor y nos pusimos en marcha hacia la siguiente parada, los molinos de los Yébenes. No llegamos a atrapar unos rayos de sol como habíamos hecho en la ermita, pero el sitio no nos defraudó, la luna coronaba la escena nocturna, flanqueada por esos impresionantes molinos iluminados. Algunas pasamos de ser fotógrafas a cubitos de hielo pero, a pesar de los bonitos encuadres, nos teníamos que despedir de aquel mágico lugar, pues nos esperaba un cóctel lleno de alegría y diversión.
La entrada triunfal de los novios abrió la veda para que cualquiera gritara un «¡Qué viva los novios!». Frase que se mantuvo durante toda la noche, no podía quedarse nadie sin proclamarlo a los cuatro vientos. Entre manteos y brindis se empezaron a animar todos y a hacer hambre para el banquete que les esperaba. Fue el momento de las sorpresas, la hermana del novio repartió pulseritas amarillas a favor de la lucha contra el cáncer que todos lucían orgullosos, los amigos del novio le sorprendieron con una misteriosa caja fuerte y otros a base de regalos curiosos. Las sonrisas no cesaron y eso es lo que más nos gusta.
Llegó uno de los grandes momentos, cortar la tarta, pero esta ocasión cargado de más emoción, pues era la señal en clave para dar el pistoletazo de salida a un flashmob multitudinario que dejó a los novios… ¡atónitos! Todas las mesas se pusieron poco a poco de pie y las primeras notas empezaron a sonar. Desde luego que la música fue la protagonista y acompañante del gran día. Espontáneos montaron una buena, de la nada y solamente con el acompañamiento de un cajón. Increíble. El aire flamenco ya se quedó con todos los invitados…
Todos se dirigieron entonces a la zona de la fiesta grande, la más grande que aún faltaba por producirse. La sala de baile primero recibió a la pareja con un vídeo sorpresa acerca de su bonita historia de amor, o como lo llamaron ellos un “Como conocí a vuestra madre”. Los novios abrieron el baile con una canción que nos encanta, Thinking out loud de Ed Sheeran, y con ese ritmo mostraron una coreografía espectacular. Después vinieron las actuaciones de flamenco, que se movían que daba gusto verlos y ahora ya sí que sí, que suenen las canciones de boda, y corran las copichuelas , que esta boda… ¡Hay que celebrarla!
Muchas gracias por confiar en nosotros, por demostrarnos un espectáculo flamenco que nos encandiló y por el cariño. Gracias también a Paula, amiga de los novios y de una que yo me sé.
20
Con un “hola” en un whatsapp mañanero empezaba el día tempranito para recordarnos, por si se nos olvidaba, que María y David iban a tener un día muy especial: el de su esperada boda. Y es que no habían faltado las anécdotas que nos contaba María sobre los preparativos, sobre divertidas reticencias de David y detalles preparados con mimo.
Nuestra primera parada era la “casa del novio”, esta vez ubicada en el mismo Cigarral de Caravantes, lugar en el que también se celebraría el banquete. Llegamos con todos nuestros bártulos, comentando la jugada y revisando detalles y sorpresas para que nada se nos escapara. También pendientes de nuestros otros compañeros y su boda de la tarde… ¡ya que era un día de boda doble! Aparcamos y, mochilas en mano, fuimos a recepción a preguntar por David. Allí una pareja de graciosos abuelitos argentinos monopolizaba al recepcionista así que con algo de suerte, dimos mutuamente los unos con los otros. Y es que no cabía duda de que era nuestro novio… ¡porque ya estaba vestido del todo!
Primero fuimos a la habitación para descubrirla totalmente ordenada. Nos acompañaba uno de sus hermanos y dos de sus “sobris”. La luz del sol, los reflejos y en especial las niñas nos daban más alicientes para sacar bonitos encuadres mientras se colocaban junto a la ventana con risas nerviosas. Para ayudarles a estar cómodos, bajamos en busca del resto de la tropa de Puertollano con los que nos fuimos encontrando de camino a las terrazas. Con Toledo de fondo y un precioso día en el horizonte, se sentaron y charlaron de lo que se avecinaba con un momento en familia que nos encantó. Bromas, abrazos y todos muy guapos, fue una auténtica “casa del novio” aunque se tratase de un hotel e hicieron a David sonreír en todo momento. Mientras se acercaban algunos familiares más, recién llegados de tierras ciudadrealeñas, apartamos un poco a David para darle un encargo especial directamente de su futura esposa: una nota solo para él. ¡Qué calladito se lo tenía!, decía al leerla. Con la nota, sus padres, hermanos, cuñadas, sobrinas y primos le dejamos en buena y abundante compañía para irnos a ver a la novia.
Aparcamos en la puerta con una suerte genuina y subimos por entre los portales, bloques y puertas que no parecía tener un orden aparente. Entre risas llegamos a la entrada donde nos abrieron la puerta (ya hemos olvidado hasta quién), para encontrarla abarrotada de gente. María estaba en la habitación ya casi arreglada porque “no iba a recibirnos desnuda” como decía ella. Bonito encuadre el que nos proporcionaba su puerta y la luz del buen día que comenzaba, nos echaba un cable. Aprovechamos los rincones y los gestos de sus ayudantes, mientras llegaban a cada momento miembros de la familia o algún amigo para asomarse a la puerta después de guardar fila en el pasillo. Y es que eran muchos ¡de verdad!.
Después de que hiciéramos algunas fotos con su madre, su hermana o sus tías junto a la ventana, pasamos al salón para verle los taconazos y que le colocaran el velo. Allí se arremolinaban escondidos para verla y no salir en las fotos a la vez que le lanzaban piropos. Los niños de arras con sus bolsitas de saco le ayudaron a ponerse los zapatos, aunque más bien comprobaron que tenía las uñas bien pintaditas. Los amigos no faltaron tampoco y foto a foto, cuando nos quisimos dar cuenta ya volvíamos a tener fila… y es que todos querían hacerse una foto con María, nuestra chica preciosa. Con las maletas en la puerta para irse de luna de miel, su padre nos contó alguna anécdota como “la de la señora que perdió las braguitas en la iglesia”. Esas y otras cosas que pueden suceder. Nos fuimos con pena pues teníamos cogido el encuadre perfecto aunque en el patio hicimos foto gamberra a algunos amigos, así que la risa continuó.
La llegada a la Ermita del Cristo de la Vega fue fácil, cosa que nos gusta mucho. En la entrada, nos encontramos con Borja y María, cosa que no recordábamos esperarnos. Bonitas noticias y la promesa de más risas aseguradas con ellos. David, por su parte, ya estaba esperando en la puerta con sus imprescindibles con una charla agradable bajo la atenta mirada de su monumental estatua. Nuestra toledana «Estatua de la Libertad» según algunos y sitio de múltiples leyendas.
Aunque todos querían ver el reencuentro, el plan siguió su curso y cuando la novia llegó, David ya estaba en el altar junto a su madre deseando verla. Todo estaba preparado: las flores y los cuadernillos para seguir la ceremonia, los invitados en sus bancos, la alfombra roja… y la música empezó a sonar. El dúo de cuerda fue una delicia y, a partir de ese reencuentro, nos regalaron preciosas canciones versionadas que hicieron más acogedora si cabía a esta pequeña iglesia.
Entre peticiones, lecturas y sonrisas, había miradas cómplices. Esas que, a pesar de los nervios no se pueden borrar. No titubearon y con las frases de rigor se convirtieron en marido y mujer. La vela de A loja do gato preto fue testigo. A la salida soltaron algunos globos de corazón pero a duras penas porque entre tanto arroz y pétalos casi no podían avanzar. La alfombra roja era larga pero se quedaron a las puertas porque… ¡Los niños atacaban en primera fila! Y ante eso no hay nada que hacer. Después, las felicitaciones y los besos, unas fotos de familia con mucha intención y …¡rumbo a la naturaleza inhóspita!
Aunque la ceremonia se había alargado un pelín, aún quedaba tiempo para hacer unas fotos por Toledo, aprovechando los rincones que conocían bien. Una caminata un poco más larga de lo esperado pero acompañados de Ana y Dani, chófer para la ocasión. Subimos por el Puente de San Martín para escuchar saludos y retos para tirarse por la tirolina, pasamos por el arco y nos fuimos todos hacia el Cigarral Caravantes. Allí les esperaban todos sus invitados, dispuestos para hablar con ellos y disfrutar del rico cóctel en la terraza con vistas. Fue el momento de hacer las fotos de grupo y, con el truco de cerrar los ojos, el sol molestaba un poco menos. Entre conversación y conversación, una copa de vino voló con tan mala suerte de caer en el vestido de María. Como era tinto recurrieron al remedio casero de frotar con vino blanco y allá que fue Borja a ayudar a su amiga. Estaba a huevo cantarle el «así frotaba, así, así» porque puso empeño. Sin embargo, María lo dejó por imposible y siguió disfrutando de la fiesta de su boda con una frase que también marcó: «cuanto más roto esté el vestido, significará que mejor me lo he pasado». Y con esa actitud es difícil no acertar.
A lo largo de la comida, movida donde las haya, sucedieron muchas cosas. Sorpresas de la pareja, sorpresas de los invitados, cacharritos por aquí, impresiones por allá… No fue lo que se dice un rato tranquilo y apacible pero a pesar de los nervios, de probar con prisas la deliciosa comida con la que nos obsequiaron (mil gracias!), llegaron a tiempo todas las sorpresas. El desafío lo cumplimos y nos encantó ver las sonrisas de padres, hermanos, cuñados y sobrinos al abrir las cajas y envoltorios que guardaban una copia de las fotos de familia que habíamos hecho en la iglesia. Era una sorpresa preparada con antelación por la pareja, que estaba en todo. Con cada plato, algo sucedió y casi pedimos un cronómetro para parar el tiempo. Los novios no podían estar más felices con esa algarabía tan especial 😉 Genial a esos amigos, ya dueños oficiales de las congas en la comida.
Después, el baile nupcial más en el aire jamás contado sucedió a su estilo, con una canción que les hizo sonreír sobre todo cuando lo acompañaron de los peques de la boda y, después de sus hermanos y cuñados. ¡Eso es echar un cable! ¡Ole! A partir de ahí, empezó a sonar Divinevents con buena música y un atractivo juego de luces que consiguió animar a todos. Mientras unos bailaban pegaditos, otros pedían permiso para coger los pelucotes del photocall. Más risas con las fotos de grupo y por parejas donde mayores y niños participaron, con instantáneas incluidas. Y es que el stand de fotografías Polaroid echaba humo… ¡todos querían llevársela a casa!. María y David ya lo tenían pensado y por eso les prepararon unos dípticos donde guardarlas con una frase muy especial dentro: “Tantos mundos, tantos siglos, tanto espacio… y coincidir”. Simplemente corazón derretido.
De esta guisa transcurrieron horas y congas, pasando algunos a disfrutar en la terraza también de una charla con la temperatura agradable que aún perduraba. Una buena excusa para, antes de partir, presenciar el “manteo” de ambos y la presentación de “pescaitos” en sociedad. Nos fuimos a descansar con besos y con nuestros trastos, que no eran pocos, y allí se quedaron aún bailando.
Gracias a todos los familiares y amigos por su alegría, en especial a Borja y a María a los que nos encanta ver con tan buenas noticias bajo el brazo. Gracias a María y a David por decir “sí, quiero” con nosotras. Por confiarles a nuestras cámaras esos momentos tan importantes. Por todos los días, mensajitos de antes de la boda y la confianza siempre presente.
Una suerte ésta de coincidir, criaturas.
04
El viernes terminaba la semana pero con una sesión de traca: la postboda de Emma y Óscar. Nuestro punto de encuentro era su casa donde estaban listos ya para hacerse mil y una fotos. Pusimos rumbo hacia Las Barrancas para disfrutarlas como siempre ya que es un sitio que nos hace sentir especialmente bien. Un sol de justicia nos retaba y es que algunos decían… «que daba más calor que el día de la boda». El veranito de San Miguel quería echarnos una mano.
Empezamos con un paseo y un encuentro entre ellos. Esos barrancos tan representativos eran un precioso telón de fondo para la pareja. No faltaron los besos y las risas bajo el cielo azul y sus nubes de otoño. Y aunque teníamos el tiempo justo, Emma también se cambió al vestido de baile y un poco el peinado… ¡en un momentín!.
Recordamos muchas cosas de ese momento pero lo más impactante es, sin duda, sentirnos nosotras apuntadas por la mirilla de Óscar en algún momento dado. Con ese nervio en el cuerpo cogimos el coche y como en las mejores historias, nos servimos de un mapa mental y el GPS para llegar al siguiente destino. Cada vez menos casas, la luz bajando y los coches escalando por caminos empinados para llegar al pie del lago. Los tacones no eran los mejores compañeros pero para eso estamos nosotras… por si caemos todas juntas.
A pesar de los bichos y las abejas, disfrutamos del espectáculo haciendo algunas fotos en ese paisaje mientras Óscar chinchaba a Emma como buen marido que es. Con las fotos subiendo el camino, las anécdotas del paracaídas y la bandera (compañera inseparable del ya matrimonio) acabamos casi de noche, con la ayuda de los faros del coche.
No pudimos tomarnos esa cerveza con todos vosotros pero sin duda habrá más momentos para ello. Gracias pareja por esta aventura por la naturaleza peligrosa 😉
30
El sábado empezó temprano, muy temprano, un día importante con tintes andaluces que hizo poner a todo el equipo en pie antes de ver a Lorenzo salir. Mientras el coche hacía kilómetros, el sol asomaba con una pinta estupenda y nos hacía desear sacar la cámara del maletero. Las avellanas, las canciones y cómo no, las noticias de actualidad, acompañaron el viaje. Pronto surgió una de las anécdotas típicas en nuestras vidas, la gasolina. Menos mal que el Polo aguanta y es nuestro fiel aliado. El reloj nos acompañaba de comunidad en comunidad, no había prisa pues íbamos bien de hora. Las autopistas fueron poco a poco dejando el paso a la carretera rodeada de casas pequeñas de piedra y de ahí hasta el camino de tierra que indicaba que estábamos cerca, aunque cómo no… nos habíamos perdido un poco. Aún así, sabíamos que aquella ermita que nos daba la bienvenida en medio del campo era la banderita de llegada. La Tejera de Fausto estaba justo en frente y allí empezaba todo.
Teníamos muchas ganas de esta boda, era sencilla, especial, por lo que primero fuimos a saludar a los novios y a la familia con la riñonera y la sonrisa puestas. Todo estaba en calma mientras nos acercábamos a la casa y vimos a Gloria. Mientras nos enseñaba los distintos puntos en los que estarían desarrollandose los acontecimientos, veíamos pasar a los sobrinos, padres y hermanos, cada uno con un recado distinto. Todos ayudando a decorar la finca con los detalles que la pareja. Y aunque decían que no era mucho, le daba el toque especial que la ocasión requería. Sin nervios, sin vestirse aún y juntos. ¡Nos encanta!
Después de urdir algún que otro plan para más adelante, la pareja nos dejó en buenas manos. Con el objetivo de conocer otra parte de la finca, el pequeño Jesús, uno de sus sobrinos, nos hizo de guía hasta la segunda casa. Mientras, nos contaba la cantidad de animales que vivían allí, el nombre de sus hermanos y su opinión sobre todo lo que le preguntamos con ese andar suyo tan seguro y ese acentillo tan gracioso del que nos íbamos a enamorar. Gracias a él localizamos un rincón que nos iba a dar mucho juego más adelante.
Las habitaciones tenían nombres de animales también, en concreto pájaros. Nos movíamos volando de una a otra mientras los novios empezaban ya los preparativos y, aunque ellos no podían verse desde… em… 20 minutos antes… el gusanillo de saberse a pocos metros les hacía mella. Alguna mirada por la ventana o el balcón a escondidas, las manos retorciendose y los pasos de arriba para abajo les delataban. Para contarlo todo, diremos que la habitación del novio era, en realidad, un salón de belleza. Su madre, aunque nos recibió muy sexy, no podíamos aún sacarla en las fotos. Por eso y entre risas, los hombres de la casa se arreglaban mientras todos pasaban por el set de peluquería y maquillaje que allí habían improvisado. Alberto también se preparaba y, como todo buen chico independiente, tuvimos que pedirle algún momento un poco más lento. Tirantes estampados, chaleco rosa y corbata. Gemelos y chaqueta. En un plis plas su madre, su padre y uno de sus hermanos le ayudaron con carita de «me están apuntando». También una de sus tías que se conocía los detalles de esos momentos nos ayudó. La luz del sol era, sin duda, el mejor regalo para un día tan especial.
Mientras, Gloria se preparaba acompañada de todas sus mujeres en una habitación de doble altura espectacular que sería la suite nupcial. Nos encantó especialmente que una de sus hermanas la maquillase creando en ese rincón rodeado de madera y luz, un bonito encuadre que aprovechamos al máximo. Su madre,la miraba con esos ojos preciosos que tiene, sus hermanas la colocaban cada detalle y le decían lo guapa que estaba con ese acento que lo hace todavía más especial, y sus sobrinas revoloteaban por allí. admirando a su tita que estaba a punto de casarse. Y Gloria, después de colocarse el vestido, el collar de flores y sus pequeños pendientes estaba simplemente preciosa y preparada para dar el sí quiero.
Poco a poco los invitados llegaban abajo para aparcar los coches y saludar a la familia y al novio. Todos sonrientes, incluido el abuelo Pedro al que sacamos después de ese momento en muchos más. Todo preparado, casi listos para salir pero… ¿y Beltrán?. El bebé lloraba en su carrito y no era para menos… ¡aún no estaba vestido para la ocasión!. Anécdotas de prisas que son parte de estos momentos y que los papás se tomaron con humor.
El camino hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Vegas era corto y por eso los invitados se fueron andando, al igual que nosotras por el arcén de la carretera. Un detalle muy pintoresto que sorprendía a los conductores con su colorido desfile. La llegada del coche de la novia no se hizo esperar. Cuando todos los invitados estaban allí, paró su Lancia beige junto al gran árbol seco. Mientras salía del coche con la ayuda de su padrino, la gente observaba desde la entrada y entre las columnas. Nadie se quería perder el momento y tenían muchas ganas de ver a la novia. Alberto intentaba escuchar a la gente que le hablaba alrededor pero se notaba donde estaba toda su atención. Gloria ya bajaba, más radiante que el sol, con su padre del brazo.
La ceremonia en aquella ermita tan espartana transcurrió tranquila con las palabras jóvenes del párroco, las lecturas de familiares y amigos, y el silencio que les rodeaba. El cura destacaba porque ha sido el más moderno de todas las bodas en las hemos estado. Entendía más de tecnologia que Bill Gates porque la Biblia no la llevaba en un libro… ¡si no en el iPad! ¡ahí es nah!
Estuvo llena de gestos cómplices, captamos miradas preciosas entre ellos y alguna lágrima de emoción al nombrar a los que ya no están. Y aún así lo que más llamaba la atención era lo que no estaba: y eran los nervios, los horarios y las prisas, los ruidos de fuera. El ambiente que consiguieron crear alrededor de ellos eligiendo ese precioso rincón del románico era algo tangible que formaba parte de su forma de hacer las cosas.
Tras la misa, el altar nos atrajo para realizar las fotos de grupo y ese abuelo protagonista que tanto nos sonreía y hacía sonreír a la cámara. Pero fuera, ese silencio que se había creado empezaba a desquebrajarse… cuchicheos, bolsas, «ya salen, ya salen» se oía en aquella media luna de gente expectante. Y es que las bolsitas tan monas de arroz que vimos preparadas en aquellos detalles del principio, se convirtieron en sacos. Sí, en sacos. Aún no sabemos donde escondía el hermano del novio los kilos y kilos de arroz aunque se rumorea que los chinos se han pasado al pollo porque el arroz… ¡se lo llevaron todo los de Jaén!. En pocos segundos aquello se convirtió en un escenario donde, a parte de casarse, se podía patinar alegremente. ¡Menudo descontrol de pies! Demasiado arroz por el suelo… bueno, por el suelo, el pelo, las zapatillas, algun canalillo… Así que a la salida recogimos besos y abrazos importantes de los más pacientes, y poco a poco los invitados se fueron yendo en ese caminito tan fácil. Era estornudar y aparecer en la finca.
Llegaba un momento que nos encanta, los novios contandose sus impresiones, relajados, siendo ya marido y mujer. Las sombras nos llamaron la atención, la naturaleza que rodeaba la historica ermita servía de complemento maravilloso, y por supuesto aquel coche propio aparcado como si de un anuncio se tratase, hizo el resto. La carretera y el sol nos invitaban a que realizasemos alguna fotografia de esas que nos gustan, donde hay un poquito de riesgo. Mientras, los novios saludaban alegremente por el techo solar. En la finca aprovechamos todos los recovecos de aquel lugar y un antojo de la novia, una cama elástica que ya Jesús nos había enseñado. En principio pensábamos que solo saltaría ella pero Alberto con sus tirantes nuevos decidió estrenarse en este deporte, subirse y acompañar a cada brinco de su preciosa mujer. Beso por aquí, historia por allá… y sin duda, de una boda.. sale otra boda. Benditos los amigos que se casaron hace ya algunos años porque ni Roma, ni Suiza les separaron. Al revés… Roma y amor usan las mismas letras. Nos encantaron esas historias que nos contaban mientras volvíamos al coche. Tocaba hacer la entrada triunfal.
¡Qué bonita ceremonia!.. pero el cóctel no se quedaba atrás. Los novios entraron como si de una película se tratase, un coche lleno de latas que indicaban que ya eran recién casados, un sol espléndido y unos invitados que desgastaron las palmas dando aplausos. Los niños jugaban en ese césped casi infinito, las fotos de parejas, grupos de amigos y familiares eran para este momento y las enhorabuenas se oían por donde pasáramos. No era para menos.
En esta boda poco tuvimos que andar como sabéis, el comedor estaba al ladito con todo preparado y con más detalles de los que en un principio pensabamos. Regalos, como ese aceite de Jaén, y tarjetas emotivas para cada uno de los invitados, papeles que llamaban la atención de cualquier niño, y es que precisamente guardaban sus regalos. Algunos se sabía perfectamente que eran… pues la forma redondita lo delataba. En ese momento de emoción, como si se hubieran adelantado los Reyes Magos, disfrutamos de bromear con los niños, nuestros intrépidos ayudantes. Allí todo el mundo tenía guasa y ese acento que nos encandilaba. La comida fue rápida, a un paso vivo pero dejando a todos disfrutar, levantarse, hacerse bromas y relajarse. Enhorabuena a la finca. Nosotras también comimos muy bien atendidas en el restaurante rústico, cosa que agradecemos muchísimo. Mesa por mesa hicimos fotos para que no faltase nadie, mientras el photocall iba tomando forma.
La fiesta no se demoró mucho y pronto acabamos en el baile… un baile muy especial… pues el cariño comenzó con pasos lentos y acabo con uno de esos rocks con los que se te mueven los pies aunque no quieras. Los invitados hacían corro, cantaban la canción a gritos, y se les escapaba algún paso que caracteriza a este baile. Los novios tenían coreografiado hasta el saludo final!! Gran sorpresa, pareja.
Después llegó la diversión incontrolada, pelucas al vuelo, copas y chuches, baile y más baile. Mónica Naranjo protagonizó uno de los momentos mas divertidos de la fiesta, y es que nuestra conocida y querida novia veterana Isabel, comenzó con las imitaciones hasta que llegó la novia con el micrófono de plástico hinchable y arrasó la canción. No sabemos si la voz sería tan buena como la de Mónica… pero el play back y la interpretación,si lo eran.Lo clavó.
Otro momento que nos encantó fue cuando toda la boda se prestó para hacerse una gran foto en común. Subimos a la escalera, animamos un poco el cotarro y las risas salieron pronto. Pero no quedaba ahí la historia… Ya recogiendo y finalizando las últimas fotos con las tarjetas temblando y bien gordas, llenitas de fotos, el rock vuelve a sonar esta vez para deleitar los oídos de los hermanos y el novio. Momentazo que la tía, los padres y los amigos disfrutaron como el que más, un gran reencuento. ¿Os pensáis que los pasos de baile estaban finiquitados? Eso pensábamos nosotras… ¡Pues no!, las palmas y las voces de Mark Ronson y Bruno Mars con «Uptown Funk» sonaron fuerte y como si se tratase de los propios bailarines, los amigos del novio interpretaron la canción tipo musical con saltos y una actuación muy divertida. Alberto, ajeno y sin haber ensayado, les siguió bien en su papel de cantante como si el concierto fuese suyo. Maravilloso.¡No podíamos creernos lo que nos pasaba a última hora!.
Gracias chicos por confiar en nosotros, por vuestra sencilla y mágica boda, porque sin duda, era un cuento y un regalo para nosotras. Gracias a todos por aquellas palabras tan preciosas, por no dejar que la pista de baile se aburriese, y por el cariño, que no nos faltó. ¡Enhorabuena pareja!
29
Unas íbamos para Segovia… mientras otros se iban para ¡Sevilla! Sin duda fue un día SeSe. Por lo que pusimos rumbo a tierra andaluzas a primerísima hora de la mañana, allí nos esperaba una boda sencilla llena de dulzura y alegría. El sol casi no había salido, pero cuando lo hizo parecía que solo se encontraba en Sevilla concentrando todo su calor de principios de otoño. Y es que el viaje, entre conversación y cabezadita, se pasó antes de lo que esperábamos. Sería por las ganas que teníamos de conocer esa finca que habíamos cotilleado días antes.
Nada más llegar nos encontramos con el jaleo correspondiente a aquel día: los encargados de dejar el lugar a punto estaban ya en marcha, ceremonia y zona del cóctel a punto. Nosotros aprovechamos ese momento para tomar cada detalle de lo que se estaba llevando a cabo. Pronto apareció Miguel, el novio, y por supuesto después tocó saludar a la novia, que se encontraba en su habitación retocándose maquillaje y peinado, no quedaba tanto para dar el sí quiero. Los invitados llegaban sin parar, lo que denominamos como un “chorro de invitados”, y eso que parecía que iba a ser una boda «pequeña» (pequeña por tierras andaluzas ya sabemos lo que significa). Mucha juventud rodeaba la boda: parejas de adolescentes, carritos, matrimonios, niños, más niños… y todos con una sonrisa. Buscaron rápidamente esa sombra que teníamos para celebrar la ceremonia, menos mal, porque si no más de uno se derrite. No mucho después llegó el momento, una entrada triunfal y emotiva de la mano de un padrino muy especial, el hijo de Lidia, que así se llama la protagonista del cuento. Avanzó por aquel caminito de césped que Miguel había recorrido minutos antes.
Como ya sabemos, las ceremonias civiles están rodeadas de palabras bonitas y comentarios sorpresa que hacen llorar a los novios, aunque en este caso no se quedaron ahí y conmovieron a toda la boda. Los culpables: las hermanas de la novia, sobrina, hijo mayor, compañeras de trabajo… aquello era un no parar de emociones. Pero para todos había un papel importante, la hija pequeña era la responsable de aquellos anillos que indican la unión entre dos personas. Para entonces los invitados estaban ya intranquilos, querían abrazar y besar a los novios, darles la enhorabuena, consecuencia de esto: la salida fue vista y no vista. Todo el mundo vivía la boda como si fuese suya. Menos mal que el sol apretaba y la gente necesitaba su primer refresquillo. Así comenzaba el cóctel y llegaba el momento de las fotos de familia, amigos, de compañeros… ¡qué no faltase nadie!
El cóctel se alargó con rica comida, pero las mesas esperaban. Había una que nos llamó la atención, y es que había tantos niños que en algún sitio había que tenerlos controlados así que se hicieron con la mesa más larga del salón. Los que estaban controlados eran los de la mesa nupcial que se encontraban en el medio de aquel maravilloso banquete pues eran el centro de todas las miradas y todos los abrazos. En la comida hubo alguna emotiva sorpresa: fotos a familiares y ramos para las mujeres de la celebración, siempre tan importantes.
Para cuando los invitados estaban brindando dando el cierre al banquete, los niños ya estaban revoloteando por aquel impresionante jardín de la Finca El Roso, pues aquellos castillos hinchables llamaban la atención de cualquiera, la nuestra también. Qué pena no habernos podido montar. Pero no solo había sorpresas para los niños, también para los adultos. Al salir se encontraron un escenario donde tocaron en directo el grupo “Bultaco” que, combinados con unas copas y unas chuches, dieron comienzo a la fiesta. La última sorpresa fueron las fotos instantáneas que tanto juego dieron y que dejaron un buen recuerdo en aquel libro de firmas personalizado para Miguel y Lidia. Todo el mundo quería dejar su recuerdo. Sombreros, pelucas y bigotes fueron también complementos de la fiesta, y más de uno se partía de risa del de al lado al verle con una peluca de cualquier color.
El Lorenzo que tanta guerra había dado, incondicional de esta Sevilla con un color especial, iba desapareciendo y el novio decidió ponerse zapatillas y… ¡qué siga la fiesta! Cuando ya teníamos todo recogido, Lidia nos encandiló con su lanzamiento de ramo: corriendo sacamos las cámaras pues no nos lo queríamos perder bajo ningún concepto. Así inmortalizamos, con la última foto del día, el final de una gran celebración. Nos marchamos a descansar con buen sabor de boda aunque sin el ramo, pues no pudimos pillarlo al vuelo. Al día siguiente nos esperaba un viaje lleno de historias y anécdotas de la boda que nos acompañó en nuestra vuelta a casa.
Muchas gracias por confiar en nosotros antes y después, por la dulzura y el cariño para con todo el equipo (que no somos pocos), pero sobre todo, por la diversión y el color especial de vuestra boda.
06
Aunque hacía calor, mucho, nos esperaba una tarde de recorridos y rincones que apetecían. Era una posboda especial, pues había tres protagonistas. A decir verdad, protagonista, protagonista, una: Marta. La hija de Susana y Alvaro había crecido en poco tiempo y estaba en ese momento que te quedas sin fuerzas al oírlos hablar. Sin duda fue genial que viniera, pues provocó la naturalidad y enterneció a los que estábamos. Primero tocó Zocodover, sus calles rebosantes de vida, los piropos que se dan cuando una novia, vestida a la perfección, pisaba la calzada empedrada, y los rayos de luz que se asomaban tímidos por cualquier rincón. Por allí dimos un paseo muy familiar y lo pasamos bien con las anécdotas que Marta y su zumo tropical nos daban en todo momento. Álvaro se encargo de hacer sonreír a sus tres mujeres, sí sí, tres. Susana, Marta, y Maribel, su madre. La cuál nos encantó que viniera y nos ayudara en cada foto.
Después de Zocodover una parada por el puente San Martín y una carrera. Pero nada de footing no, que poco más y la novia se nos escapa!! Fue rápida, pero conseguimos fotos muy divertidas. Después a enseñarles ese sitión que nos apasiona y que, si no han conocido antes, les deja impactados. Allí vimos atardecer, cogimos muchas bellotas y disfrutamos de un Toledo que aguardaba en sus cielos rayos y alguna que otra gota.
Fue una tarde diferente, llena de ternura que queda para el recuerdo. ¡Gracias pareja! ¡Y gracias Marta y Maribel!