Boda

Como conoci a vuestra madre

Llegamos a Los Yébenes a una casa rural con unos pasillos llenos de encanto y unos techos que daban un aire de acogedor increíble. Toda la familia de un lado para otro escaleras arriba y escaleras abajo: “-Jesús, vístete que están las fotógrafas yaaaaa” «-¿yaaaa?, ¡qué estoy en calzones!». Gran recibimiento que delataba la diversión que nos íbamos a encontrar. Mientras la familia se arreglaba, nosotras cotilleamos y nos dejamos encandilar por cada rincón de esa magnífica vivienda. Fotitos del novio, de familia y hasta del peluquero que no dejó títere con cabeza pues era el día de ir todos muy guapos.

Partimos a visitar a Carolina al pueblo que compartiría el protagonismo de la celebración. En su casa, al revés que ocurrió con la de Jesús, su familia estaba más que preparada esperando que la novia se diera los últimos retoques, faltaba abrochar ese vestido que se resistió un poco, pero los nervios no pudieron con las magnifícas manos de las que vistieron a esa novia ya casi lista. Todo estaba en su sitio. En esta ocasión tenemos que decir que Carolina compartió protagonismo con su Jesús, su hijo pequeño. Unas cuantas fotos de familia obligatorias con hermano y padres cuando el reloj empezaba ya con la cuenta atrás y nos despedimos de ellos hasta el Ayuntamiento de Mora. Allí esperaba una gran multitud, muchos amigos y familiares. La entrada coronada por la canción de Viva la vida de Coldplay nos puso los pelos de punta a todos, no lo dudo. La ceremonia no resultó larga, fue entrañable y la melodía que ambientaba todo aseguraba una atmósfera increíble. A la salida, uno de los primos a coro con un montón de chicos más cantaron a capela a la recién casada pareja, dando paso a la cascada de arroz y pétalos para seguir la tradición. De nuevo llegaron los achuchones y hasta manteos al novio. La novia se quedaría con las ganas, pero con el embarazo no podía volar por los aires. Seguro será una de esas cosas que se guardarán para el futuro.

Acto seguido empezabamos la ruta para hacer las mejores fotos en los sitios emblemáticos y especiales de cada familia. Primera parada, la ermita de Mora. La luz que nos encontramos al subir nos enamoró, los rayos de sol se colaban entre los pinos dejando entrever al fondo un campo extenso de olivos. El fresquito que empezaba a hacer ayudó a la pareja a darse mimos y juntarse un poquito, estaban algo nerviosos pero cuando se dejaron llevar, se olvidaron de nosotros y lo disfrutaron de verdad, con el lema “dientes dientes que es lo que les jode”. Entre abrazos entraron en calor y nos pusimos en marcha hacia la siguiente parada, los molinos de los Yébenes. No llegamos a atrapar unos rayos de sol como habíamos hecho en la ermita, pero el sitio no nos defraudó, la luna coronaba la escena nocturna, flanqueada por esos impresionantes molinos iluminados. Algunas pasamos de ser fotógrafas a cubitos de hielo pero, a pesar de los bonitos encuadres, nos teníamos que despedir de aquel mágico lugar, pues nos esperaba un cóctel lleno de alegría y diversión.

La entrada triunfal de los novios abrió la veda para que cualquiera gritara un «¡Qué viva los novios!». Frase que se mantuvo durante toda la noche, no podía quedarse nadie sin proclamarlo a los cuatro vientos. Entre manteos y brindis se empezaron a animar todos y a hacer hambre para el banquete que les esperaba. Fue el momento de las sorpresas, la hermana del novio repartió pulseritas amarillas a favor de la lucha contra el cáncer que todos lucían orgullosos, los amigos del novio le sorprendieron con una misteriosa caja fuerte y otros a base de regalos curiosos. Las sonrisas no cesaron y eso es lo que más nos gusta.

Llegó uno de los grandes momentos, cortar la tarta, pero esta ocasión cargado de más emoción, pues era la señal en clave para dar el pistoletazo de salida a un flashmob multitudinario que dejó a los novios… ¡atónitos! Todas las mesas se pusieron poco a poco de pie y las primeras notas empezaron a sonar. Desde luego que la música fue la protagonista y acompañante del gran día. Espontáneos montaron una buena, de la nada y solamente con el acompañamiento de un cajón. Increíble. El aire flamenco ya se quedó con todos los invitados…

Todos se dirigieron entonces a la zona de la fiesta grande, la más grande que aún faltaba por producirse. La sala de baile primero recibió a la pareja con un vídeo sorpresa acerca de su bonita historia de amor, o como lo llamaron ellos un “Como conocí a vuestra madre”. Los novios abrieron el baile con una canción que nos encanta, Thinking out loud de Ed Sheeran, y con ese ritmo mostraron una coreografía espectacular. Después vinieron las actuaciones de flamenco, que se movían que daba gusto verlos y ahora ya sí que sí, que suenen las canciones de boda, y corran las copichuelas , que esta boda… ¡Hay que celebrarla!

Muchas gracias por confiar en nosotros, por demostrarnos un espectáculo flamenco que nos encandiló y por el cariño. Gracias también a Paula, amiga de los novios y de una que yo me sé.

Y coincidir

Con un “hola” en un whatsapp mañanero empezaba el día tempranito para recordarnos, por si se nos olvidaba, que María y David iban a tener un día muy especial: el de su esperada boda. Y es que no habían faltado las anécdotas que nos contaba María sobre los preparativos, sobre divertidas reticencias de David y detalles preparados con mimo.

Nuestra primera parada era la “casa del novio”, esta vez ubicada en el mismo Cigarral de Caravantes, lugar en el que también se celebraría el banquete. Llegamos con todos nuestros bártulos, comentando la jugada y revisando detalles y sorpresas para que nada se nos escapara. También pendientes de nuestros otros compañeros y su boda de la tarde… ¡ya que era un día de boda doble! Aparcamos y, mochilas en mano, fuimos a recepción a preguntar por David. Allí una pareja de graciosos abuelitos argentinos monopolizaba al recepcionista así que con algo de suerte, dimos mutuamente los unos con los otros. Y es que no cabía duda de que era nuestro novio… ¡porque ya estaba vestido del todo!

Primero fuimos a la habitación para descubrirla totalmente ordenada. Nos acompañaba uno de sus hermanos y dos de sus “sobris”. La luz del sol, los reflejos y en especial las niñas nos daban más alicientes para sacar bonitos encuadres mientras se colocaban junto a la ventana con risas nerviosas. Para ayudarles a estar cómodos, bajamos en busca del resto de la tropa de Puertollano con los que nos fuimos encontrando de camino a las terrazas. Con Toledo de fondo y un precioso día en el horizonte, se sentaron y charlaron de lo que se avecinaba con un momento en familia que nos encantó. Bromas, abrazos y todos muy guapos, fue una auténtica “casa del novio” aunque se tratase de un hotel e hicieron a David sonreír en todo momento. Mientras se acercaban algunos familiares más, recién llegados de tierras ciudadrealeñas, apartamos un poco a David para darle un encargo especial directamente de su futura esposa: una nota solo para él. ¡Qué calladito se lo tenía!, decía al leerla. Con la nota, sus padres, hermanos, cuñadas, sobrinas y primos le dejamos en buena y abundante compañía para irnos a ver a la novia.

Aparcamos en la puerta con una suerte genuina y subimos por entre los portales, bloques y puertas que no parecía tener un orden aparente. Entre risas llegamos a la entrada donde nos abrieron la puerta (ya hemos olvidado hasta quién), para encontrarla abarrotada de gente. María estaba en la habitación ya casi arreglada porque “no iba a recibirnos desnuda” como decía ella. Bonito encuadre el que nos proporcionaba su puerta y la luz del buen día que comenzaba, nos echaba un cable. Aprovechamos los rincones y los gestos de sus ayudantes, mientras llegaban a cada momento miembros de la familia o algún amigo para asomarse a la puerta después de guardar fila en el pasillo. Y es que eran muchos ¡de verdad!.

Después de que hiciéramos algunas fotos con su madre, su hermana o sus tías junto a la ventana, pasamos al salón para verle los taconazos y que le colocaran el velo. Allí se arremolinaban escondidos para verla y no salir en las fotos a la vez que le lanzaban piropos. Los niños de arras con sus bolsitas de saco le ayudaron a ponerse los zapatos, aunque más bien comprobaron que tenía las uñas bien pintaditas. Los amigos no faltaron tampoco y foto a foto, cuando nos quisimos dar cuenta ya volvíamos a tener fila… y es que todos querían hacerse una foto con María, nuestra chica preciosa. Con las maletas en la puerta para irse de luna de miel, su padre nos contó alguna anécdota como “la de la señora que perdió las braguitas en la iglesia”. Esas y otras cosas que pueden suceder. Nos fuimos con pena pues teníamos cogido el encuadre perfecto aunque en el patio hicimos foto gamberra a algunos amigos, así que la risa continuó.

La llegada a la Ermita del Cristo de la Vega fue fácil, cosa que nos gusta mucho. En la entrada, nos encontramos con Borja y María, cosa que no recordábamos esperarnos. Bonitas noticias y la promesa de más risas aseguradas con ellos. David, por su parte, ya estaba esperando en la puerta con sus imprescindibles con una charla agradable bajo la atenta mirada de su monumental estatua. Nuestra toledana «Estatua de la Libertad» según algunos y sitio de múltiples leyendas.

Aunque todos querían ver el reencuentro, el plan siguió su curso y cuando la novia llegó, David ya estaba en el altar junto a su madre deseando verla. Todo estaba preparado: las flores y los cuadernillos para seguir la ceremonia, los invitados en sus bancos, la alfombra roja… y la música empezó a sonar. El dúo de cuerda fue una delicia y, a partir de ese reencuentro, nos regalaron preciosas canciones versionadas que hicieron más acogedora si cabía a esta pequeña iglesia.

Entre peticiones, lecturas y sonrisas, había miradas cómplices. Esas que, a pesar de los nervios no se pueden borrar. No titubearon y con las frases de rigor se convirtieron en marido y mujer. La vela de A loja do gato preto fue testigo. A la salida soltaron algunos globos de corazón pero a duras penas porque entre tanto arroz y pétalos casi no podían avanzar. La alfombra roja era larga pero se quedaron a las puertas porque… ¡Los niños atacaban en primera fila! Y ante eso no hay nada que hacer. Después, las felicitaciones y los besos, unas fotos de familia con mucha intención y …¡rumbo a la naturaleza inhóspita!

Aunque la ceremonia se había alargado un pelín, aún quedaba tiempo para hacer unas fotos por Toledo, aprovechando los rincones que conocían bien. Una caminata un poco más larga de lo esperado pero acompañados de Ana y Dani, chófer para la ocasión. Subimos por el Puente de San Martín para escuchar saludos y retos para tirarse por la tirolina, pasamos por el arco y nos fuimos todos hacia el Cigarral Caravantes. Allí les esperaban todos sus invitados, dispuestos para hablar con ellos y disfrutar del rico cóctel en la terraza con vistas. Fue el momento de hacer las fotos de grupo y, con el truco de cerrar los ojos, el sol molestaba un poco menos. Entre conversación y conversación, una copa de vino voló con tan mala suerte de caer en el vestido de María. Como era tinto recurrieron al remedio casero de frotar con vino blanco y allá que fue Borja a ayudar a su amiga. Estaba a huevo cantarle el «así frotaba, así, así» porque puso empeño. Sin embargo, María lo dejó por imposible y siguió disfrutando de la fiesta de su boda con una frase que también marcó: «cuanto más roto esté el vestido, significará que mejor me lo he pasado». Y con esa actitud es difícil no acertar.

A lo largo de la comida, movida donde las haya, sucedieron muchas cosas. Sorpresas de la pareja, sorpresas de los invitados, cacharritos por aquí, impresiones por allá… No fue lo que se dice un rato tranquilo y apacible pero a pesar de los nervios, de probar con prisas la deliciosa comida con la que nos obsequiaron (mil gracias!), llegaron a tiempo todas las sorpresas. El desafío lo cumplimos y nos encantó ver las sonrisas de padres, hermanos, cuñados y sobrinos al abrir las cajas y envoltorios que guardaban una copia de las fotos de familia que habíamos hecho en la iglesia. Era una sorpresa preparada con antelación por la pareja, que estaba en todo. Con cada plato, algo sucedió y casi pedimos un cronómetro para parar el tiempo. Los novios no podían estar más felices con esa algarabía tan especial 😉 Genial a esos amigos, ya dueños oficiales de las congas en la comida.

Después, el baile nupcial más en el aire jamás contado sucedió a su estilo, con una canción que les hizo sonreír sobre todo cuando lo acompañaron de los peques de la boda y, después de sus hermanos y cuñados. ¡Eso es echar un cable! ¡Ole! A partir de ahí, empezó a sonar Divinevents con buena música y un atractivo juego de luces que consiguió animar a todos. Mientras unos bailaban pegaditos, otros pedían permiso para coger los pelucotes del photocall. Más risas con las fotos de grupo y por parejas donde mayores y niños participaron, con instantáneas incluidas. Y es que el stand de fotografías Polaroid echaba humo… ¡todos querían llevársela a casa!. María y David ya lo tenían pensado y por eso les prepararon unos dípticos donde guardarlas con una frase muy especial dentro: “Tantos mundos, tantos siglos, tanto espacio… y coincidir”. Simplemente corazón derretido.

De esta guisa transcurrieron horas y congas, pasando algunos a disfrutar en la terraza también de una charla con la temperatura agradable que aún perduraba. Una buena excusa para, antes de partir, presenciar el “manteo” de ambos y la presentación de “pescaitos” en sociedad. Nos fuimos a descansar con besos y con nuestros trastos, que no eran pocos, y allí se quedaron aún bailando.

Gracias a todos los familiares y amigos por su alegría, en especial a Borja y a María a los que nos encanta ver con tan buenas noticias bajo el brazo. Gracias a María y a David por decir “sí, quiero” con nosotras. Por confiarles a nuestras cámaras esos momentos tan importantes. Por todos los días, mensajitos de antes de la boda y la confianza siempre presente.

Una suerte ésta de coincidir, criaturas.

Roma y amor usan las mismas letras

El sábado empezó temprano, muy temprano, un día importante con tintes andaluces que hizo poner a todo el equipo en pie antes de ver a Lorenzo salir. Mientras el coche hacía kilómetros, el sol asomaba con una pinta estupenda y nos hacía desear sacar la cámara del maletero. Las avellanas, las canciones y cómo no, las noticias de actualidad, acompañaron el viaje. Pronto surgió una de las anécdotas típicas en nuestras vidas, la gasolina. Menos mal que el Polo aguanta y es nuestro fiel aliado. El reloj nos acompañaba de comunidad en comunidad, no había prisa pues íbamos bien de hora. Las autopistas fueron poco a poco dejando el paso a la carretera rodeada de casas pequeñas de piedra y de ahí hasta el camino de tierra que indicaba que estábamos cerca, aunque cómo no… nos habíamos perdido un poco. Aún así, sabíamos que aquella ermita que nos daba la bienvenida en medio del campo era la banderita de llegada. La Tejera de Fausto estaba justo en frente y allí empezaba todo.

Teníamos muchas ganas de esta boda, era sencilla, especial, por lo que primero fuimos a saludar a los novios y a la familia con la riñonera y la sonrisa puestas. Todo estaba en calma mientras nos acercábamos a la casa y vimos a Gloria. Mientras nos enseñaba los distintos puntos en los que estarían desarrollandose los acontecimientos, veíamos pasar a los sobrinos, padres y hermanos, cada uno con un recado distinto. Todos ayudando a decorar la finca con los detalles que la pareja. Y aunque decían que no era mucho, le daba el toque especial que la ocasión requería. Sin nervios, sin vestirse aún y juntos. ¡Nos encanta!

Después de urdir algún que otro plan para más adelante, la pareja nos dejó en buenas manos. Con el objetivo de conocer otra parte de la finca, el pequeño Jesús, uno de sus sobrinos, nos hizo de guía hasta la segunda casa. Mientras, nos contaba la cantidad de animales que vivían allí, el nombre de sus hermanos y su opinión sobre todo lo que le preguntamos con ese andar suyo tan seguro y ese acentillo tan gracioso del que nos íbamos a enamorar. Gracias a él localizamos un rincón que nos iba a dar mucho juego más adelante.

Las habitaciones tenían nombres de animales también, en concreto pájaros. Nos movíamos volando de una a otra mientras los novios empezaban ya los preparativos y, aunque ellos no podían verse desde… em… 20 minutos antes… el gusanillo de saberse a pocos metros les hacía mella. Alguna mirada por la ventana o el balcón a escondidas, las manos retorciendose y los pasos de arriba para abajo les delataban. Para contarlo todo, diremos que la habitación del novio era, en realidad, un salón de belleza. Su madre, aunque nos recibió muy sexy, no podíamos aún sacarla en las fotos. Por eso y entre risas, los hombres de la casa se arreglaban mientras todos pasaban por el set de peluquería y maquillaje que allí habían improvisado. Alberto también se preparaba y, como todo buen chico independiente, tuvimos que pedirle algún momento un poco más lento. Tirantes estampados, chaleco rosa y corbata. Gemelos y chaqueta. En un plis plas su madre, su padre y uno de sus hermanos le ayudaron con carita de «me están apuntando». También una de sus tías que se conocía los detalles de esos momentos nos ayudó. La luz del sol era, sin duda, el mejor regalo para un día tan especial.

Mientras, Gloria se preparaba acompañada de todas sus mujeres en una habitación de doble altura espectacular que sería la suite nupcial. Nos encantó especialmente que una de sus hermanas la maquillase creando en ese rincón rodeado de madera y luz, un bonito encuadre que aprovechamos al máximo. Su madre,la miraba con esos ojos preciosos que tiene, sus hermanas la colocaban cada detalle y le decían lo guapa que estaba con ese acento que lo hace todavía más especial, y sus sobrinas revoloteaban por allí. admirando a su tita que estaba a punto de casarse. Y Gloria, después de colocarse el vestido, el collar de flores y sus pequeños pendientes estaba simplemente preciosa y preparada para dar el sí quiero.

Poco a poco los invitados llegaban abajo para aparcar los coches y saludar a la familia y al novio. Todos sonrientes, incluido el abuelo Pedro al que sacamos después de ese momento en muchos más. Todo preparado, casi listos para salir pero… ¿y Beltrán?. El bebé lloraba en su carrito y no era para menos… ¡aún no estaba vestido para la ocasión!. Anécdotas de prisas que son parte de estos momentos y que los papás se tomaron con humor.

El camino hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Vegas era corto y por eso los invitados se fueron andando, al igual que nosotras por el arcén de la carretera. Un detalle muy pintoresto que sorprendía a los conductores con su colorido desfile. La llegada del coche de la novia no se hizo esperar. Cuando todos los invitados estaban allí, paró su Lancia beige junto al gran árbol seco. Mientras salía del coche con la ayuda de su padrino, la gente observaba desde la entrada y entre las columnas. Nadie se quería perder el momento y tenían muchas ganas de ver a la novia. Alberto intentaba escuchar a la gente que le hablaba alrededor pero se notaba donde estaba toda su atención. Gloria ya bajaba, más radiante que el sol, con su padre del brazo.

La ceremonia en aquella ermita tan espartana transcurrió tranquila con las palabras jóvenes del párroco, las lecturas de familiares y amigos, y el silencio que les rodeaba. El cura destacaba porque ha sido el más moderno de todas las bodas en las hemos estado. Entendía más de tecnologia que Bill Gates porque la Biblia no la llevaba en un libro… ¡si no en el iPad! ¡ahí es nah!

Estuvo llena de gestos cómplices, captamos miradas preciosas entre ellos y alguna lágrima de emoción al nombrar a los que ya no están. Y aún así lo que más llamaba la atención era lo que no estaba: y eran los nervios, los horarios y las prisas, los ruidos de fuera. El ambiente que consiguieron crear alrededor de ellos eligiendo ese precioso rincón del románico era algo tangible que formaba parte de su forma de hacer las cosas.

Tras la misa, el altar nos atrajo para realizar las fotos de grupo y ese abuelo protagonista que tanto nos sonreía y hacía sonreír a la cámara. Pero fuera, ese silencio que se había creado empezaba a desquebrajarse… cuchicheos, bolsas, «ya salen, ya salen» se oía en aquella media luna de gente expectante. Y es que las bolsitas tan monas de arroz que vimos preparadas en aquellos detalles del principio, se convirtieron en sacos. Sí, en sacos. Aún no sabemos donde escondía el hermano del novio los kilos y kilos de arroz aunque se rumorea que los chinos se han pasado al pollo porque el arroz… ¡se lo llevaron todo los de Jaén!. En pocos segundos aquello se convirtió en un escenario donde, a parte de casarse, se podía patinar alegremente. ¡Menudo descontrol de pies! Demasiado arroz por el suelo… bueno, por el suelo, el pelo, las zapatillas, algun canalillo… Así que a la salida recogimos besos y abrazos importantes de los más pacientes, y poco a poco los invitados se fueron yendo en ese caminito tan fácil. Era estornudar y aparecer en la finca.

Llegaba un momento que nos encanta, los novios contandose sus impresiones, relajados, siendo ya marido y mujer. Las sombras nos llamaron la atención, la naturaleza que rodeaba la historica ermita servía de complemento maravilloso, y por supuesto aquel coche propio aparcado como si de un anuncio se tratase, hizo el resto. La carretera y el sol nos invitaban a que realizasemos alguna fotografia de esas que nos gustan, donde hay un poquito de riesgo. Mientras, los novios saludaban alegremente por el techo solar. En la finca aprovechamos todos los recovecos de aquel lugar y un antojo de la novia, una cama elástica que ya Jesús nos había enseñado. En principio pensábamos que solo saltaría ella pero Alberto con sus tirantes nuevos decidió estrenarse en este deporte, subirse y acompañar a cada brinco de su preciosa mujer. Beso por aquí, historia por allá… y sin duda, de una boda.. sale otra boda. Benditos los amigos que se casaron hace ya algunos años porque ni Roma, ni Suiza les separaron. Al revés… Roma y amor usan las mismas letras. Nos encantaron esas historias que nos contaban mientras volvíamos al coche. Tocaba hacer la entrada triunfal.

¡Qué bonita ceremonia!.. pero el cóctel no se quedaba atrás. Los novios entraron como si de una película se tratase, un coche lleno de latas que indicaban que ya eran recién casados, un sol espléndido y unos invitados que desgastaron las palmas dando aplausos. Los niños jugaban en ese césped casi infinito, las fotos de parejas, grupos de amigos y familiares eran para este momento y las enhorabuenas se oían por donde pasáramos. No era para menos.

En esta boda poco tuvimos que andar como sabéis, el comedor estaba al ladito con todo preparado y con más detalles de los que en un principio pensabamos. Regalos, como ese aceite de Jaén, y tarjetas emotivas para cada uno de los invitados, papeles que llamaban la atención de cualquier niño, y es que precisamente guardaban sus regalos. Algunos se sabía perfectamente que eran… pues la forma redondita lo delataba. En ese momento de emoción, como si se hubieran adelantado los Reyes Magos, disfrutamos de bromear con los niños, nuestros intrépidos ayudantes. Allí todo el mundo tenía guasa y ese acento que nos encandilaba. La comida fue rápida, a un paso vivo pero dejando a todos disfrutar, levantarse, hacerse bromas y relajarse. Enhorabuena a la finca. Nosotras también comimos muy bien atendidas en el restaurante rústico, cosa que agradecemos muchísimo. Mesa por mesa hicimos fotos para que no faltase nadie, mientras el photocall iba tomando forma.

La fiesta no se demoró mucho y pronto acabamos en el baile… un baile muy especial… pues el cariño comenzó con pasos lentos y acabo con uno de esos rocks con los que se te mueven los pies aunque no quieras. Los invitados hacían corro, cantaban la canción a gritos, y se les escapaba algún paso que caracteriza a este baile. Los novios tenían coreografiado hasta el saludo final!! Gran sorpresa, pareja.

Después llegó la diversión incontrolada, pelucas al vuelo, copas y chuches, baile y más baile. Mónica Naranjo protagonizó uno de los momentos mas divertidos de la fiesta, y es que nuestra conocida y querida novia veterana Isabel, comenzó con las imitaciones hasta que llegó la novia con el micrófono de plástico hinchable y arrasó la canción. No sabemos si la voz sería tan buena como la de Mónica… pero el play back y la interpretación,si lo eran.Lo clavó.

Otro momento que nos encantó fue cuando toda la boda se prestó para hacerse una gran foto en común. Subimos a la escalera, animamos un poco el cotarro y las risas salieron pronto. Pero no quedaba ahí la historia… Ya recogiendo y finalizando las últimas fotos con las tarjetas temblando y bien gordas, llenitas de fotos, el rock vuelve a sonar esta vez para deleitar los oídos de los hermanos y el novio. Momentazo que la tía, los padres y los amigos disfrutaron como el que más, un gran reencuento. ¿Os pensáis que los pasos de baile estaban finiquitados? Eso pensábamos nosotras… ¡Pues no!, las palmas y las voces de Mark Ronson y Bruno Mars con «Uptown Funk» sonaron fuerte y como si se tratase de los propios bailarines, los amigos del novio interpretaron la canción tipo musical con saltos y una actuación muy divertida. Alberto, ajeno y sin haber ensayado, les siguió bien en su papel de cantante como si el concierto fuese suyo. Maravilloso.¡No podíamos creernos lo que nos pasaba a última hora!.

Gracias chicos por confiar en nosotros, por vuestra sencilla y mágica boda, porque sin duda, era un cuento y un regalo para nosotras. Gracias a todos por aquellas palabras tan preciosas, por no dejar que la pista de baile se aburriese, y por el cariño, que no nos faltó. ¡Enhorabuena pareja!

La boda de un color especial

Unas íbamos para Segovia… mientras otros se iban para ¡Sevilla! Sin duda fue un día SeSe. Por lo que pusimos rumbo a tierra andaluzas a primerísima hora de la mañana, allí nos esperaba una boda sencilla llena de dulzura y alegría. El sol casi no había salido, pero cuando lo hizo parecía que solo se encontraba en Sevilla concentrando todo su calor de principios de otoño. Y es que el viaje, entre conversación y cabezadita, se pasó antes de lo que esperábamos. Sería por las ganas que teníamos de conocer esa finca que habíamos cotilleado días antes.

Nada más llegar nos encontramos con el jaleo correspondiente a aquel día: los encargados de dejar el lugar a punto estaban ya en marcha, ceremonia y zona del cóctel a punto. Nosotros aprovechamos ese momento para tomar cada detalle de lo que se estaba llevando a cabo. Pronto apareció Miguel, el novio, y por supuesto después tocó saludar a la novia, que se encontraba en su habitación retocándose maquillaje y peinado, no quedaba tanto para dar el sí quiero. Los invitados llegaban sin parar, lo que denominamos como un “chorro de invitados”, y eso que parecía que iba a ser una boda «pequeña» (pequeña por tierras andaluzas ya sabemos lo que significa). Mucha juventud rodeaba la boda: parejas de adolescentes, carritos, matrimonios, niños, más niños… y todos con una sonrisa. Buscaron rápidamente esa sombra que teníamos para celebrar la ceremonia, menos mal, porque si no más de uno se derrite. No mucho después llegó el momento, una entrada triunfal y emotiva de la mano de un padrino muy especial, el hijo de Lidia, que así se llama la protagonista del cuento. Avanzó por aquel caminito de césped que Miguel había recorrido minutos antes.

Como ya sabemos, las ceremonias civiles están rodeadas de palabras bonitas y comentarios sorpresa que hacen llorar a los novios, aunque en este caso no se quedaron ahí y conmovieron a toda la boda. Los culpables: las hermanas de la novia, sobrina, hijo mayor, compañeras de trabajo… aquello era un no parar de emociones. Pero para todos había un papel importante, la hija pequeña era la responsable de aquellos anillos que indican la unión entre dos personas. Para entonces los invitados estaban ya intranquilos, querían abrazar y besar a los novios, darles la enhorabuena, consecuencia de esto: la salida fue vista y no vista. Todo el mundo vivía la boda como si fuese suya. Menos mal que el sol apretaba y la gente necesitaba su primer refresquillo. Así comenzaba el cóctel y llegaba el momento de las fotos de familia, amigos, de compañeros… ¡qué no faltase nadie!

El cóctel se alargó con rica comida, pero las mesas esperaban. Había una que nos llamó la atención, y es que había tantos niños que en algún sitio había que tenerlos controlados así que se hicieron con la mesa más larga del salón. Los que estaban controlados eran los de la mesa nupcial que se encontraban en el medio de aquel maravilloso banquete pues eran el centro de todas las miradas y todos los abrazos. En la comida hubo alguna emotiva sorpresa: fotos a familiares y ramos para las mujeres de la celebración, siempre tan importantes.

Para cuando los invitados estaban brindando dando el cierre al banquete, los niños ya estaban revoloteando por aquel impresionante jardín de la Finca El Roso, pues aquellos castillos hinchables llamaban la atención de cualquiera, la nuestra también. Qué pena no habernos podido montar. Pero no solo había sorpresas para los niños, también para los adultos. Al salir se encontraron un escenario donde tocaron en directo el grupo “Bultaco” que, combinados con unas copas y unas chuches, dieron comienzo a la fiesta. La última sorpresa fueron las fotos instantáneas que tanto juego dieron y que dejaron un buen recuerdo en aquel libro de firmas personalizado para Miguel y Lidia. Todo el mundo quería dejar su recuerdo. Sombreros, pelucas y bigotes fueron también complementos de la fiesta, y más de uno se partía de risa del de al lado al verle con una peluca de cualquier color.

El Lorenzo que tanta guerra había dado, incondicional de esta Sevilla con un color especial, iba desapareciendo y el novio decidió ponerse zapatillas y… ¡qué siga la fiesta! Cuando ya teníamos todo recogido, Lidia nos encandiló con su lanzamiento de ramo: corriendo sacamos las cámaras pues no nos lo queríamos perder bajo ningún concepto. Así inmortalizamos, con la última foto del día, el final de una gran celebración. Nos marchamos a descansar con buen sabor de boda aunque sin el ramo, pues no pudimos pillarlo al vuelo. Al día siguiente nos esperaba un viaje lleno de historias y anécdotas de la boda que nos acompañó en nuestra vuelta a casa.

Muchas gracias por confiar en nosotros antes y después, por la dulzura y el cariño para con todo el equipo (que no somos pocos), pero sobre todo, por la diversión y el color especial de vuestra boda.

Que siga el baile

El día prometía. Este fin de semana teníamos plan con una de nuestras parejas… ¡bodorrio!. Todo estaba hablado, horas cuadradas, coche a punto y trastos en posición. Después de pasar la mañana con ese gusanito nervioso que siempre tenemos en las bodas de por la tarde, al fin empezamos a comernos los kilómetros. Preparados, listos, ¡ya!

Ya sabéis que nuestra orientación a veces nos juega malas pasadas pero esta vez don GPS no estaba por la labor, así que nos arreglamos a la vieja usanza… a través de pistas en los alrededores. No hizo falta nada e incluso cantando llegamos a la verja blanca de la casa del novio. Allí nos recibieron sus familiares y Troy, el pequeño guardián de la casa en ese día tan especial. Con tranquilidad y disfrutando de la sombra y el aire acondicionado estaban todos, cada cual en un rincón. Lola, la coneja blanca de la pareja, también estaba en su jaula mirandonos sorprendida con sus ojitos pintados.

Alberto bajó rápido para saludarnos y echarnos una mano con todos los detalles. No estaba nervioso. «Solo un pelín agobiado con tanta cosa por hacer». ¡Hasta nosotras estabamos más inquietas!. Reloj, gemelos, traje… y entre unas y otras algún momento de repasar el discurso, un cable para ayudar con la corbata, ese hilillo que se escapa por ahí… A medida que pasaban los minutos, Alberto iba completando su atuendo con ayuda de los suyos. Todos estaban ya listos por lo que aprovechamos para hacer las fotos de grupo en la magnífica terraza donde, todos elegantes, aguantaban a las dos fotógrafas y sus «clic, clic, cliccc». Allí volvimos a darnos cuenta de que la pose ya la tenían cogida, pero sobretodo, de que hacía calor. ¡Mucho calor!

Era momento de irnos con la novia. Risueña y dulce.  Entramos acompañadas del papá del novio, con el que volvimos a coincidir en un portal decorado por los vecinos para la ocasión. Alfombra roja, flores en cada puerta y pétalos por todos los rincones…Un detalle muy bonito para felicitarles. En plena sorpresa estábamos, cuando nos recibió Cris abriendo una rendijita de la puerta. Con un abrazo y una sonrisa hicimos el baile de los nervios… ¡había llegado el día!.

Primero saludamos a todos, incluido Shaki que nos miraba tranquilamente. Creo que no sabía a qué se debía tanto alboroto. Después, en su blanquísima habitación aprovechamos para fotografiar los detalles y el vestido. Ese vestido sencillo y elegante de Rosa Clará. Era un bonito momento también para acordarnos de las personas importantes que la acompañaban de otra manera, cerca de su corazón. Aunque eramos pocos, los nervios estaban a flor de piel. Y es que ese vestido de tanta capa se rebelaba, el velo no terminaba de encajar y no llegábamos a los zapatos. Con ayuda de su hermana y su tía, y bajo la atenta mirada de su padre, al final no hubo ningún problema. ¡Estaba radiante!

Cuando ya estaban todos preparados, les dejamos con el coche de época en la puerta y, sin pausa pero sin prisa, pusimos rumbo hacia la iglesia, escondida entre las callejuelas del Casco Histórico. Esta vez el coche no nos supuso muchos problemas aunque al llegar a la Iglesia de San Justo y Pastor estábamos con la lengua fuera. Mucha gente guapa ya se arremolinaba cerca del novio, charlando animados para hacer tiempo. Allí nos encontramos a una familia muy querida, de esas que casi forman parte de la tuya y que darían mucho juego a lo largo de la boda… Alberto, no paró de recibir felicitaciones y estuvo pendiente de que todo fuese bien. Los invitados entraron y Alberto se quedó en el altar junto a su madre. Los segundos se alargaba y todos estaban mirando hacia la puerta. El jaleo de la calle nos hizo saltar el corazón… Cristina y el padrino ya habían llegado.

La entrada hacía el altar siempre crea una burbuja entre los novios, y nadie más. Las fotografías de los invitados, los piropos, y alguna que otra caricia, empujaban a la novia a su futuro marido que esperaba impaciente y emocionado. La ceremonia empezó emotiva con Marina, la hermana de la novia, que superó su «miedillo escénico» porque su hermana se lo había pedido. La emoción se respiraba entre familiares y amigos, pero los novios no paraban de sonreír. Después de algunos consejos del sacerdote, y de las lecturas, algunas memorizadas, llegaba el momento del «Sí quiero». Y fue en entonces, cuando un rayo de luz, se posó en la cabeza de Cristina, alguna bendición que venía del cielo…para creyentes o no, un momento que para quién se diese cuenta, fue realmente mágico. ¡Ya eran marido y mujer! Hubo muchas felicitaciones dentro, pero fuera esperaban los kilos de arroz y de confeti. Y decimos kilos por no decir toneladas, que no queremos que nos llamen exageradas…pero nuestro pelo lo supo bien.

Contamos una, dos y tres pero ni así estuvimos preparados para la lluvia de arroz y confeti que les calló encima. Después llegaron las felicitaciones, uno de los momentos más alegres con todos los invitados. Sólo se veían abrazos y miradas de cariño que terminaron cuando deberieron terminar, ni más ni menos. Después tocaba hacerse un par de fotos en los lugares que teníamos en mente. La Catedral, el Ayuntamiento, el pasadizo y alguna callejuela fueron testigos de los primeros besos de los recién casados mientras nos encontrábamos en cada esquina con algún conocido. Con la última parada en el Puente de Alcántara creíamos haber acabado las fotos de pareja pero aún el sol nos regaló un último rayo. Paramos en lo que podría parecer un sitio normal, pero no lo era, se respiraba paz, en medio de ningua parte. Un enclave muy significativo para Cristina y más en el día de su boda.

Desde la misma entrada, llena de globos y algarabía, ya nada pudo parar la celebración. El Hotel Cigarral Doménico les regalaba sus vistas desde su imponente terraza donde se celebraba el cóctel y la cena. Allí volvimos a coincidir con Carlos Muñoz, siempre es un placer ver como trabaja. Con la caída del sol, el calor dio tregua y la temperatura les acompañó en cada plato. Con música liguera y unos invitados muy guasones (no olvidamos el perro de piedra, ni los contínuos «que se besen»), el buen ambiente estuvo siempre presente aunque no faltaron los momentos especiales y emotivos donde hubo flores para los hermanos, y fotos para los padres, y el cielo recibió de la mano de Cristina y Marina, unos globos que significaban más que ningún regalo. A todos les emocionó verlos volar y no hizo falta palabras ni más ceremonias. Sin duda, un momento donde nosotras nos emocionamos al ver aquel abrazo de primas y tías donde su pensamientos y mirada se iban con aquellos globos, aún al escribirlo se nos siguen saltando las lagrimas. ¡¡Esos pequeños gestos dicen mucho!!

Para acabar, después de repartir los regalos a los invitados y tomarse el café, la pareja abrió la pista de baile en la misma terraza, con sus seres queridos formando un círculo y acabado con un… ¡todos para abajo! ¡a la discoteca!. Ya en la fiesta, el photocall y las fotografías instantáneas se convirtieron en la pareja perfecta para animar aún más a todos los invitados. No faltaron los más bailongos, alguno que tenía controlada la barra del bar, los padres que bailaban con los niños, los reyes de los disfraces… Todo el mundo se apuntó y la pista no se despejó ni a altas horas.

Gracias Cris y Alberto por tratarnos con tanto cariño y por tener esa ilusión en lo concerniente a nuestro trabajo, por confiar en nosotras para el día de la boda y sus preparativos. Y gracias a todos los demás por hacernos un hueco en la boda: en las casas, en la ceremonia y en el banquete. Un hueco para poder recordar lo que sentísteis, para siempre.

¡Un hurra por los recién casados!

Que tu felicidad sea la mia

Ola de calor, decían para este pasado sábado en el centro de España y, con grados o sin ellos, la fecha de la boda de Olga y Toño se aproximaba. Después de comer y preparar todas nuestras mochilas, nos pusimos en camino hacia Aranjuez para ver a nuestros aventureros, con lo que habíamos compartido lugares bonitos, rincones secretos y recetas de cocinillas. Teníamos muchísimas ganas.

Llegar a cualquier parte siempre tiene el peligro de perdernos y, aunque lo intentaron con tanta calle prohibida y sin gps, nuestro olfato de bodas nos indicó el camino hasta la Finca los Rosales, un sitio precioso en el que ya habíamos estado. Al llegar nos recibió la tranquilidad de su jardín, decorado para la ocasión y con bonitos detalles que los novios habían supervisado. En el porche esperaban algunos familiares y también Toño, que merodeaba por allí con la prohibición de ver a la novia. Puerta con puerta pero sin querer romper la tradición de verse antes de la celebración… ¡qué nervios!.

Nuestro primer paso fue seguir a la mamá de Olga, siempre sonriente y la que nos apodó «Los duendecillos», ¡Nos encanta!. La encontramos preparándose en el baño de su gran habitación,la estaban peinando y maquillando con la ventana abierta donde solo se veía «verde» lo que aportaba muchísima tranquilidad.¡Así da gusto! Empezamos por los detalles, el vestido, que encontró su encuadre en el maravilloso salón, los zapatos, los cuales movíamos cuál ninjas de un lado para otro escondidos y protegidos para que Toño no nos pillase con las manos en la masa…El ramo, en el mejor sitio que podía estar, la nevera. Así que, aprovechamos que teníamos a la pareja en la misma casa para mezclar los detalles de uno con los de otro. Algo muy recomendable y divertido.

Los familiares iban llegando mientras les recibía Milú, el perrito de la familia que iba igual de trajeado que el resto y que disfrutó como el que más a su aire todo el día. Los rincones de la casa nos embaucaban y llamábamos a las puertas cuál carteras. Olga ya estaba lista, pero antes de vestirse, un momento que nos encantó, fue la novia la que maquilló y peinó a su madre. Un momento muy emotivo y tierno que reflejan la realidad con naturalidad. Tocaba subir ese precioso vestido que poco a poco iba encajando perfectamente. La liga, los zapatos y faltaba algo… ¿Pero qué? Una pulsera pero no una pulsera cualquiera, una en la que ponía «Las de siempre, para siempre». Llamaron a la puerta y aparecieron 4 amigas emocionadas viendo a la preciosa novia. Era su momento pero Olga tenía una sorpresa para ellas, esa pulsera que resumía lo que significaban en su vida. Así que las cinco mostraron sus pulseras orgullosas, algunas ni quitaron la etiqueta… Menos mal que estuvieron para acompañarla, porque la espera en la habitación se hacía cada vez más tensa pues la novia no paraba de asomarse por la ventana para ver llegar a todos los invitados. ¡Ya no quedaba nada!

Mientras, en otra parte de ese mismo pasillo, Toño se arreglaba en compañía de su madre que nos avisó cuando estuvo listo para terminar e inmortalizar el momento. El reloj, la pajarita, el chaleco… todo fue fácil hasta llegar al prendido, ese que trajimos también de la nevera y que dio un poquito de guerra. Debía quedar bonito y no recargado con el pañuelo, como decía Toño. ¡Fuera pañuelo!. Aunque lo que más nos gustó/encantó/divirtió fueron esos gemelos de Superman que nos contaban un poco de ese superhéroe que llevaba dentro. Madre e hijo mano a mano y capa a capa le dejaron listo mientras se oía eso de «porqué la gente se no casará en invierno, con este calor…», y el abanico salía como complemento de la madrina. ¡Indispensable!.

Plim, plam, plom. Solo las puertas cerrándose con las corrientes de aire rompían el silencio y es que había una calma mágica en la finca. Los nervios iban por dentro y no tardaron en hacerse notar mientras Toño y todos los invitados se ubicaron en la pérgola de la ceremonia, donde entre telas blancas y una gran pradera iban a recibir a la novia que esperaba ramo en mano a muy poquitos metros de allí.

El recorrido hasta aquella alpaca que haría de asiento, fue rápido, deseando llegar, con sus amigas recogiendo la cola y su padre agarrándola fuerte del brazo, orgulloso. Tanto si cabe como Toño al verla llegar, ¡qué mirada!. La ceremonia fue corta y después de leer algunas palabras de la hermana de Toño y una de las amigas de ambos, y de leer todos los aspectos legales, quisieron hacer el rito celta de enlazar las manos. La respiración se le cortó a más de uno a la hora de leer los votos nupciales, algo especial sin duda. Nunca hemos visto prometerse amor de esa manera «Princesa ricitos, aunque sea pequeño y débil, por ti moveré montañas y mataré dragones». La emoción brotó en cada invitado, y cómo no, en los novios. El camino se llenó de petálos y piropos, para finalizar con achuchones, felicitaciones y besos, muchos besos. Los selfies de las amigas con los protagonistas abundaban, pero nosotras también hicimos nuestro trabajo. Antes de que se fueran para el cóctel tocaba foto de grupo, y así fue. Tras esto les tocaba a ellos, un par de besos en un rayo de sol y punto, no necesitábamos más. Era la hora del cóctel.

La comida se movía de un lado a otro sin parar, el paisaje acompañaba y el calor no destacó en exceso. La música en directo con aire cubano, una bonita sorpresa de Olga a Toño, amenizaba la velada y los bailes de algún gamberro, ponían el toque de humor. Detalles por aquí, foto emotiva por allá y conversación relajada mientras Milú aprovechaba y comía jamocito de quien tuviera a bien dárselo. Entre unas cosas y otras, pronto llegamos a la cena. La boda entera estuvo rodeada de la palabra Love, palabra que presidia la mesa de los novios. Había corazones en las sillas blancas y un cielo cuajado de pequeñas luces les cobijaba mientras empezaba a atardecer. Fue una cena muy rica, podemos decirlo pues tuvimos la suerte de probarla, muchas gracias pareja, tuvo ritmo, no hubo muchos parones excepto un bonito momento en el que Olga salió para darle un ramo enorme a su cuidadora, a la que tanto cariño tiene. Sonaron muchos «que se besen» y más de una trompetilla a cargo de amigas y amigos. Las amigas también tenían una sorpresa para ella: le dieron un bonito álbum recogiendo fotografías antiguas que mostraban lo que decía la pulsera «Las de siempre. Para siempre».

Después, los novios se movieron por las mesas para dar los regalos a los invitados y a nosotras que no nos faltó tampoco, nos hicieron sentir una más, sin duda. Pero estos regalos eran especiales, los había hecho la novia, ¡qué maravilla! Dos vaselinas de diversos tonos, y un alfiler de con una cabecita de mujer con tocado; rubias, morenas, con sombrero con pluma, sin ella… A lujo de detalle. Y otro toque especial, la cerveza personalizada…ya os diremos cómo está y brindaremos a vuestra salud. 😉 Sabemos que es este momento en el que se crea un in pass, pero en esta ocasión duró poco…Un buen amigo de los novios, y animador de corazón, llevó a todos los invitados a la pista de baile, ¡te contrataremos para otras bodas! Pasito a pasito, todos los invitados se encontraron entre luces y buena música. Era la hora del baile.

El Dj David, o Garri como le llaman los amigos, estuvo en todo momento ofreciendo su ayuda. Ya lo ha hecho en alguna ocasión, y en esta boda le estamos igual de agradecidas. Ahora le tocaba a él pinchar buena música. Primero el baile de los novios donde brotaron las sonrisas y las miradas, las caricias…un baile estudiado, pero que salió de dentro, como todo lo que hicieron ese día. Después, intercambiaron pasos con el resto de invitados y… ¡menudos pasos! Nosotras también tuvimos el privilegio de compartir baile. No había quién les parase, sobretodo en canciones como «Paquito el chocolatero» , «Follow de lider», «Grease»… pero …¡qué vemos! Alguien con peluca, hora gamberra. Los novios y los amigos decoraron sus trajes con pelucones, gafas, sombreros ridículos y carteles en los que reconocían buscar pareja, bailar mejor que Beyonce, o ser el alma de la fiesta… ¡Qué buen momento! Nosotras seguíamos buscando la mejor foto subidas desde el balcón, desde una silla, y menos mal que los árboles estaban lejos porque si no… Y allí les dejamos, dándolo todo, con las habitaciones identificadas y la comida del día siguiente esperando a ser cocinada.

Muchas gracias por tratarnos así, con tantísimo cariño, como uno más. Por confiar en nosotras, por hacernos sonreír, y por permitir que seamos esos duendecillos que inmortalizan el día de vuestra boda. Gracias. Toca amarse, soñar y seguir mirándose como os miráis.

→ Su preboda aquí

Volar cometas por el cielo

El sábado lloramos, sí, lo tenemos que reconocer. Fue una boda de muuuuuchas emociones y detalles que jamás habíamos visto. Óscar y Emma se casaban, llegaba el momento tan esperado. Al llegar a casa de la novia nos encontramos a Bubu, una preciosa perrita peinada a la perfeccion y con un tutú que demostraba el día tan especial que era. Rápidamente se oyó un «hola chicas», era Emma que nos saludaba mientras la estaban maquillando y que más que de una novia, aquel lugar parecia el de una verdadera artista. Todo lleno de maquillaje, pinzas, brochas y como no podía faltar, un espejo lleno de luces de esas que convierten un rinconcito en un camerino. Entre todos los espejos buscabamos la mejor foto con Bubu dando el toque gamberro a aquel momento. Mientras tanto, nos acercamos al salón donde Azu, la mamá de la novia,nos había preparado un precioso bodegón con los zapatos, arras, anillo de pedida, abanicos, pendientes y flores, muchas flores. Duró poco, pues los movimos por todos los rincones de la casa. El vestido era el protagonista: parecía enmarcado y tenía luz propia. Entre complemento y complemento se coló una bandera. Aquella bandera de España que bajó junto al novio en su salto desde 4000 metros para emocionar a Emma con la frase «¿Te quieres casar conmigo?». Una pedida de altura, si me permitís la broma.

Detallito por aquí, foto por acá y era la hora de ir a por el novio. Al entrar en la casa de Óscar, nos encontramos con Fofi, un gran amigo, que a nosotros nos demostró ser uno más de aquella familia. También estaban las peluqueras que hacían su trabajo con la dama de honor, los niños y por supuesto la madrina. Reyes, nos alegró mucho verte ¡con esa sonrisa que te caracteriza! Pero… ¿ y Óscar?. Algo curioso nos pasó, él era el que no había llegado de la peluquería. Al poco entró peinado a la perfección, bromeando con su amigo y directo a darse una ducha para refrescarse de ese calor que empezaba a aparecer. Entre tanto, nos asomabamos por las habitaciones para recoger el impactante vestido de la madrina, la llegada del hermano y la calma de los niños mientras veían los dibujos.

De repente, le vimos salir ya casi vestido y así comenzamos a hacerle fotos. Era el momento de dar los últimos remates en su habitación, llena de fotos de Emma y de un bonito coche rojo. Para ese momento, quién mejor que su hermano que se quejaba de que en su boda «nadie le había vestido». No todos tienen esa suerte, la verdad… Los gemelos, la corbata, el chaleco y … ¡alguien había perdido los zapatos!. O eso se oía por los pasillos, sí, los zapatos del papá del novio se habían escondido para poner la anécdota de la mañana. Entre todos hicimos los interrogatorios como si de una película de policías se tratase; ¿cómo eran? ¿dónde los vísteis por última vez?. Menos mal que se encontraban en un armario y todo salió bien. Eso sí, destacar la tranquilidad de Eduardo, el papá, ¡qué gusto de hombre!.

Luego tocaban las fotos de familia y mientras Óscar ya estaba preparado y algo nervioso comiéndose un yogurt… Emma comenzaba con uno de los momentos mas bonitos de la boda: vestir a la novia. Para ello se encargó otra de sus damas, Diana, que sería nuestra estilista en la boda: medias, liga, vestido, zapatos.. Todo colocado a la perfección y sin apenas dificultades. Entonces, apareció el padrino vestido de policía con un uniforme precioso que hacía aquel momento todavía más especial. Tocaban las fotos de familia, primero con el padrino, después con la mamá de la novia (en todo momento pendiente de nosotras) y luego la abuela María, un encanto de mujer que nos ofreció su casa y que valoraba nuestro trabajo como la que más. La emoción no se pudo contener, nos encanta.

Al poco llamaron a la puerta. Eran los sobrinos, el futuro suegro con zapatos nuevos y la preciosa cuñada que también era una de sus damas de honor. Fotos por aquí, más fotos por allá y derechitas a San Juan de Los Reyes donde ya nos esperaban. Llegando con algunos minutos, nos dío tiempo a preparar todo y oír las herraduras de unos caballos pisar la calzada, señal de que había llegado… ¡la calesa de la novia!. Óscar, que no podía estar mejor para la ocasión, la esperaba junto con su madre, una impresionante madrina con un vestido aguamarina y una mantilla colocada a la perfección. Llegaba el momento de dar el salto al vacío.

La entrada se hizo esperar pero qué maravilla de minutos esperando pues el rayo de sol que salía por una de las preciosas ventanas de San Juan, iluminaba a la novia como si de un angel se tratase. La música comenzó a sonar y la novia se acercó al altar tapada con su velo para ser desvelada por su padre al entregarla a Óscar. Una tradición que han querido conservar. Fue una ceremonia con más de una sonrisa de esas que no se pueden aguantar, con canciones preciosas de un coro flamenco que puso toda su pasión en cada letra, de miradas y de muchos abanicos. Al finalizar hicimos las correspondientes fotos en el altar y esperamos la ansiada salida llena de petalos y arroz. En es esta ocasión más de los primeros que de los segundos ¡menos mal!. Besos y achuchones para los recién casados e incontables turistas haciendo fotos… Y el tic tac del reloj pasaba… Nosotras ansiosas por lo que llegaba pues eramos las únicas que conocíamos la esperada sorpresa. Unas fotos rápidas en el claustro y derechos al Cigarral de las Mercedes. ¡Nervios ON!.

A la llegada aparcamos corriendo y entonces surgió una de esas relaciones de complicidad. El guardia de seguridad nos dijo que echásemos el coche para atrás y nosotras… En vez de arrancarlo le quitamos el freno de mano y lo empujamos. Fue el momento en el que toda la tensión de la sorpresa se transformó en carcajadas, ¡qué genio!. Cogimos las cámaras y salimos corriendo hacia un sitio secreto. Allí estaba la calesa con sus dos caballos blancos y Faraón, un precioso caballo negro azabache que tenía una papel muy importante. Iba a ser el primer ser vivo que bailase con la novia, sí sí, nada de marido, un caballo. Y no hemos visto nada tan mágico. Que nos perdonen los bailes de los novios pero es una historia preciosa y es que Emma cumplio su sueño y superó todos los miedos enfrentandose a un caballo impactante, no un pony, un buen caballo. La música era una bonita cancion dedicada a las madres. La emoción fue tal que no hubo lagrimillas, hubo llanto. ¡Qué bonito! ¡qué miradas hacia el caballo! ¡qué gran jinete! y qué impactados quedaron todos. Por supuesto, qué valiente la novia, no por el caballo si no por atreverse con algo tan original, por superar los miedos y por lo bien que baila. Es de admirar. Estamos seguras que además de nosotras, todos lo pensaron mientras ambos giraban en círculos siguiendo sincronizados la coreografía que tanto tiempo habían estado preparando. Mientras, todos los invitados, Óscar y las dos mamás se emocionaban en la primera fila. Precioso detalle que aprovechamos nosotras también para saludar a las nuestras a las que tanto queremos y de las que nos acordamos tanto en esa sorpresa.

Después había que recuperarse con un buen coctel dónde nos encontramos a nuestro amigo Carlos Muñoz, el mejor cortador de jamon de este mundo y de otros. Y nosotras que hacemos filetes… ¡Qué penica!. Bandeja por aquí, conversación con los que hacen posible que Las Mercedes quede así de bonita, fotos de grupo y a comer en dirección a la carpa. Pensabamos que se habían acabado las sorpresas por un instante…pero ni de broma. Los novios entraron con una preciosa cancion de Cèlin Dion entre aplausos y el calor de la gente, el brindis fue precioso, aqui ya empezaba la emocion pues nos encantó un bonito detalle de Óscar ya que se lo dedico a la gente y subió la copa para dedicarselo a aquellos que no estaban fisicamente, pero que los acompañaban de otra manera mas especial. Despues, tocaba relajarse, pero los gritos de un divertidisimo Fofi, «que vivan los novios», volvieron a hacer sonreir a toda la boda.

Riquísima comida, y entre plato y plato más sorpresas, esta vez una de Óscar a sus padres. Una que ni nosotras sabíamos y es que le nació la misma mañana de la boda. Les dio en petit comité sus dos medallas militares que tanto trabajo cuestan conseguir. Emocionante, los ojos del padre se empañaron y con serenidad y orgullo se fundió en un abrazo con su hijo, las lágrimas de la madrina brotaron mostrando la debilidad de aquella madre por su «niño». Un regalo lleno de significado donde nos emocionamos todos. Pero ésto no había acabado ya que Emma tenía otra sopresa para su ya marido, una foto de ambos con una frase que expresaba todo el amor que sentía. Menos mal que después nos recuperamos gracias a los nuevos gritos de «¡que vivan los padres y los padrinos!».

Era el momento de la liga, la corbata, y parte y solo parte, de los calzoncillos. Le hicieron un círculo y allí pasó de todo con la tijera, escapando por los pelos de algo más grave. Intentó aguantar pero, Óscar… Eran demasiados amigos. Así llegamos al postre y del postre a otra sopresa, esta vez antes del baile. En el césped esperaban «los amigos del patio» de Óscar, esos amigos que tienes toda la vida con los que te crias y por los que tienes debilidad. Un pequeño paracaidas esperaba sujeto por todos con el fin de mantear al novio, al novio y a algun otro amigo.. ¡Qué alegría da ver a los amigos de toda una vida formar esa piña!.

Después el baile coreografiado y donde se volvió a notar el cariño de la gente y entre la pareja. Baile con lo padres, y más baile…
Emma decidió que ya estaba bien y se cambió de vestido a uno más ligero para hacer especial el momento canción de grupo. Para todos hay canciones especiales que marcan pero la de este grupo titula este post. Cuando los novios entraron, todos empezaron a cantar a pleno pulmón “Cometas por el cielo”, en esta boda, todo era de altura. Una docena de aguerridos «hombretones» gritando y saltando en piña con La oreja de Van Gogh. ¡Y tan contentos!.

Después, unas sevillanas para rematar la fiesta. Y de las Mercedees.. A la Venta del Alma donde los novios dejaron todo preparado con puestos de chuches, llenos de detalles para el novio por parte de su mujer, y un lugar perfecto para acabar la noche. Al entrar fueron los que tiraron el confeti a los invitados para agradecerles su asistencia, empezando la segunda fiesta y donde habían aguantado los invitados de todas las edades. Acabamos llenas de besos, de Azu, la mamá de la novia que tanto nos cuidó y tan guapa iba, de María, la abuela mas cariñosa del mundo, de Domi, la impactante madrina y de infinitos invitados que nos demostraron su agradecimiento. Pero para agradecer ya estamos nosotras. Gracias por confiar en nuestro trabajo, por regalarnos tantos recuerdos bonitos de una boda, por emocionarnos de una manera especial, por la rica comida, y por hacer que la cámara se llene de momentos especiales.

Gracias a todos los compañeros con los que nos topamos en cada boda, como los de Wfilm con los que coincidimos en esta locura de trabajo que nos encanta.

¡Qué seais muy felices, pareja!

Pero que sea bonito

Hay que decir sí quiero y te quiero. Esa fue una bonita moraleja que nos llevamos puesta del sábado, justo mientras cruzábamos el Puente de San Martín. Y aunque parezca un simple cambio de palabra, dos letritas, es muy significativo. Pero nos estamos adelantando, primero lo primero: nuestros preparativos, nuestro grupo de Whatsapp «Bodorrio» echando humo, llamadas, trastos y cámaras. En marcha hacia el novio, ¡qué empezamos!.

Llegamos al Hotel AC en Toledo, huyendo del sol de primera hora de la tarde buscando la sombra y a Alfredo, pues se hospedaba para la ocasión allí con su familia. Y los encontramos pasando de habitación en habitación, con los preparativos y esa sensación de estar en casa compartiendo espacio. Con una sonrisa de las suyas nos recibió y empezamos a cambiar las cositas de sitio: una silla para allá, un bodegón que aparece por aquí, abrimos las ventanas… Pequeños detalles para que todo fuese perfecto.

La terraza y la ventana nos sirvió de escenario para hacer nuestro trabajo. Con cada complemento, alguien le echaba un cable: su hermana, su madre, su padre, su tío, su cuñado… ¡para todos había un beso y un momento!. Ya la corbata fue para él que con mucha maña, de esa que se basa en la experiencia, la colocó en un periquete. Eso sí, con el visto bueno del papá. Imprescindible. Nos colamos en el baño, en la bañera y hasta detrás de los espejos para capturar el momento mientras usábamos la astucia para verlo a él y a su colocación de pelo desde el ángulo más privilegiado. Otro gesto que ya conocíamos de él y que quedó capturado.

Aunque no estaba planeado, cuando ya estuvo listo y nos poníamos a hacer algunas fotos en familia, alguna lágrima se escapaba al ver a Alfredo de novio y es que estaba muy guapo. Una emoción que pudimos ver en todos mientras se cogían de la mano con cada foto. Un gesto precioso y muy particular que no nos pasó desapercibido. Después tocaba darle a Inma el mensaje guasón del suegro: ¡Alfredo se lo estaba pensando! Menudo susto para la pobre.

El viaje a Menasalbas estuvo como siempre lleno de buenos ratos, peripecias de los días viendo mundo y música. Entre indicación y chuches, nos preguntamos porqué Google maps elige a veces el camino más extraño para llegar a nuestro destino y es que nos encontramos con rincones toledanos y estampas donde nos hubiera gustado sacar la cámara del maletero. Ese álamo gigante del que habíamos oído hablar y alguna corbata, nos ayudaron a localizar la casa de la novia, abierta de par en par para recibirnos. Daniel, el papá y padrino nos acompañó a buscar a su hija, que estaba arriba ya maquillada y peinada jugando con su querida sobri Paula. Una nena a la que nos tuvimos que ganar a base de sudor y muuuuchas caratoñas. Narizota de payaso incluida.

Inma esta preciosa y no solo por el aspecto: la alegría se le notaba en los ojos y estaba radiante. Nos tenía todo preparado en la habitación: vestido, zapatos y joyas. Especialmente el rosario de plata de la abuela, de alguna forma presente con ellos junto al ramo de la novia y a lo largo de todo el día. Después de hacer algunas fotos, llegaba el momento de ponerse el sencillo y fino vestido tipo princesa para lo que necesitó algo de ayuda de las mujeres de la casa y es que tenían que seguir los pasos: cancán, desde arriba, cuidado el pelo, bracitos por aquí… y ya. Hora de Ofe, su hermana, para abotonar la espalda con sus interminables 35 botoncitos. Paciencia y maña para dejarle el vestido perfecto, y como decía la abuela como único requisito: «pero que sea bonito». Prometemos que lo fue.

Bajamos al salón para meternos entre la algarabía y hacer las fotos familiares mientras desde la puerta las amigas se asomaban para ver lo bonita que estaba. ¡No era para menos!. Al terminar las fotos y vídeos nos fuimos andando hacia la iglesia todos juntos en tropa con un orgulloso Daniel e Inma a la cabeza, arrancando felicitaciones de los vecinos por la calle. Unos valientes que no temían al sol ni a la caminata que nos separaba del novio y todos los invitados.

Bajo la atenta mirada de Alfredo y con una bonita música clásica en directo, Inma recorrió el pasillo muy bien acompañada y feliz de ver por fin a su futuro esposo. Una ilusión en ambos que no desapareció y que pudimos ver a lo largo de toda la ceremonia. Lecturas, peticiones, arras o anillos; en cada detalle que pudieron, los suyos estuvieron apoyándoles y disfrutando del ansiado momento y esa promesa para toda la vida. Los nervios hicieron acto de presencia pero juntos los superaron. Decían que no..pero cogimos los típicos gestos; mordida de labio, me peino, me toco la falda, que reflejaban lo contrario…Eso sí, se podían leer los labios y ver como se preguntaban «¿Te gusta el vestido? Estas preciosa». Emociones contenidas que salieron a pasear cuando, al dar por concluída la misa, Ofe subió a leerles unas palabras. Clinex arriba y abajo mientras hablaba de recuerdos y confidencias, y donde pudimos ver el cariño tan bonito que les tiene. ¡Valiente y muy bien dicho!. Ni que fueses de letras…

Las sorpresas no hacían más que comenzar con los amigos preparados para hacerles un paseo de lavanda a la salida de la iglesia mientras se escuchaba el ¡qué vivan los novios! y llovían los pétalos, el arroz y los minibilletes. Nos llevamos más de uno y de los moraditos, que en el monopoly los podemos colar a la perfección… Mezcla explosiva que nos hizo a todos sonreir y es que …¡siempre vienen bien!, al igual que las felicitaciones y los abrazos que se sucedieron un buen rato y que les recargó de energías. Después llegaba la hora de montar en el coche clásico de Ángel y volver a Toledo dónde continuaría la boda.

Como teníamos planeado, hicimos una parada en el Puente de San Martín para hacerles fotos juntos, un lugar especial para ellos. Mientras avanzábamos entre risas, escuchamos un sencillo «te quiero», cosa que raramente nos sorprendió. Ahí nos dimos cuenta de que hay que decir más «te quiero» y no solo «sí, quiero» el día de la boda. Dejar a un lado los nervios, dejar de estar pendiente de mil detalles tan preparados y pasar el día rodeado de los tuyos y siendo feliz con tu pareja. Es bonito ver que hay espacio para las palabras bonitas dichas en susurros. Con los rayos de sol colándose entre nosotros y rememorando bonitos momentos de la preboda, fuimos recorriéndolo foto a foto y plano a plano. No queríamos perdernos nada, así que nos fuimos para hacerles algunas fotos entre las viñas en el espectacular Cigarral de Santa María que nunca decepciona. Comenzó el cóctel y nosotros pasamos a modo ninja para que disfrutaran de su gente, de la tranquilidad y la buena comida que ya se dejaba ver. Aún estaban por hacer decenas y decenas de fotos y planos. ¡Quedaba mucha boda!

Hubo fotos de grupo e incluso tiempo para alguna que otra foto graciosa o de esas que descubres en el momento justo. Tenemos que confesar que la hora mágica desde la terraza … ¡nos encanta!. Como dicen las madres «en la vida da tiempo a todo» y en la boda de Inma y Alfredo lo pudimos ver: regalos a los padres, fotos, un canapé por aquí, un brindis por allá… era solo el aperitivo y se avecinaban unas horas moviditas. Sin embargo, tuvieron un comienzo lento, de esos de disfrutar. Esa entrada sin prisas donde se notaba el calor de los aplausos y que sirvió de pistoletazo de salida para una cena especial. Incluso para nosotros. Mil gracias, chicos.

Entre plato y plato tocaba estar atento pues seguía habiendo momentos especiales…Esta ve para su hermana, merecido sin duda. Las sonrisas de ambas y como se cantaron esa canción significativa para ellas, lo decía todo. Después, tras un pequeño parón, llegó la tarta acompañada de una espada que medía más que ellos. No hubo percances, solo besos. Tampoco se olvidarían de los regalos a los invitados, aunque tenemos que decir que éstos lo supieron agradecer con un vídeo que sacó los hoyuelos de toda la boda. «¡¡¡Qué maravilloso, es quererte así…Estando contigo, contigo, contigo me siento feliiiiiz!!!» Buen detalle el de los créditos, ¡artistas!.

Esto era un no parar; os resumimos, primero los novios regalo a los hermanos, después la hermana del novio y su marido camarita de las buenas, más tarde las amigas, y nosotros no hacíamos mas que mirar a la puerta y pensar ¿Saldrá alguien más? Después un baile precioso con letra italiana, y luego un buen pasodoble que levantó hasta las hormiguillas que por allí caminaban. Dejamos aquello que las caderas dislocadas…

Gracias, gracias y gracias. No hay otra palabra que os podamos decir. Por vuestras palabras en todo momento, por recibirnos con ese cariño y esa sonrisa y por emocionarnos en la despedida. Pero sobretodo, gracias por acordados de nosotros antes de comenzar la Luna de Miel y dedicarnos unas palabras en esos momentos tan especiales, lo valoramos mucho. Por pasarlo bien y hacernos disfrutarlo a nosotros. Por aguantar esos besos de último momento y por elegir a Sánchez de Rojas Fotografía para guardároslos.

Como bien dijo Ofe: Si alguien ama a una flor de la que sólo existe nada más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Has hallado tu rosa, la tienes a tu lado, cuídala.

Sois bonitos por fuera y por dentro. ¡Qué seáis muy felices, pareja!

Corazon contento

Pintaba ser un fin de semana movido y realmente lo fue. Tras la boda del viernes, nos esperaba la del sábado. Una celebración llena de cariño y admiración. Las piernas estaban cansadas pero las ganas no cabían en el cuerpo así que recargamos pilas y ¡adelante!

Buscamos a Jose, el novio, en La Casa urbana de Adolfo en pleno corazón del Casco Histórico de Toledo. Subimos por las escaleras por propia iniciativa y allí estaban los tres: Jose, su madre y Mario, su hermano. Les pillamos de preparativos, con mucha tranquilidad y una antelación de agradecer. A la mamá, con un precioso vestido y dejando que le colocaran la mantilla, ¡solo apto para profesionales! Rojo y negro en precioso contraste mientras nos decía que no le hiciéramos tantas fotos pero ella era también protagonista. Jose se movía como pez en el agua y tuvimos que seguirle el ritmo pues en un periquete y ayudándose de su reflejo en la ventana, se colocaba traje y accesorios. Los gemelos de su abuela debían verse bien y por eso le puso mucha atención. El temido nudo de la corbata fue fácil y se notó la experiencia de hacerlo casi sin mirar. Le echamos un poco el freno para pedir la colaboración familiar y así conservar recuerdos de esos momentos en familia. No faltaron las risas, los sexis movimientos de tirantes y un poco de maquillaje… ¡para los tres! Algo curioso que revelamos en primicia.

Su madre y su hermano parecían más nerviosos que él pero trataban de disimilarlo. Nos llevamos bonitos planos a contraluz en ese piso tan acogedor que nos guardaba aún alguna sorpresa: una terraza en el último piso para envidiar: 365º para ver lo que quisieras. Allí hicimos las fotos de grupo con una impresionante vista de la catedral que impactaba. Habíamos terminado y bajamos como una pelotita todos juntos en el ascensor hacia las calles empedradas.

Tras dar un par de vueltas por las calles de Nambroca, nos esperaba Raquel perfectamente maquillada y peinada y con unos vaqueros cortitos que le daban ese aire de niña tan tierno que tiene. Con una dulzura especial, nos recibía abrazándonos. Algo que nos inundó de paz y alegría. Al entrar en la casa nos encontramos con un cuñado muy especial que tendría mucho protagonismo en la boda, con el padre y padrino, las peques de la familia María y Jimena, y una mamá lista para ayudar en todo a su hija. Rápidamente fuimos en busca del vestido de Vicky Martín Berrocal . Mensaje para Vicky:no dejes de hacer estas maravillas nunca por favor, ¡que todavía no nos hemos casado!. Bajamos al salón para aprovechar la bonita luz que había. Entre plano y plano de zapatos, maquillajes, y pequeños detalles, era la hora de vestirse. Para ello, tuvo mucha ayuda, su hermana, su madre, las dos pequeñas y la autora del bonito maquillaje, se encargaron de colocar cada fleco del vestido, de abrochar cada botón y de poner, cuál cenicienta, esos originales zapatos decorados por su hermana. Estaba espectacular, siempre con la sonrisa y con una palabra bonita para todos.

En esos momentos el novio y su familia bajaba andado por el casco. La mamá era en realidad el centro de atención pues sus hijos estaban pendiente de que ella bajase bien y con su vestido intacto. Ellos aguantaban bien el protagonismo, la gente felicitándoles y el solazo que hacía y
podía derretir las piedras. Por eso fue un alivio pasar a la sombra y encontrarse con algunos invitados por el camino y rescatarlos de algún bar en el que estaban tan a gusto. Sin pausa pero sin prisa llegamos a nuestro destino.

En casa de la novia, la bocina del impresionante coche anunciaba que tenía que partir para que diera comienzo el gran día. A nosotros nos tocaba salir pitando para llegar a tiempo a la Iglesia de San Andrés donde, como en otras ocasiones, nos encontrábamos a los invitados parados, cogiendo aire para continuar con las míticas cuestas toledanas. En la puerta esperaban Jose y su madre, la madrina que pese al calor recibían y saludaban a todo el mundo. Abrazos y conversación pero con cero nervios. Estaban en casa y con los suyos ¿qué más se puede pedir? Poco a poco los bancos se iban llenando y todos esperaron dentro a la novia que estaba a punto de llegar.

La música de violines y el piano, los nervios de los invitados, y las ansias de un novio feliz, se encontraban en esa acogedora iglesia. La entrada de la novia fue muy emotiva. Nadie lo sabía y no sabemos si lo llegaron a saber pero Raka, como la llaman sus amigas, entró descalza al altar para hacer un guiño a su querida abuela que la acompañó de la manera más especial, seguro. Al llegar, fue Jose quien le puso los zapatos y sonreía entre nervios y emoción. El sacerdote estaba listo, tenía todo preparado y lo que más nos gustaba sabía improvisar a la perfección. Menudo juego dio en toda la boda!! Los bancos se llenaron, los ventiladores salvaban el calor tan intenso que hacía y la virgen del Pilar, con el rosario de su abuela y junto a una bandera de España, bordada a mano, protegían el altar y evocaban recuerdos familiares. Enfrente de los novios, las sobrinas, que recibían las muecas de cariño que les hacia su tío, y las sonrisas, siempre eternas, de su tía.

La salida fue especial, pues fueron novios previsores y se llevaron un paraguas para protegerse del arroz, el cuál se llama bomba para explotar en las bodas… ¡quién tuviera siempre paraguas! Besos, felicitaciones, fotos con los invitados y sorpresas llenas de color.

La cornisa, y su bonito paseo, nos esperaban aunque fueron un matrimonio de patos los que se encargaron de dar la bienvenida y decidieron imitar a los novios… ¿o fue al contrario? A lo largo del paseo, los árboles iban creando diversas sombras que se acompañaban de esos rayos de sol que parecían querer escapar para alumbrar a los novios. Mientras caminábamos, nos encontrábamos con queridas amigas Carmen y Cristina, que solo tenían palabras bonitas a nuestro trabajo y que también nos alegraron ese momento. ¡Gracias chicas!

Después de reírnos subirnos donde hiciese falta y hacer alguna parada frente a la hiedra, el río y algunos rincones mágicos, nos dirigimos al puente San Martín. Había muchos novios… pero ninguno como los nuestros. Cogimos el mejor hueco, el sol parecía enfocarnos para hacer los contraluces más elegantes de aquel día y los besos que no cantábamos nosotros si no el novio, hicieron de ese momento algo especial. ¡Qué buena técnica para conseguir achuchones! Para finalizar cantamos una ranchera que pocos conocían… y entre «ay ay ay ay» y beso tras beso, nos despedimos con la música siempre presente y es que como dice Jose: si me falta ella, me falta la música. Una preciosa declaración de amor hacia su esposa.

Derechos al Cigarral Hierbabuena, donde siempre nos tratan fenomenal, nos encontrábamos una sorpresa antes de entrar… Una traca doble a cargo de dos primos del novio invadía la puerta para dar la bienvenida a los novios con su estruendo. Pero antes, otro sonido que nos encanta, el de la concentración de motos nos ponían un poco nerviosos… ¿pero dónde están Raka y Jose?

Al subir, esta vez no tuvimos ningún incidente, aunque la cuesta que hay lo ponía fácil. El cóctel estaba en todo su esplendor y las fotos de familia y amigos tenían su momento. Antes de subir a cenar, teníamos que hacer fotos a todos los detallitos que había, y a esos corazones que tanto trabajo le llevaron a la novia pero que llenaron de color y purpurina la boda.

El cuñado, showman y speaker de nacimiento, les regaló unas palabras preciosas que emocionaron a los más duros pero aún había una sorpresa más: la hermana también tenía preparado un discurso para demostrar todo su cariño a los novios. Después, el punto de humor, ¿os acordáis que dijimos que el párroco tuvo mucho protagonismo? No, no fue en la ceremonia, ¡fue en el banquete! Bendijo la mesa a través del micrófono con pegadiza canción que hasta a los más ateos les apetecía cantar, y a lo largo de la cena fue el encargado de poner la píldora gamberra. Mientras tanto, nosotros también hacíamos un «parón» entre anécdotas acuáticas y rica comida. Todos nos cuidaban, en especial Mario al que se lo agradecemos especialmente. Quería lo mejor para su hermano y Raka, y estaba pendiente de todos los detalles. Hubo sorpresas, pañuelos al aire, canciones, y hasta pétalos de rosas amenizaban la cena al ritmo del medio centenar de “qué se besen! Qué se besen!”.

Aquí no acababa todo… En la discoteca esperaba un vídeo sopresa del «Cómo se hizo» la invitación tan especial de boda. No solo eso, también la conexión en directo con un buen amigo que les cantó «Amigo» de Roberto Carlos y que más de uno tarareaba aunque llevase una cámara en mano… Un poco de baile, cadera por aquí, mano por allá y… ¡otra sorpresa! Todos los invitados habían hecho pequeños vídeos cantando su canción «Tengo el corazón contento» lo que hizo reír a la pareja. Un momentazo en toda regla que habían preparado con muchísimo trabajo y antelación.

Era hora de las congas, las pelucas, y el baile de la pera que ya nos hemos aprendido. Los invitados les adoran, porque seguían las sorpresas… esta vez, un cuadro precioso, una piedra que había que romper para descubrir lo que contenía y un par de canciones; una sevillana, y Mi gran noche del imitador oficial de Raphael. Decir que fue un alegria reencontrarnos con Nuria y Fernando, que iban como un pincel y que nos saludaron con tanto cariño como siempre! .

Después de toda la boda nos hemos preguntado; ¿Cómo os cabe el corazón en el pecho? Gracias por confiar en nosotros, por el cariño tan grande con el que nos habéis tratado, la paz que nos habéis dado y la bondad que habéis rebosado. Sois muy especiales.

¡Enhorabuena pareja! Qué siempre tengáis música y ese corazón contento.